Del negro más puro
Exterior de EXAC WU, de Eduardo Arroyo. Viena. Foto: Roland Halbe
El último proyecto del arquitecto Eduardo Arroyo, un edificio universitario en el nuevo campus de la Facultad de Economía en Viena, se reivindica como un ejercicio neto de arquitectura a través de mecanismos como la sensibilidad sensorial y la precisión interna.
Arroyo enuncia así las intenciones de partida: "queríamos deshacer un elemento genérico, permearlo de sensibilidad hacia el entorno y que los alumnos tuviesen al tiempo una educación espacial y académica". Eso es el qué. El cómo obedece a una doble agenda que, frente a la dictadura de un modelo anodino, opone conspiraciones geométricas y transparencia radical. La EXAC WU debía ocupar, en teoría, un volumen capaz de 25 x 13 metros en planta por 30 de altura; y ser un objeto académico y administrativo, un tipo que suele resolverse en modo moderno mediante un paralepípedo neutro y su habitual fachada de vidrio. De la misma manera, cierta lógica de privacidad ascendente aconsejaba dejar los usos públicos en las plantas inferiores. El resultado no es sumiso: deforma el sólido (cada nivel se distorsiona, incrementa sus espacios comunes y traza visuales hacia el paisaje del Danubio o la noria del Prater...) e invierte el orden interno (los estudiantes, arriba: el edificio es suyo).
Interior de EXAC Wu, Viena. Foto: Roland Halbe
El edificio de Arroyo, esta academia reflectante y mitteleuropea, puede entenderse como un autorretrato indirecto: "desplazamiento sobre tiempo en técnica mixta". En alguna de sus obras previas, como la Plaza del Desierto, en Barakaldo (2000), o la Casa Levene, en El Escorial (2005), ha seguido las huellas del paseante o esquivado los troncos de una arboleda. Eduardo Arroyo es devoto del vienés Karl Popper, de sus 'nubes', imposibles de acotar, y de sus 'relojes', a los que nada falta o sobra. En la fachada de la EXAC WU, logra un apunte sensorial intangible y equidistante de ambos: los nimbos cruzan de las ventanas al paramento oscuro sin saltos en su contorno. La adaptabilidad y precisión de esas imágenes popperianas revelan su obstinación, rayana en el perfeccionismo, por aprehender las cualidades que afectan específicamente al propio hacer disciplinar. Preservar la pureza del juego, se pierda o se gane, es un empeño extraño; como también lo es el expresarse exclusivamente y sin sentirse culpable por ello en los términos de un arcano transparente, aunque no invisible: la arquitectura.