Fachada del MACA
Comprimido dentro de un tejido residencial entre la mole rocosa sobre la que se asienta el Castillo de Santa Bárbara y el mar, el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante, MACA, se inserta en pleno centro histórico de la ciudad como la deseada pieza que completa un difícil puzle. El nuevo edificio se adosa a una construcción civil que data del siglo XVII, sobria e insulsa, conocida como Museo de la Asegurada, que restaura, amplía y dignifica, convirtiéndola en el acceso principal desde la plaza que preside la pequeña y sin embargo monumental basílica barroca de Santa María.La geometría es rotunda pero responde al contexto con un ejemplar ejercicio de costura donde el edificio atiende con naturalidad a la topografía variable, la escala de las edificaciones que lo rodean, la materialidad, la orientación de la luz del sol. Es decir, en este ecléctico escenario, el ejercicio de arquitectura contemporánea que realizan Sol Madridejos y Juan Carlos Sancho con su nueva adición, supone un episodio más de la historia, que consigue respetar lo existente y construir un trozo de ciudad que, además, revaloriza lo que ya existe. Sin haber siquiera entrado en el edificio, ya sólo esto, es un logro.
El interior tampoco decepciona. Una espina central ordena los recorridos y el programa, que se articula en cuatro niveles. Los espacios expositivos y demás usos complementarios se organizan en planta de manera fragmentada dentro de la compacidad del volumen que los contiene. Pero la elaboración de la sección consigue mezclar el aire, la luz y la visión de los distintos espacios en una unidad más compleja. El juego de dilataciones y compresiones espaciales, muy explorado por estos arquitectos, conecta diagonalmente ámbitos independientes proyectando unos espacios en otros, ampliando sus límites más allá de lo apreciable.
Y mientras el interior se ve afectado de esta riqueza espacial y una serenidad material a base de grandes paramentos blancos y de travertino, los espacios exteriores generados por el tallado del volumen en la cubierta se caracterizan por una riqueza material que se adentra en el mundo de lo perceptivo, negando su dimensionalidad, atrapando el paisaje en su materialidad, en el reflejo que genera la doble piel de vidrio serigrafiado. Ambos mundos, interior y exterior, conviven como el haz y el envés de una misma hoja, que tienen emocionantes momentos de ósmosis en sus puntos de contacto. Y en esta dualidad es donde reside el atractivo del proyecto. Mientras el interior, sereno y neutro, acoge y mueve el espacio entre las obras de arte, el exterior, eléctrico, participa a modo de resonador con lo vibrante del paisaje urbano.
Otra lógica pudiera haber sugerido lo contrario. Situar el objeto inerte dentro de la ciudad y que el espacio interior más vivo, perceptivo, fuera el que interactuara con las obras de arte. En cualquier caso lo que resulta evidente en esta obra, por dentro y por fuera, es el cuidado en los detalles, en los despieces, en las texturas, en lo óptico y lo táctil de la arquitectura.
El museo albergará la Colección Eusebio Sempere (1923-1985), artista alicantino perteneciente al movimiento Op Art, o Arte Óptico, entre otras piezas maestras de arte contemporáneo del siglo XX; y es precisamente el arte cinético el que sirve de referencia a las investigaciones más interesantes que los arquitectos Sancho y Madridejos ponen de manifiesto en el edificio, en sus texturas, y en el efecto que la luz en movimiento junto con el movimiento de la mirada tienen en las geometrías de los materiales. Un juego plástico y perceptivo que se propone como complemento, que pretende trascender la dimensión de lo visible y que el espectador apreciará.