Luis Moya, constructor sin tiempo
Estudio para un centro cívico. Basílica piramidal, II, 1938
Luis Moya Blanco (Madrid, 1904 - 1990) se formó como arquitecto en la Escuela de Madrid y en el estudio de Pedro Muguruza. Durante la guerra ideó su Sueño arquitectónico, monumento piramidal a la muerte. A partir de entonces elije el lenguaje clásico, tomando como modelo a los neoclásicos Ledoux y Villanueva, y se enfrenta al Movimiento Moderno. Entre sus obras más conocidas están la reforma del Teatro Real y el Museo de América en Madrid, la Gran Cruz del Valle de los Caídos, y las Universidades Laborales de Gijón y Zamora, así como iglesias y edificios escolares, sobre todo para los marianistas. En 1953 fue elegido Académico de Bellas Artes. De 1960 a 1963 fue redactor jefe de la revista Arquitectura, y entre 1963 y 1966, director de la Escuela de Arquitectura de Madrid.
Monumentalizar la tradición fue, sin duda, el gran programa arquitectónico y vital de Moya, como quien exalta lo que desaparece como quien retóricamente se abraza al desmoronamiento de un edificio. Por eso su arquitectura no puede ser definida como la del gran arquitecto clásico del siglo XX, ni menos intentar leer lo que no pudieron ni quisieron ser sus arquitecturas, una lectura clásica de la modernidad. Primero, porque sus collages de fragmentos monumentalizados no permiten una interpretación cubista, ni sus lenguajes una aproximación surrealista, ni su supuesto clasicismo es compatible con las tradiciones tipológicas, formales o constructivas nacionales. Nada hay tan alejado de lo clásico como las tradiciones nacionales. Por eso no fue, ni pudo, ni quiso ser, a pesar de todo, ni un Lutyens castizo, ni un Le Corbusier nacional. Es más, se situó siempre tan al margen de la ciudad moderna que su arquitectura no puede interpretarse como una alternativa clásica a lo metropolitano, a lo moderno, sino como su rechazo. Por eso, casi siempre construyó lejos, ajeno a lo urbano, ensimismado en la tradición, constructiva o de oficio, algo que además describió en sus ensayos históricos y críticos como pocos.
Por todo esto, una exposición sobre Luis Moya es siempre una atractiva excusa para refinar los instrumentos críticos e historiográficos de los historiadores y de los arquitectos y para mostrar también sus insuficiencias.