Pepe Baena, el pintor viral del Cola Cao con galletas y el pescaíto frito: "Los bodegones son mi autobiografía"
- El artista gaditano expone en la galería Prodigioso Volcán de Madrid los lienzos realistas que han dado la vuelta al mundo gracias a las redes sociales.
- Más información: El Thyssen redescubre a Isabel Quintanilla, la pintora realista que retrataba la vida secreta de las cosas
Pepe Baena Nieto (Cádiz, 1979) es uno de esos fenómenos difíciles de predecir. En 2017, un cámara y editor de vídeo de la Diputación de Cádiz, pintor en sus tiempos libres, cuelga en Instagram un cuadro en el que aparece un plato de pescado con patatas, una copa de vino blanco y un cestillo de pan con un paquete en el que se lee Viva la Pepa. Después llegaron los miles de seguidores, las ventas, las exposiciones y la alegría de ver cómo alguien se atrevía a seguir los pasos de los realistas de Madrid.
Un legado figurativo vivo —todavía tenemos el placer de poder toparnos con Antonio López pintando en distintos rincones de la capital— y en plena revalorización —el Thyssen dedicó el año pasado una merecida retrospectiva a Isabel Quintanilla—, pero complejo al que dedicarse. "Hoy en día el realismo, sobre todo en las galerías, casi no se trabaja en España. Es difícil meterte en una galería potente siendo realista", reconoce Baena a El Cultural.
Aunque para él ahora las puertas parecen estar abiertas en todos lados, sabe que eso son cosas de "las modas y el mercado". "Yo ahí no me meto. Pinto lo que me gusta y así voy a seguir. No voy a cambiar mi estilo de pintura para intentar entrar en un mercado en el que a lo mejor no tengo que estar", dice con naturalidad el artista, cuyas obras se pueden ver hasta el 18 de diciembre en la galería de Prodigioso Volcán de Madrid.
Si no se es consciente del gran éxito que cosecha este pintor gaditano en redes sociales puede asombrarse del trasiego de gente, en su mayoría joven, que acude estos días a la galería, así como que la mayor parte de sus obras estén ya vendidas. Allí se pueden encontrar los óleos de los famosos bodegones de Cola Cao con galletas, con el bizcocho de Pantera Rosa y con la torta de Inés Rosales. También los del pescaíto frito "tan de Cádiz", los pollos "de Chiclana" o los botellines de cerveza que se pimplaron Baena y sus amigos una tarde en el campo.
"Los bodegones son mi autobiografía", asegura el pintor. Ese género eternamente menospreciado por la crítica académica dice tanto del contexto histórico en que se desarrolla como de las rutinas, los vicios y la vida de quien los pinta. El still life no es naturaleza muerta, dijo la historiadora de arte Mary D. Garrard, sino un sinónimo de vida. Pintar lo que le rodea es algo fundamental para Baena. Ese fue el consejo que le dio Antonio López al conocerle: "Pinta tu vida, siempre". "He aprendido mucho de Antonio, más que viendo su pintura, escuchándolo hablar", admite.
Corren buenos tiempos para el costumbrismo, pero que la cotidianeidad y la naturalidad haya triunfado en una red social que tiende al postureo no deja de ser paradójico. Para el gaditano, el secreto es que todo el mundo cuando ve sus cuadros "los hace suyos", se acuerdan "de cuando eran chicos, de su familia, sus abuelos y de sus niños". "Estoy seguro de que hasta a los mismos instagramers les gustan mis cuadros porque les recuerda cuando ellos eran más pequeños y no estaban en el mundo de ahora", ríe el artista.
Por mucho que su obra pueda apelar a la nostalgia individual y colectiva, Baena asegura no ser de esos que echan en exceso la mirada atrás y que nunca tuvo la intención de trasladar esa melancolía a sus obras. Dice que "ha sido algo natural, sin buscarlo". Los artificios no van con él ni con su obra, tan influenciada por los realistas madrileños como por Velázquez.
Recuerda sus numerosas visitas al Prado cada vez que sube a Madrid para ver al maestro sevillano y ese viaje a Edimburgo para presenciar al natural la Vieja friendo huevos (1618), obra que representa tanto una escena familiar como un bodegón. Porque no se debe olvidar de que el autor de Las meninas fue de los muchos (como Juan de Arellano o Juan de Zurbarán) que quisieron dignificar un género que en su momento era considerado "el más bajo escalón del arte".
"Sus cuadros vienen a recordarnos que la clase obrera, sus entornos, sus gestos y sus objetos e incluso sus rostros siguen existiendo. Vienen a mostrarnos que, como escribió Machado, en España lo esencialmente aristocrático es, en cierto modo, lo popular", escribe Ana Iris Simón (autora del fenómeno editorial Feria, 2020) a propósito de la obra de Baena, cuyas escenas de estar por casa también tienen como protagonistas a sus hijos haciendo travesuras, a sus amigos en plena borrachera o a su familia reunida al completo.
La técnica de Baena es sencilla: captura una escena con su teléfono móvil, como si fuese un boceto, y después pasa al estudio. Más que a la luz, le da mucha importancia al color, necesita que haya una armonía, aunque considera que no es un pintor de mucho colorido, sino más de colores quebrados. "La mayoría de las personas han visto mis cuadros en redes sociales, pero cuando ves la pintura al natural, ya no parece una fotografía. Es importantísimo poder ver la pincelada, el color, los tamaños", recalca.
El gaditano, que sigue compaginando la pintura con su trabajo como cámara porque "puede y le gusta", ya ha hecho encargos más allá de su proyecto personal. Desde la portada del próximo disco de Manuel Carrasco a la de uno de los debut literarios del año: Un momento de ternura y de piedad de Irene Cuevas, pasando por el retrato del exministro de Justicia Juan Carlos Campo.
Pepe Baena habla con la humildad de quien no siente que esté haciendo nada extraordinario pero con la gratitud de que le estén pasando cosas tan bonitas. "La editorial SM puso uno de los bodegones de Cola Cao con galletas en sus libros de texto para hablar del arte contemporáneo", cuenta ilusionado al preguntarle qué es lo más sorprendente de esta brillante trayectoria, que parece no haber hecho más que empezar.