Desaparezca aquí
Soto y Maroto arquitectos
30 noviembre, 2012 01:00Vista del interior del último edificio de viviendas de Soto y Maroto
El último edificio de viviendas de Soto y Maroto en Madrid puede observarse simultáneamente desde dos perspectivas complementarias: la urbana, como respuesta tipológica a un tejido en continuo cambio; y la administrativa, como punto final de la Vivienda de Protección Oficial en la capital, un modelo en claroscuro.
"¿Y dónde está el arquitecto que rehuye un solar irregular? Será sin duda quien no haya pasado de los principios más elementales del trazado de plantas", se preguntaba a finales del XIX el vienés Camillo Sitte. Álvaro Soto (Madrid, 1958) y Javier Maroto (Madrid, 1958), Solid Arquitectura, afrontan el examen y optan (el cómo) por una vivienda más culta que estadística. La geometría del solar y su tamaño permiten hacerse una idea del reto: una escuadra cuya hipotenusa (de unos 40 metros) es la fachada sur a la calle. La disposición en planta, en lugar de ceñirse a la alineación, adopta la forma de un peine o una mano de cuatro dedos. El bloque parece refutar su cualidad colectiva para superponer, en esencia, 20 viviendas unifamiliares, cada una con varias fachadas y sin paredes compartidas con los vecinos. El ladrillo oscuro del alzado permite reconstruir el volumen de la esquina, mientras que el más claro recubre las agallas por las que respira el edificio y sugiere su condición de cuerpo abierto en el que, tras la piel, como una anatomista, vemos la carne. Detrás, el patio abandona su condición residual para construir un paisaje de acceso a la casa, un espacio de encuentro común.
Vista del exterior del edificio de viviendas de Soto y Maroto
La desaparición de la VPO, a la que el Ministerio de Fomento parece sumarse, expulsa en la práctica a las administraciones públicas del mercado de la vivienda, tan instrumentalizado políticamente. Más allá de posibles disputas y paradojas -el derecho a habitar una casa no implica su posesión, algo hay que hacer con el stock ya existente, etcétera-, e incluso suponiendo que los promotores privados desarrollen una aguda conciencia social -cosas más raras se han visto- existen, considerando tan solo su carga cultural, razones para la duda. En contadas ocasiones, este modelo ha encontrado cierta ejemplaridad entre las estrecheces normativas y presupuestarias. Un aprendizaje tan sesgado y excepcional como se quiera, pero obviamente cercenado ahora e imposible en mar abierto. Si viviendas como las de Soto y Maroto representan a la postre su epitafio, no podremos menos que lamentar que así ocurra.