María Gómez
Sin título, 1999. Óeo sobre lienzo. 50 * 50
Hace tres años, con motivo de su anterior exposición en esta misma galería, afirmaba que la pintura de María Gómez (1953) se había apoderado de la imagen exterior del libro, de su continente formal y de la evocación de ciertos títulos como un instrumento mediante el que acentuar la ya de por sí intensa carga poética que se desprende de su trabajo. Ahora, la artista da una vuelta de tuerca en ese delicado empeño y sigue el camino indicado por el contenido de un libro iniciático y, bajo el paradójico título de Sin título, advierte al espectador de sus intenciones mediante una cita del poeta árabe Ibn Al"Arabí, el Abenarabí que los sufíes consideraban "el más grande de los maestros": "Luego me dijo: Alza los velos uno a uno".No me adentraré en el espinoso camino que lleva a dilucidar las creencias de la artista, y menos a extraer de éstas conclusión alguna que aplicar a su pintura, porque lo que me importa es el qué y el cómo de ésta y no las fuentes argumentales o las prácticas ajenas a ella y que seguramente absorbe. Sí diré que lo que la gnosis representa de método que permite dilucidar los signos de la realidad para acceder a un conocimiento superior, es quizá metáfora adecuada del proceso pictórico seguido por María Gómez.
Reconoceré mi inclinación y preferencia por la obra que la pintora ha desarrollado, firme y coherentemente, en el transcurso de dos décadas y, más concretamente, en los últimos diez o doce años. A mi juicio, esta exposición -con un inspirador montaje de Javier Aiguabella- demuestra que María Gómez ha alcanzado una espléndida madurez plástica que le permite hacer que sus instrumentos respondan con exactitud al aliento que la artista les imprime. Contemple el visitante los dos magníficos cuadros nocturnos emparejados en una de las paredes de la sala y, especialmente, el titulado Le pregunté ¿cómo hacer para que la perla siga siendo perla, la gema... y aprecie en su valor no sólo la sutil integración de las distintas figuras que en él comparecen -que dice bastante de su complejidad compositiva-, sino también la fortuna de la factura y el riquísimo, aunque mesurado, despliegue del color. Un despliegue y un dominio que le han permitido titular una trilogía con el solo nombre de los pigmentos usados: Siena tostada, óxido rojo, Ocre amarillo, rojo y cadmio.