Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Oficina en Madrid de Enrique Pujana. Foto: Juan Roldán

Este ejercicio de puesta en común de dos viviendas en Madrid y Barcelona, de Enrique Pujana y Arquitectura-G, promueve una reflexión: el interior de nuestras casas puede puede sustraerse de la decoración y reivindicar para sí la arquitectura. Una riqueza de la que depende, literalmente, nuestra vida.

En Vida de un escritor, Gay Talese relata su intento fallido de narrar el decurso vital de un edificio de Manhattan. Talese se centra en las personas que lo habitan, narra sus historias, pero deja a la arquitectura en segundo plano, solo observada desde fuera. Al final, apenas sabemos casi nada de la casa de la calle 63 (203, Este). Tan solo que está condenada al fracaso, que su impenetrabilidad de tótem impide comprender el porqué de su destino. Es una forma de verlo, pero también puede entenderse la casa desde dentro. Jerôme y Sylvie sueñan en Las cosas, de George Perec, con una nueva vida en una casa nueva. Todo el primer capítulo está escrito en condicional: así hubiera sido su casa ("si" pudieran, "si" tuvieran dinero o determinación). Y el resto, en pasado. Perec describe metódicamente -cómo si no, tratándose de él- esa casa soñada que habrá de alojar la vida material de dos pequeñoburgueses y, de paso ofrece una lección magistral de vida en suspenso. Lo importante es lo que se toca, el detalle, y la proximidad emocional al mismo.



Desde que el arquitecto se decidió a ser exteriorista, descuidó -quizá sin querer- lo que significaba construir y reformar nuestras casas, como si fuera algo superfluo, lejano a la disciplina. Curioso: la experiencia directa del 95% de la población respecto a la arquitectura ha quedado postergado como ejercicio de segunda fila -"hacer mano", que diría un pintor-. Como si lo doméstico no pudiera enseñarnos ya nada.



Arquitectura-G (un equipo de Barcelona compuesto por Jonathan Arnabat, Jordi Ayala-Bril, Igor Urdampilleta y Aitor Fuentes) y Enrique Pujana (quien trabaja habitualmente en Madrid con su socia Roberta Sartori) han realizado dos aproximaciones complementarias a lo cotidiano sin rutina. Ambos han planteado operaciones similares, pero con resultados divergentes. En los dos casos, la estructura del edificio, desnuda, funciona como ritmo y clave al que enfrentar la intervención: nuevas particiones que generen relaciones de tensión con el esqueleto de la vivienda. Pero mientras Pujana responde con verbosidad, como si no hubiera palabras suficientes para abarcar la minuciosidad de todo lo que se ofrece, el equipo barcelonés lo hace con un enigma.





Oficina de Barcelona de Arquitectura-G. Foto: José Hevia

El proyecto de la vivienda en el Putxet decide quedarse en los huesos. Debido a su situación en un bajo, con ventanas solo en una de las fachadas, se desechan las puertas y se reducen al mínimo las particiones. Se levantan tres tabiques de 2,20 m de altura. En total, menos de 30 m2 de pared que separan dos estancias. El elemento más llamativo es un diedro girado 45 grados respecto a la estructura existente, que queda pintada en blanco, al igual que las bóvedas del forjado. Hablamos de "estancias" porque, como ellos mismos señalan, no se pretende imponer un uso cerrado o definido a cada espacio, sino que el cliente deberá dotarlos de significado según le plazca o necesite. Conscientemente, no hay apenas construcción, pero sí arquitectura: la colocación de espejos o el revestimiento de las paredes con azulejo introducen reflejos del jardín en el interior, matizando la aparente sequedad del espacio con brillos feraces.



La vivienda de Arapiles, en Madrid, toma la dirección opuesta. La arquitectura espera al usuario, el protagonista, que debe poner en marcha la sucesión de pequeños trucos que encierra. Las puertas, inexistentes en el Putxet, son aquí esenciales. Un giro o un desplazamiento sirven para cambiar la distribución y aislar el despacho del salón, abrir vías inesperadas entre cuartos o revelar algunos pequeños gadgets ocultos. Lo que Enrique Pujana ha hecho es, en realidad, construir un mueble, un secreter lleno de paneles deslizantes y planos oblicuos e inclinados que discute con la antigua distribución del piso; tanto es así, que la entrada principal se vuelve de servicio, y al revés.



Ambos equipos coinciden también en pequeñas incursiones en el diseño industrial que, bien pensado, reproducen su arquitectura. Arquitectura-G basa su estrategia en decisiones abruptas y claras. Por ejemplo en Claudio: una silla de colores y arcos troquelados, cuyo diseño se origina al partir un anillo -¿el Coliseo?- en 43 porciones. Establecida la ley general, se asigna un color para particularizar cada pieza. Pujana no es que no se interese por esas decisiones, sino que prefiere la empatía de los dispositivos específicos. Una lámpara o un perchero pueden ser objeto de largas reconsideraciones y soluciones insólitas. También tuvo que afrontar un problema parecido en una vivienda de París, hace un par de años, y decidió construir una "habitación interior", para la que inventó un tabique flexible de aluminio que se desplazaba sobre ruedas y jugaba con los reflejos.



En realidad, lo mejor que se puede decir de ambas casas es que son muy poco de su tiempo, entendido éste como la obsesión por el minutaje que nos consume. Sin alteraciones significativas, podrían estar realizadas hace veinte años... Y, de hecho, lo están: es difícil no ver en la vivienda de Pujana, con su envolvente sobre muebles, ecos de un Gehry muy primerizo (el de la casa Davis en Malibú, de 1972) o algo de las operaciones radicales de Shinohara en el trabajo de Arquitectura-G. Se trata de dos respuestas habitacionales opuestas: la coreográfica frente a la ritual. Algo que puede no tener tanta importancia como lo que en realidad se intuye en el futuro de esos espacios, que afectará, sin duda, a la vida de sus ocupantes.



Hay varios motivos para recuperar lo doméstico. Es en la privacidad donde se relajan al tiempo las costumbres sociales y la normativa pública, primando lo sugestivo sobre lo obligatorio. Parece evidente que, en un país que aloja un parque de viviendas descomunal, la reforma de lo ya existente, su adecuación y su puesta en valor se revelan como alternativas lógicas a la recesión edificatoria. En segundo lugar, y no menos importante, la arquitectura se ha preocupado, sobre todo, ante todo, de cualificar el espacio. Nos hemos acostumbrado tanto a la vulgaridad de nuestras habitaciones, a lo insípido del producto inmobiliario que consumimos, que se hace necesaria una reconsideración. De inmediato.