La crisis geométrica
El declive económico reformula las actuales formas arquitectónicas
2 noviembre, 2012 01:00Obras del CICCM, 2009 (Mansilla+ Tuñón)
Las curvas son casus belli habitual en arquitectura. Suelen caer en desgracia en tiempos de crisis, valoradas como mera extravagancia o capricho frente a la seguridad de los trazados cartesianos. Exponenciales o logarítmicas, vernáculas o paramétricas, enriquecen el infinito abanico de posibilidades formales y espaciales de la disciplina. Conocerlas es asumir sin prejuicios la historia de la arquitectura. Pero, ¿hasta qué punto está acabando la crisis con su expresividad? ¿Cambiará la recesión la fisonomía de nuestras ciudades?
Una decisión no tan singular como pudiera parecer. Durante el presente año, el Campus de la Justicia de Madrid ha reanudado su marcha con una notable incidencia: los equipos que habían ganado por concurso la realización de los distintos edificios (todos circulares, por el planeamiento) observan, poco a poco, cómo son rescindidos sus contratos en busca de otro modelo económicamente viable. Sin embargo, algunos de ellos estaban presupuestando sus propuestas en unos márgenes inferiores a los 1.000 E/m2, más que competitivos para un edificio público.
Nuestro milenio empezó en curva. La publicación del primer volumen de Esferas de Peter Sloterdijk -que comenzaba citando la inscripción de Platón en la entrada de la Academia: "Manténgase alejado quien no sea geómetra"- coincidió con la apertura del Guggenheim de Bilbao. Este modelo profetizaba una bonanza sin límites de una tecnología computerizada que, alineada con las posibilidades de la fabricación digital, produciría formas imposibles hasta la fecha. La primera década del 2000 fue un estallido de blobs y orografías artificiales que abandonaban la supuesta ortodoxia del plano para adentrarse en la complejidad de las superficies tridimensionales. El Rolex Learning Center de SANAA en Lausana (2010) es, posiblemente, la síntesis perfecta del cambio de estado al reinterpretar el espacio horizontalmente simétrico de Mies van der Rohe (en clave topográfica) e incorporar la apariencia de los cascarones resistentes del ingeniero suizo Heinz Isler (aunque despojados de su esencia estructural).
Rolex Learning Center (SANAA)
Al traste la fantasía
El péndulo se ha desplazado de nuevo. Hace un lustro que la atmósfera social ha quedado impregnada de un pesimismo que, alimentado del descontento político y el estrangulamiento económico, prescribe una arquitectura en negativo: antes de conocer lo que deseamos, preferimos especificar lo que no queremos. Los primeros indicios, curiosamente, se incubaron en el momento mismo de la explosión. En el cambio de siglo, el arquitecto japonés Toyo Ito diseñó un parque de relajación en Torrevieja, unas crisálidas de madera y cobre. Hoy es fácil encontrar en la red imágenes del estado de abandono en que han caído las instalaciones, víctimas incluso de un incendio durante el pasado marzo. La plaza de la Encarnación en Sevilla (del alemán Jürgen Mayer) fue recibida en su inauguración hace tan solo un año con gelidez, quizá provocada por una construcción tan estruendosa como decepcionante, incapaz de generar un espacio público competente.El cataclismo económico alimenta el patrón: así, proyectos premiados en concurso y ampliamente publicados, como el CICCM de Mansilla+Tuñón, o la torre lenticular del nuevo Campus del BBVA de los suizos Herzog & de Meuron, ambos en Madrid, habitan un limbo que no resulta aventurado atribuir a sus geometrías, tan certeras en su momento para convencer al jurado como temidas ahora por los administradores. Puede que sea cuestión de encontrar la oportunidad precisa: en 2002, el equipo alicantino Grupo Aranea ganó un centro de talasoterapia en Gijón -bautizado como ‘La Salamandra'-, cuyo despliegue formal les abrió las puertas del MoMA. Hoy, desligados del proyecto sus autores, su lugar en la ciudad ha quedado ocupado por un edificio muy diferente, más cercano a la anestesia del centro comercial que a la síntesis sensual originaria, mientras que las combas de esa primera experiencia han hallado fortuna transformadas en el proyecto del Observatorio del Medioambiente Urbano de Alicante.
Parque de la Relajación en Torrevieja (Toyo Ito). Foto: Rubén Bodewig
No solo cuestión de dinero
El edicto del Ministerio de Educación Británico acota las características formales de la arquitectura sin atender a elementos tanto o más importantes en la cuenta final de gastos, como la eficiencia energética o la calidad de la construcción. Según Fernando G. Valderrama, director general de Soft , autores del programa de gestión de costes para la construcción Presto, "cualquier módulo de costes tiene en cuenta condicionantes como la geometría, pero resulta llamativo que los británicos no hayan sido capaces de recurrir a parámetros profesionales. Poseen algunas de las mejores bases de datos como el Building Cost Information Service; es curioso que no hayan adoptado medidas mucho más sencillas, como limitar el precio por m2, por ejemplo".Esto no pretende convertirse en una lección de geometría o matemáticas, pero pudiera ser que todo se redujese a una cuestión de ecuaciones y elegancia. Subrayemos lo evidente: si el elemento más caro de un edificio suele ser la fachada, el factor de forma de la geometría curva siempre será más ventajoso que el del mismo volumen en un contenedor ortogonal. Traducido: el cilindro contiene el mismo volumen en una envolvente menor (en torno a un 12%) que el hexaedro lo que deviene, claro, en una menor superficie de fachada y un intercambio térmico más controlado. No es difícil adivinar detrás un intento por acotar las formas mucho más relacionado, en realidad, con la Academia que con el Banco. Resulta inevitable comparar la actitud del organismo británico con la de Gustavo Capanema, ministro de Educación y Salud brasileño, a quien Oscar Niemeyer retrataba en sus memorias -tituladas irónicamente Las Curvas del Tiempo- como uno de los adalides de la introducción del Movimiento Moderno en el país suramericano, donde las líneas ondulantes matizaron la rigidez positivista y cartesiana del Estilo Internacional.
Renunciar a las curvas supone despreciar un recurso enraizado en la historia que ha desembocado en espacios urbanos extraordinarios. Las curvas alcanzan en nuestras ciudades, desde el Royal Crescent de Bath a la Piazza Navona romana, algo de construcción colectiva y de voluntad de orgullo cívico, que no debería entrar en cuestión en una sociedad equilibrada. Su puesta en crisis despoja a los arquitectos de su potestad para intervenir sobre la forma de la ciudad y reitera su papel de sospechosos habituales: resulta cínico negar que la construcción de superficies de doble curvatura es escandalosamente onerosa si no se afronta de manera responsable; pero no parece razonable entender que el arquitecto optará necesariamente (y en contra de sí mismo) por la solución más suntuaria. Si lo que valoramos de la arquitectura es su capacidad de producir soluciones específicas en situaciones muy dispares, agostar su vocabulario limita la posibilidad de proporcionar respuestas satisfactorias. La biología y la propia ingeniería han enfrentado adecuadamente el problema: el análisis estricto de las tensiones y los intercambios superficiales han conducido a esas curvas como solución económica; y la arquitectura vernácula también ha elegido esas formas basándose en criterios de economía y estabilidad. Tomar la decisión de eliminarlas no tiene precedentes en la modernidad, salvo en situaciones delirantes.
Gardens by the Bay (Wilkinson Eyre)
Las curvas y la pujanza económica
Parece evidente que las administraciones públicas han dibujado una raya en el suelo. Aunque no es, en todo caso, una epidemia global: las curvas siguen siendo signo de pujanza económica, como demuestra la elección como edificio del año en el World Architecture Festival del proyecto Gardens by the Bay, una serie de invernaderos realizados por la firma británica Wilkinson Eyre en Singapur. Tal situación no parece trasladarse al mundo privado, que aún se permite lo terso frente a lo anguloso.Este artículo se escribe mientras avanzan las obras que sustituirán el siniestrado Windsor de Alas y Casariego por una grosera elipse de vídrio de un conocido centro comercial; en estos días también se anunciará el fallo del nuevo Bernabéu, un concurso en el que todas las propuestas han incorporado la curva como elemento de seducción, y el oligarca ruso Vladislav Doronin observa cómo Zaha Hadid termina la sinuosa residencia que Doronin compartirá con su pareja, la supermodelo Naomi Campbell.
En La geometría del amor, de John Cheever, el protagonista decide, al ver el rótulo de un camión que reza ‘Tintorería Euclides', buscar en el trazado de figuras regulares la paz de espíritu que la religión o la filosofía le niegan. Sus inclinaciones por los triángulos y paralelogramos se oponen al vértigo y la náusea de los arcos. Nunca sospechamos que el cuento de Cheever podría ser, en el fondo, un roman à clef de nuestra deriva económica. Y que, más allá de las prestaciones, nos iban a recortar también las formas.
¿Cambiará la crisis el aspecto de nuestras ciudades? No parece demasiado probable plantear un año cero, pero sí en el caso de las próximas iniciativas pública. Es posible adivinar que a la natural retracción se sume una notable dosis de conservadurismo. Pero, sólo por una vez, la lentitud y la inercia pueden constituir una ventaja, un escudo de la arquitectura frente a ideas peregrinas. Ésta (y es parte de su atractivo) suele proporcionar las respuestas más inesperadas en los momentos más difíciles, y en ningún caso acepta imposiciones contra natura. Toca esperar la siguiente oscilación.