Coco Hendaya, 1934

Comisarios: Florian Rodari y Martine d'Astier. Caixaforum. Paseo del Prado, 36. Madrid. Hasta el 19 de junio.

Jacques Henri Lartigue siempre fue fiel a la misma inquietud: "ser fotógrafo es atrapar el propio asombro". Reconocido hoy de forma unánime como uno de los grandes nombres de la fotografía del siglo XX, su obra constituye un documento único de una época que recoge ahora el centro Caixaforum de Madrid.

Por fin se celebra en España una primera y completa exposición de la obra fotográfica de Jacques Henri Lartigue (París, 1894-Niza, 1986), reconocido unánimemente como uno de los grandes creadores visuales del siglo XX, el cual, desde su infancia, vivió -según sus propias palabras- "fotografiando lo vivo que se mueve, intentando calmar el sufrimiento de no poder retener las cosas fugitivas. Ser fotógrafo consiste en atrapar el propio asombro". Así lo testifica el recorrido por las 233 piezas que, prestadas por la Donation Lartigue de París, trae a Madrid CaixaForum: son doscientas fotografías en blanco y negro, que acompaña una serie de positivos estereoscópicos sobre vidrio, así como tres de las preciosas cámaras y uno de los lujosos visores que utilizó el fotógrafo, junto con cuatro de los álbumes que Lartigue confeccionó con pruebas sobre papel argéntico. Se proyecta también uno de sus filmes y se ofrecen seis de sus muchos y minuciosos diarios, testigos de su pulso firme de escritor.



Aunque no fue descubierto internacionalmente hasta la exposición que en 1963 le dedicó el MoMA de Nueva York, Lartigue hizo sus primeras fotos en 1902, a los ocho años, estimulado por su padre, un rico industrial que también le inculcó su afición por la fotografía y por el cine, así como por los nuevos deportes (el tenis, las carreras de automóviles, el vuelo sin motor, el esquí…) y por los espectáculos, la moda, los inventos y las novedades técnicas de los "felices años veinte". Todo ello le sirvió de temática gozosa para su fotografía. Sorprende que Lartigue, pese a verse afectado desde la niñez por su mala salud, mostraba "una aptitud innata para la felicidad". Así los subrayan los comisarios de esta muestra, destacando cómo, para Lartigue, "la felicidad reside esencialmente en la vida, expresada en el movimiento". El artista se reafirmó siempre como "el fotógrafo de los días felices" que él rememoraba en imágenes muy especiales. Así, esta exposición -ordenada temáticamente- se centra en "hacer ver" al espectador cómo Lartigue fotografiaba para sí mismo, "al margen de los códigos estéticos del siglo XX, por lo cual resultó inclasificable para conservadores y para vanguardistas", que acabaron respetándolo precisamente por la ausencia de referentes eruditos en su obra. Lo que cuenta de verdad en estas imágenes es la mirada caladora de su autor, así como que su especial fulgor depende de una técnica sencilla y vibrante de sombras y luces fantasmagóricas, que funcionan según la sensibilidad de la instantánea.



Nos encontramos, pues, ante una reafirmación radiante de la fotografía como arte visual dotado de memoria, que conserva el pasado y lo actualiza, situándose en paralelo con el discurso de Bergson de que "la memoria pura constituye la esencia propia de la conciencia, pues representa la continuidad de la persona, la realidad fundamental, la conciencia de la duración pura, haciendo de la rememoración el ser esencial del hombre en cuanto entidad espiritual".