Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Vista del interior del último edificio de viviendas de Soto y Maroto

El último edificio de viviendas de Soto y Maroto en Madrid puede observarse simultáneamente desde dos perspectivas complementarias: la urbana, como respuesta tipológica a un tejido en continuo cambio; y la administrativa, como punto final de la Vivienda de Protección Oficial en la capital, un modelo en claroscuro.

El dónde, el cómo y el cuándo examinan la pertinencia de una obra. Probemos con las viviendas que ilustran estas páginas. A los arquitectos les ha tocado construir una esquina o, por ser más precisos, el chaflán que une las calles Áncora y Méndez Álvaro en el barrio de la Arganzuela de Madrid, una de las escasas bolsas aún por desarrollar dentro del cinturón de la M-30. Ubicada al sur de las vías de Atocha, su parcelación en manzana, a retales, alberga con frecuencia construcciones de baja calidad. El reemplazo de la antigua edificación industrial por uso terciario y residencial mudará el descampado desarrollista en trama urbana consolidada. La ciudad que ahí encontramos es adolescente: inmadura y con carencias emocionales, pero elástica y vigorosa.



"¿Y dónde está el arquitecto que rehuye un solar irregular? Será sin duda quien no haya pasado de los principios más elementales del trazado de plantas", se preguntaba a finales del XIX el vienés Camillo Sitte. Álvaro Soto (Madrid, 1958) y Javier Maroto (Madrid, 1958), Solid Arquitectura, afrontan el examen y optan (el cómo) por una vivienda más culta que estadística. La geometría del solar y su tamaño permiten hacerse una idea del reto: una escuadra cuya hipotenusa (de unos 40 metros) es la fachada sur a la calle. La disposición en planta, en lugar de ceñirse a la alineación, adopta la forma de un peine o una mano de cuatro dedos. El bloque parece refutar su cualidad colectiva para superponer, en esencia, 20 viviendas unifamiliares, cada una con varias fachadas y sin paredes compartidas con los vecinos. El ladrillo oscuro del alzado permite reconstruir el volumen de la esquina, mientras que el más claro recubre las agallas por las que respira el edificio y sugiere su condición de cuerpo abierto en el que, tras la piel, como una anatomista, vemos la carne. Detrás, el patio abandona su condición residual para construir un paisaje de acceso a la casa, un espacio de encuentro común.



Vista del exterior del edificio de viviendas de Soto y Maroto

¿Cuándo? Se han terminado este año y ha recibido premios y parabienes. Su promotora, la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo de Madrid (EMVS), tiene su sede a apenas 500 metros de esta promoción, puede que una de las últimas que realice. A finales de octubre, el Ayuntamiento de Madrid anunciaba su intención de suspender la construcción de Viviendas de Protección Oficial (VPO) para reforzar la rehabilitación y el anémico mercado de alquiler. El edificio, por tanto, se convierte en una oportuna atalaya desde la que escrutar algunos de los aciertos y errores de este modelo en esta ciudad.



La desaparición de la VPO, a la que el Ministerio de Fomento parece sumarse, expulsa en la práctica a las administraciones públicas del mercado de la vivienda, tan instrumentalizado políticamente. Más allá de posibles disputas y paradojas -el derecho a habitar una casa no implica su posesión, algo hay que hacer con el stock ya existente, etcétera-, e incluso suponiendo que los promotores privados desarrollen una aguda conciencia social -cosas más raras se han visto- existen, considerando tan solo su carga cultural, razones para la duda. En contadas ocasiones, este modelo ha encontrado cierta ejemplaridad entre las estrecheces normativas y presupuestarias. Un aprendizaje tan sesgado y excepcional como se quiera, pero obviamente cercenado ahora e imposible en mar abierto. Si viviendas como las de Soto y Maroto representan a la postre su epitafio, no podremos menos que lamentar que así ocurra.