Arquitectura

Le Corbusier, el secreto de la forma

30 enero, 2000 01:00

Capilla de Notre dame du Haut. Francia

Escribía Le Corbusier (1887-1965) un poco antes de morir en el Mediterráneo que se había pasado la vida buscando el secreto de la forma. Y lo buscó de una manera obsesiva con el fin de escapar de la mediocridad, como señalara Giedion.

Es fácil observar e identificar esa obsesión de Le Corbusier no sólo contemplando sus edificios, sus pinturas o sus dibujos, sino también sus casi infinitos retratos. Fotografías de sus casas y paisajes y de él mismo que son siempre autorretratos. Las arquitecturas y las ideas de Le Corbusier son el mismo Le Corbusier y cuando la fotografía nos proporciona las pistas para saber cómo mirarlas. Desde la machine à habiter, desde la mecanización del habitar de la Maison Dominó a la machine à prier de la iglesia de Notre Dame du Haut en Ronchamp (1955), desde sus apuntes de viaje a sus objetos puristas, desde las ilustraciones de tendencia de sus libros, verdaderas claves visuales de lectura, a las fotografías de sus propias construcciones, en realidad fotografías de sí mismo. Y es que, en manos de Le Corbusier, hasta las ideas se pueden fotografiar, como para atrapar la poesía de los instantes con el fin de hacerlos inolvidables, para hacerlos permanecer en la memoria, en el recuerdo de las emociones. Como si la máquina permitiese vivir y pensar. La cámara, en sus manos, lo es de las maravillas. Es esa permanente tensión entre razón y emoción, entre técnica y temblor de la luz de sus edificios lo que constituye la trama que vincula fuera del tiempo la obra de Le Corbusier, fruto por tanto no de una evolución sino de una convicción, de un principio del que partir y al que siempre volver.

Una fotografía de 1911 representa a Le Corbusier en la Acrópolis de Atenas. Es un retrato de espaldas, con el brazo derecho acodado en el fragmento de una columna dórica, con la mirada perdida, como sin ver, porque, en realidad lo que se vislumbra es una idea, una "moral dórica", como él mismo acertará a llamar la arquitectura. Una fotografía que es, sobre todo, un retrato de la arquitectura y su rostro la espalda del arquitecto.

La exposición, organizada por la Fundación Barrié de la Maza y por la Escuela de Arquitectura de La Coruña y comisariada por Pedro de Llano, plantea un viaje de interpretación por la arquitectura de Le Corbusier, como si en el ejercicio de volver a dibujar lo ya dibujado y construido por el arquitecto se esperase desvelar el secreto de la arquitectura. Conscientes de que en las formas se encierra su idea de la arquitectura, el recorrido propuesto por la obra de Le Corbusier no es el propio e impositivo de un guía, sin equívocos ni arrepentimientos, lleno de certezas, sino que, dejándose guiar por la emoción y la poesía de los proyectos del arquitecto, el territorio que nos ofrecen es el apropiado a un viajero que inicia una busca sin cartografías fidedignas, que sabe que deberá volver sobre lo andado, que se sentirá inseguro, pero que perseguirá obsesivamente la revelación de la arquitectura. Lo que obliga a detenerse, a dar la vuelta, a mirar, a tocar, sabiendo que el itinerario de la biografía arquitectónica de Le Corbusier sólo es posible seguirlo si se está previamente dispuesto a ser seducido. Lo verdaderamente didáctico de este paseo por veinticinco proyectos de uno de los más grandes maestros del movimiento moderno es, por tanto, la forma de viajar dibujándolos, casi como si se hubiese encontrado un paisaje en la arquitectura maquinista y clásica, realista y poética, de Le Corbusier.

Se trata, por otra parte, de un procedimiento de análisis aparentemente intuitivo que el propio Le Corbusier ya había anunciado como único camino para recorrer el territorio de la arquitectura, sabiendo que los volúmenes y los espacios sólo se harán evidentes cuando la luz los atraviese o los golpee, como escribiera en 1923 en Vers une architecture, posiblemente uno de los textos fundamentales de la arquitectura contemporánea. Por eso, para descubrir la arquitectura en la luz hay que volver muchas veces al mismo lugar y esperar: al final aparecerá el paisaje que permite ver, que permite comprobar que la geometría emociona sólo cuando es corregida por la memoria de quien ha viajado mucho. Y para no olvidarlo, Le Corbusier inventó el modulor, una suerte de proporción armónica íntima, no reproducible por quien no estuviera en el secreto de la forma y que le servía para mantener activa la tensión de las asimetrías de sus objetos, ya fueran construidos, escritos, dibujados o fotografiados.