Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Viviendas de protección oficial en Santa Eugènia de Berga (Barcelona), de Bailo y Rull. Fotografía: José Hevia

Las propuestas de Manuel Bailo y Rosa Rull (ADD + arquitectura) y Alfredo Payá (noname29) ofrecen una buena oportunidad para reflexionar sobre el estatus actual de la vivienda y reconsiderar así su valor como producto social, elemento de integración y catalizador de la convivencia, más allá de las convulsiones económicas del momento.

La inmensa mayoría de nuestras viviendas no son arquitectura, sino plusvalía construida: un aumento del valor en venta de una materia prima -suelo, ladrillo o licencias- con el fin de obtener un beneficio económico. Al buscar éste sin freno, los productos alcanzan un precio superior a sus cualidades reales que, cuando no puede satisfacerse, provoca que el sistema encalle debido al desajuste entre expectativa (de venta) y realidad (de mercado). Esto es ampliamente conocido, por desgracia. Parece entonces pertinente preguntarse cómo mirar de nuevo la vivienda con ojos inocentes, sin pensar en ella como el equivalente actual del caucho o los bonos basura.



Manuel Bailo y Rosa Rull forman ADD + arquitectura y operan desde hace casi dos décadas en Barcelona. Alfredo Payá ha realizado desde finales de los ochenta la mayor parte de su obra en Alicante. Ambos equipos, de marcada personalidad, han terminado viviendas que tienen en común estándares mediterráneos, el uso de materiales crudos y un obstinado carácter social. Casi alquimistas, han logrado transformar el mero producto inmobiliario en calidad urbana y confort habitacional. Bailo y Rull acabaron hace algún tiempo un bloque de 18 viviendas sociales en Santa Eugènia de Berga (Barcelona), un pequeño pueblo de algo más de 2.000 habitantes. Visto desde Google, se aprecia cómo al minúsculo núcleo urbano se han adosado seis parcelas rectangulares de zona verde sin demasiada relación con el trazado preexistente. El proyecto, entre el casco histórico y esa trama hipodámica, transforma la orientación deficiente de las viviendas -mirando de frente al paisaje, pero también a poniente- en una virtud. Las terrazas y sus petos, además de funcionar como ampliación del hogar al aire libre, evitan el soleamiento directo en verano para crear un espacio umbrío, protegido pero abierto. Más allá de la gama de verdes de fachada o de la expresividad formal de los petos, las viviendas, relativamente ortodoxas, ofrecen un modelo comprobado y testado, no demasiado ajeno a un entorno al que parecen haberse adaptado con facilidad.



Exterior e interior de las viviendas de Alfredo Payá en San Vicente de Raspeig (Alicante). Foto: David Frutos

Las viviendas de Payá y su estudio, noname 29, en San Vicente de Raspeig, serían el caso opuesto. No sólo se encuentran en núcleo urbano de gran tamaño, sino que su aspecto exterior parece, incluso, un tanto tímido: mortero crudo en fachada, ausencia de color, volumetría ortogonal… un urbanita cívico entre los árboles. Observado de cerca, sin embargo, aparecen nuevos matices. Mientras que la planta baja queda abierta, en los niveles superiores las viviendas, en dúplex, comparten una calle privada, un acceso común donde tomar el aire o colocar las macetas. En la última, la sensación del usuario es ya la de estar en una minúscula vía peatonal. Payá lo describe como una secuencia en la que, de vuelta al hogar, uno pueda detenerse en los locales de la planta baja, comprar el pan, subir a su casa y quedarse charlando en el corredor de acceso. No todos los vecinos lo ven así. Desde que el bloque se ocupó, algunas quejas han apuntado a la permeabilidad de la planta baja, el espacio común ("desaprovechado") o la madera ("de palé") que delimita el núcleo de comunicaciones... "Te has lucido", le dicen algunos en persona.



"El cliente siempre tiene la razón" es una afirmación que por inercia todos -incluso el propio cliente- hemos asumido como axioma. Se podría argüir que el arquitecto ha actuado con paternalismo ingenuo y que no ha sabido entender las necesidades de los inquilinos. Esto, si bien podría ser cierto, deja en el aire una pregunta: ¿cuáles son realmente esas necesidades? Tanto la obra de Payá como la de Bailo y Rull articulan respuestas elaboradas que obligan a reflexionar sobre cómo vivimos, fomentan valores de convivencia y delegan responsabilidades en los usuarios, sin pensar en ellos como ocupantes pasivos o -un error muy repetido- como fuerza destructora. Esta visión reivindica lo popular frente al populismo, es realista sin caer en lo obvio y quizá ofrece, en respuesta a la pregunta del inicio, el medio para transformar nuestras viviendas, de una vez por todas, en hogares.