El arte perdido del desapego
Ayer se inauguró en la Fundación ICO de Madrid la exposición Miguel Fisac y Alejandro de la Sota: miradas en paralelo, dos maestros de la arquitectura moderna española que cumplen este año su centenario.
18 octubre, 2013 02:00En 1996, al mes de fallecer Alejandro de la Sota, Josep Quetglas pronunció en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid unas palabras que bien podrían extenderse hoy a Miguel Fisac, José Antonio Coderch, Rafael Aburto (aún vivo) o Antoni Bonet Castellana, otros arquitectos también centenarios en este 2013: "El maestro -decía Quetglas- es un dispositivo que hace saltar una inmediata desconfianza ante lo obtenido. Impulsa, en una continuada insatisfacción, a ir más allá, hacia otra dirección, de diversa manera. Un maestro no convoca y agrupa. Esparce".
De todos ellos, la Fundación ICO ha apostado por una retrospectiva que apunta a Fisac y De la Sota, dos figuras tan reconocidas entre los arquitectos como inexpugnables para el público. Como la España de la época, la muestra comienza con edificios en el campo para acabar con casas en la playa: de la agricultura al turismo en apenas una generación.
La revisión, a través de media docena de obras en paralelo, es selecta, no exhaustiva: acentúa las tangencias vitales de ambos (origen en provincias, alejado de la arquitectura; finalización de los estudios tras el hiato de la Guerra; encargos vinculados a instituciones y organismos oficiales, como el CSIC o Correos) y señala un común punto de fuga en la década de los 70. Retrata, también, a Fisac y De la Sota como dos materiales: hormigón aéreo y acero miesiano.
La carrera de Miguel Fisac (Daimiel, 1913-Madrid, 2006) discurre entre la colina de los Chopos y el Cerro del Aire, un tránsito del clasicismo a la abstracción siempre bajo el aliento de una insatisfacción voraz. Los viajes al extranjero alentaron la progresiva modernización de su obra -con influencias de la arquitectura nórdica en el Instituto laboral de Daimiel (1953) o la americana en el Teologado de los Dominicos (Alcobendas, 1955)- hasta que en 1959 el hormigón pasa de mero recurso a motivo central de su trabajo.
Los desaparecidos laboratorios farmacéuticos MADE (Alcobendas, 1961) abren así una nueva etapa: la denominada de los ‘huesos', por la sección hueca de sus elementos estructurales. El Centro de Estudios Hidrográficos (Madrid, 1963), junto al Manzanares, bien pudiera erigirse en epígono de este período que culmina en los 70, cuando Fisac se deja dominar por su propia invención para dar lugar a obras extrañas, gustosamente epiteliales, de hormigones de aspecto mullido derivados de su patente de encofrados flexibles.
No siempre bien comprendido, el goteo de trabajo disminuye hasta 1977, cuando cierra su estudio. Una retirada sin derrota: en el 2000, casi nonagenario, vive un pequeño epílogo con la realización de un polideportivo en Getafe.
Alejandro de la Sota (Pontevedra, 1913-Madrid, 1996) deja a finales de los 50 dos obras cardinales: el Gobierno Civil de Tarragona (1957) y el celebrado Gimnasio Maravillas (Madrid, 1962), de presencia obligada en cualquier antología moderna. Su trabajo no fue ajeno a este reconocimiento y durante los sesenta replica esta impronta.
El aire industrial del Maravillas se multiplica en proyectos como el Centro Nacional de Investigaciones Metalúrgicas (Madrid, 1965) y la carga lingüística y urbana de Tarragona se aprecia, por ejemplo, en el Colegio Mayor César Carlos (Madrid, 1971) o las viviendas en la calle Prior (Salamanca, 1965).
Lejos de acomodarse, De la Sota se empeñó en un doble proceso de aligeramiento matérico y personal, cuyo inicio podría fijarse en 1975. Tras abandonar la docencia, los materiales ligeros y los perfiles metálicos determinan en su trayectoria una ética de la construcción que dará frutos a edificios enjutos, como los de Correos en Madrid (1975) y León (1981), la Casa Domínguez (Pontevedra, 1978) o los Juzgados de Zaragoza (1989).
Aún con obligada brevedad, debería aventurarse qué hace de la arquitectura de Fisac y De la Sota un ejercicio pertinente y memorable. El Centro de Estudios Hidrográficos y el Maravillas son casi simultáneos. Juntar estas dos obras, como proponen los comisarios de la exposición, muestra en ambos casos cómo la solución estructural determina sin intermediarios tanto la adecuación funcional como la calidad espacial de los interiores.
Aún mas: es una solución capaz de relegar al olvido la existencia misma del problema. Parecen más preocupados de resolver técnicamente el desafío y estructurar adecuadamente un programa que del aplauso de la platea; ofrecen una suerte de arquitectura por delegación, tan esquivamente sencilla que cuesta apreciarla como tal.
Esa aparente indiferencia es, en realidad, camuflaje de una meticulosidad obsesiva y excitante. Fisac es clínico y monomaterial: aprovecha la forma de las vigas para filtrar la luz constante de norte y facilitar así la observación de las simulaciones científicas en el interior. De la Sota, dialéctico y complejo, se sirve de la panza de las cerchas para albergar aulas en su sección y, al tiempo, iluminar desde el sur el gimnasio.
Queda la cuestión del magisterio. Discípulos aparte, De la Sota y Fisac no han sido sintetizados aún por un sistema en el que sus enseñanzas (fe ciega en la técnica, racionalismo socarrón) siguen siendo hoy más excepción que norma. Maestros de sí mismos, representan parte de lo bueno que se nos puede atribuir como país, y sufren (ellos y su legado) también nuestros dislates.
Pero son muestra consistente del poder de la arquitectura para hablarnos de nosotros mismos en un tiempo y un lugar. Siguen siendo, afortunadamente, problemáticos e imposibles de reducir a un cliché. Y siempre caminarán al ritmo de su propia música, lenta y remota.