Cine

El caballero del cine

"Cary Grant", de Edward Ross

12 marzo, 2000 01:00

Cary Grant (1904-1986) convirtió al galán cómico en un modelo a seguir dentro del cine. Pero los años han demostrado que su histrionismo es inimitable. Pocos actores han alcanzado los memorables momentos de Charada, Luna nueva o Historias de Filadelfia. EL CULTURAL adelanta un fragmento de Cary Grant. La elegancia natural (JC), de Edward Ross, que se publica la próxima semana.

Apesar de los muchos años transcurridos desde que protagonizó su último largometraje (Apartamento para tres, dirigido por Charles Walters en 1966), y de su ya lejano fallecimiento (en Davenport, Iowa, el 29 de noviembre de 1986), la figura de Cary Grant sigue siendo uno de los reclamos más poderosos para el público de todo el mundo, tanto si es realmente un aficionado al cine como si únicamente se acerca a este mundo de manera esparódica buscando intermitentemente entretenimiento. Ni siquiera los rumores sobre la supuesta homosexualidad de Grant, reflejados en el diálogo de una de las escenas más logradas de la reciente El beso de Judas, han conseguido romper el vínculo de afecto que los espectadores de todas las edades establecen de manera automática con este carismático actor que llenaba la pantalla con una elegancia y un sentido del humor difícilmente repetibles, y a los cuales sólo ha podido acercarse, si bien militando más frecuentemente en la comedia que en el drama, Gregory Peck. Pero a Peck le faltaba ese punto de locura cómica que Grant imprimía a todos sus trabajos y se manifestó como intrépido juego de autoparodia en la excelente Charada, de manera que cuando Donen tomó a Peck como sustituto de Grant en Arabesco, un ejercicio similar de humor y suspense, la fórmula no repitió éxito ni resultados. De hecho, todos los intentos por buscarle sustituto a Cary Grant en el difícil papel de galán cómico que él mismo había convertido en una especie de arte dentro del cine, fracasaron estrepitosamente a pesar de elegir actores de probada eficacia humorística y con estrellato propio como Tony Curtis, que mantuvo un excelente duelo cómico con el propio Gran en Operación Pacífico, o Rock Hudson, a quien Howard Hawks utilizó como sustituto en Su juego favorito, una buena comedia ante la cual, conociendo este cambio de protagonista, resulta difícil no caer en la tentación de imaginar los resultados que podría haber conseguido el realizador de La fiera de mi niña, Luna nueva, La novia era él o Me siento rejuvenecer de haber contado con el protagonista de todas ellas en esta otra peripecia sobre la guerra de sexos.

Junto a estos atributos profesionales, Cary Grant cuenta también con una intensa existencia sembrada de anécdotas y curiosidades, que unida a su densa filmografía, compone uno de los rompecabezas más interesantes y posiblemente también más difíciles de construir y entender que integran la iconografía y la mitomanía de Hollywood (...)

Lejos de los circunloquios profesionales y la terapia ocupacional que llevó a otras piezas geriátricas del cine como James Stewart, Richard Widmark, Anne Baxter, Barbara Stanwick, Stewart Granger, Bette Davies, y un largo e interminable etcétera, a rentabilizar su estrellato en televisión o exhibirse con impudicia en productos de ínfima categoría que pusieron un nefasto punto final a sus carreras convirtiéndoles en nulos reclamos de videoteca, Cary Grant supo ejecutar la ceremonia, nunca suficientemente valorada entre las estrellas, de la jubilación a tiempo para dedicarse a otros asuntos que además de no restarle un ápice de fama como estrella siguieron incrementando su cuenta corriente.

El caballero del cine se alejó de la pantalla en el momento preciso, del mismo modo que puede decirse que había ingresado en las fantasías de celuloide en el mejor momento para explotar sus verdaderas posibilidades como actor, los primeros años del sonoro a los que Cary Grant supo aportar las excelencias de la mímica, el gesto y el control del movimiento que tantas risas habían arrancado entre los seguidores del cine mudo a una nueva forma de concebir el humor en la pantalla a través de las palabras. Grant cabalgó a lomos de diálogos tan trepidantes como los de Luna nueva casi sin inmutarse, con una habilidad natural a la que añadía su experiencia como mimo y equilibrista en los circos ambulantes que le llevaron desde su Inglaterra natal hasta los Estados Unidos, que en su caso es tanto como decir desde la nada a la fama.

El genio interpretativo de Cary Grant, que todavía hoy sigue siendo imitado y estudiado por muchos aspirantes a reproducir lo inimitable, estalló en el mejor momento para un cine en los primeros años de transición del mudo al sonoro, y con su retirada puso también punto final a las cuatro décadas prodigiosas del cine concebido como espectáculo y entretenimiento de calidad.

Edward ROSS