Image: Sobre mínimos

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Arquitectura

Sobre mínimos

21 marzo, 2014 01:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Residencia temporal de artistas (Ranchito 2014) en la Nave 16 de Matadero Madrid, de elii. Foto: imagensubliminal.com

Las intervenciones de pequeña escala terminadas recientemente por distintos equipos de arquitectura de Madrid y Barcelona permiten reflexionar sobre los prejuicios asociados a lo ínfimo. ¿Tiene sentido considerar esas microactuaciones, a estas alturas, arquitecturas inocuas?

¿Son éstos buenos tiempos para lo minúsculo? Un rápido paseo por la actualidad revela una miríada de oficinas enfrascadas (ocasionalmente o a tiempo completo) en microactuaciones. La arquitectura y los medios abonan cierto cliché paternalista y ambiguo: en estos momentos (de crisis), los arquitectos (jóvenes) aprovechan sus oportunidades en esa escala (inofensiva y barata). Pero no: lo mínimo no es precisamente una moda, ni esa arquitectura tiene por qué ser un placebo. María Langarita y Víctor Navarro, autores del Medialab Prado en Madrid, pero también del Trinkhalle, un gastrobar (por horas) en el Espacio Trapézio del Mercado de San Antón, rebaten la etiqueta apresurada: "Es un poco injusto pensar que es el momento de lo pequeño. No sé si a vosotros ahora os interesa más porque hay menos edificios que sacar. Ha estado siempre ahí, en obras de arquitectos como Enric Miralles. Al bajar la marea, los elementos que estaban ocultos se desvelan". Touché.

Langarita-Navarro no están solos: elii (Eva Gil, Carlos Palacios y Uriel Fogué) han terminado en febrero unos módulos-mueble que reconfiguran el ámbito general de la Nave 16 de Matadero Madrid; Jorge López Conde y Anni Tomich acaban de inaugurar la exposición de Laida Lertxundi en la Alhóndiga de Bilbao a partir de pequeñas máquinas visuales; Arquitectura-G (Jonathan Arnabat, Jordi Ayala-Bril, Aitor Fuentes e Igor Urdampilleta) ensamblaron en 2013 unas piezas dentro de unos apartamentos del Eixample para convertirlos en estancias turísticas; la oficina barcelonesa Takk (Mireia Luzárraga y Alejandro Muiño) levantaron un palio de flores durante el pasado festival Temps de Flors en Gerona... Equipos que trabajan desde presupuestos muy distintos, de lo efímero a lo permanente, pero que tienen en común una reseñable carencia de prejuicios hacia otras manifestaciones de lo construido, hacia esas arquitecturas dotadas del encanto de lo transitivo, que se apoyan en (y necesitan de, y dialogan con) otras mayores para existir, y hablan de dimensiones antes que de superficies.


Montaje de la exposición 'Llora cuando se te pase' de Laida Lertxundi en la Alhóndiga de Bilbao, por Jorge López Conde y Anni Tomich. Foto: José Hevia

Aunque pueda entenderse, por supuesto, que la causa de esta acumulación es esencialmente económica, no deja de resultar interesante que esos edículos, casas dentro de casas o cúpulas minúsculas estén, por una vez, en el centro de la disciplina. En realidad, tienen algo de la inmediatez y el "háztelo-tu-mismo" del punk: tonifican el músculo creativo y permiten riesgos que no admite la construcción convencional, reglada, certificada y mermada por una burocracia abusiva. Así lo ven Luzárraga y Muiño: "Estos proyectos ocupan gran parte del tiempo del estudio, incluso por encima del que dedicamos a la realización de concursos; para nosotros, son algo importante. Nos sirven para comprobar ideas y ver cómo responden los usuarios, a la vez que nos obligan a avanzar en nuestro trabajo". López Conde y Tomich, más cercanos al mundo de la moda, responden sin remordimiento o disculpa: "El museo de arte contemporáneo del presente está en las pasarelas de Milán, París, Londres o Nueva York. Es la representación de la industria más interesante del momento que une economía, sociología, nuevos medios de comunicación y las más altas prestaciones e investigaciones".


Módulos de descanso para 4 apartamentos en el Ensanche de Barcelona, de Arquitectura-G.

Otros ven lo pequeño como un momento de lo grande, como un paso meramente circunstancial: "Cada trabajo de la oficina tiene unas características y soluciones muy específicas; nos enfrentamos a cada uno de ellos con el máximo rigor", dicen Gil, Palacios y Fogué. "En nuestro caso, creemos que tiene más que ver con cómo se enfrenta uno a la profesión que con el contexto económico actual. Cualquier escala es buena: hacer bandera de lo pequeño o militar en ello es una torpeza", señalan desde Arquitectura-G.

A la pregunta de cuánto puede disminuir una arquitectura antes de convertirse en mueble, suele responderse con una socorrida cita del historiador germano Nikolaus Pevsner: "Un cobertizo para guardar bicicletas es una construcción; la Catedral de Lincoln es arquitectura". Esta fórmula ha acabado asimilando arquitectura y una cierta dimensión (y seriedad de propósito, cómo no). Pero esa afirmación cuenta ya con siete décadas de existencia, por lo que resulta un poco ridículo seguir afirmando su vigencia. "Se trata de un supuesto tan vago que bordea el racismo", respondería el británico Reyner Banham en Una caja negra. La profesión secreta de la arquitectura, su último texto publicado. Desde principios de los 40, cuando Pevsner acuñó su principio, se han sucedido casas desmontables, cúpulas neumáticas, hoteles cápsula, casas para chicas nómadas... toda una serie de intervenciones diminutas que, sin embargo, han redefinido la arquitectura tal y como la conocemos. En cuestiones de tamaño, Pevsner venía equivocado ya de casa: ¿qué haría si no paseando Jep Gambardella por el bramantino Tempietto di San Pietro in Montorio?