Arquitectura por concurso
Competition. Oss, 2013
Cada vez son más visibles y numerosos los documentales sobre arquitectura. The Competition (OSS, 2013), sin embargo, no es tanto un filme para iniciados como para quien desee observar desde dentro una práctica peculiar: el concurso y sus pormenores. Como cualquier obra de valor plantea, además, interrogantes necesarios: en arquitectura, ¿qué significa concursar y por qué lo hacemos?
Para su rodaje, Borrego persiguió a los participantes de la segunda fase de la contienda por la construcción del Museo Nacional de Arte de Andorra. El material de partida era apetitoso: las bases determinaban que los contendientes serían premio Pritzker ("o similar") y que esos equipos -Zaha Hadid, Norman Foster, Dominique Perrault, Jean Nouvel y Frank Gehry- franquearían el acceso a las cámaras durante el proceso. En una profesión tan consciente de su propia imagen, la transparencia es tema sensible: en los primeros minutos, un Foster visiblemente incómodo responde a las preguntas del realizador antes de salir por la puerta -literalmente: abandonó por supuestos "cambios en las bases"-; el resto de participantes, salvo Nouvel, también intentaron esquivar el compromiso mediante una pantomima del arquitecto en acción, con declaraciones apasionadas o momentos inspirados frente a una maqueta. Y pese a ello, la filmación ilumina la naturaleza errática del proceso creativo, aburrido y excitante a partes iguales: si algo demuestra The Competition es que la trama de lo real carece de un guionista competente.
¿Qué lleva a un arquitecto a concursar? En España, es la única vía para acceder a determinados encargos: el artículo 138 de la Ley de Contratos del Sector Público obliga, para adjudicaciones superiores a 18.000 euros, a establecer competencia entre varios agentes. Esa pugna tiene su mejor expresión en el formidable dispendio económico y humano que supone el concurso público de ideas, una práctica en alarmante recesión. José Luis Barrero, director de la OCAM (Oficina de Concursos de Arquitectura de Madrid, del Colegio de Arquitectos de la capital) ofrece algunos datos relevantes: en 2010 se organizaron en España 189 concursos de ideas, frente a los 37 de 2013; el volumen de honorarios que esta oficina gestionó en 2008 -con Campus de la Justicia y la candidatura de Madrid 2016- fue de 48.000.000 de euros, hoy mermados a 290.000. Barrero aporta como causa esencial "la paralización prácticamente total de la promoción e inversión pública".
Para el contratante, el concurso es el mejor sistema posible al asegurar, sin apenas coste, un amplio abanico de soluciones; desde el otro lado, sin embargo, se aprecian tres fallas muy claras: las desproporcionadas exigencias económicas y curriculares impuestas en ocasiones para participar; la no siempre adecuada cualificación del jurado; y, por último, la irregular capacidad del convocante para hacer frente a sus compromisos.
The Competition. Oss, 2013.
Tampoco son infrecuentes los concursos encallados por la crisis (el mentado Campus de la Justicia) o desterrados al limbo (caso del Centro Internacional de Recursos de las Culturas Europeas en La Coruña o la Estación del AVE en Santiago de Compostela), sin fallo que comprometa al organizador pese al trabajo ingente de los participantes. Ante este panorama de dificultades crecientes y garantías menguantes, los arquitectos españoles compiten cada vez más en el extranjero. Carlos Arroyo ha ganado (y construido) dos proyectos en Bélgica: "los concursos en los que he participado allí tienen un formato semejante. En la primera fase, la documentación a presentar está cuidadosamente limitada en formato y cantidad; los seleccionados perciben una pequeña remuneración. Después, siempre hay una fase intermedia y anónima para la evaluación técnica, y una última que consiste en una sesión de presentaciones y debates, con el suficiente tiempo (puede durar varios días) para explicar cómo funciona de verdad un proyecto ante un jurado mixto de arquitectos, clientes y usuarios; es un procedimiento que permite ir más allá de la imagen."
Insistimos: ¿por qué se concursa? "Ganar" es una respuesta insuficiente y, visto el porcentaje de éxito, "participar" bordea la ludopatía. El quid debe estar en otra parte, lejos de la endecha plañidera. Para Borrego, los concursos forman parte del genoma del arquitecto, quizá los únicos profesionales que arriesgan pública y repetidamente su prestigio para conseguir trabajo, y cita las contiendas que dieron origen, por ejemplo, a las puertas del Baptisterio o la Cúpula de Santa María dei Fiore, en Florencia.
Los ejemplos son infinitos y, además, tienden a superponerse a la propia formación del arquitecto, quien aprende su oficio al mostrar su trabajo en público en las correcciones de un taller de proyectos y hacer de la comparación su propia identidad. Quizá ser arquitecto sea, ante todo, medirse. Y pretender, mientras se hace, que uno está cargado de razón, como si vencer siempre fuera, acaso, posible.