La piel dura del nuevo Borne
Enric Sòria y Rafael Cáceres
25 abril, 2014 02:00Interior del nuevo Centro Cultural del Borne, de Enric Sòria y Rafael Cáceres
La doble iniciativa de recuperación del Borne, mercado y plaza pública, arroja un resultado ambiguo. Pese a la evidente mejora, manifiesta la superficialidad con la que entienden las administraciones su compromiso con el espacio público.
La rehabilitación del viejo mercado conforma la parte más visible de la operación, culminada tras un tortuoso proceso de más de 15 años -la biblioteca prevista en el lugar se transformó en ágora cultural tras el descubrimiento de un yacimiento arqueológico y un prolongado debate-. El edificio decimonónico es una arquitectura sencilla de construcción sobresaliente. La lonja de planta basilical exhibe los restos, protegidos por una elegante cubierta de origen industrial; la delgadez del cerramiento se acentúa por la elegancia de la estructura: un conjunto de armaduras metálicas livianas como un juego de vectores. La rehabilitación de Sòria y Cáceres constituye un peculiar ejercicio de desaparición autoral y competencia técnica que desplaza el protagonismo a la construcción preexistente. Las nuevas operaciones son discretas: cuatro salas rectangulares ocupan las esquinas del conjunto y quedan delimitadas por un nuevo entramado metálico, alineado a su vez con los pórticos del esqueleto de fundición.
El diseño urbano, la otra parte de la actuación, está íntimamente unido al Mercado. Mientras que el edificio exhibe la memoria de manera literal, la peatonalización del nuevo entorno, de Buil y Riba, recrea dos instantes temporales en plano de igualdad. Aún hoy, al mirar el mapa de Barcelona, la zona se entiende como un costurón entre la Ciutat Vella y el Ensanche. Esa morfología responde a su origen político: el derribo de unas manzanas para conformar el glacis de la fortaleza de la Ciudadela -resultado directo de la caída de Barcelona en 1714, en el penúltimo acto de la guerra de Sucesión- y el posterior borrado en el siglo XIX de la trama primigenia, mediante el levantamiento de las piezas ortogonales del mercado y sus edificaciones colindantes. En el Borne, la recreación de las antiguas trazas del barrio de la Ribera atraviesa el marco edilicio e invade el espacio público: memento mori.
Discutir sobre lo afortunado de este tatuaje es un debate menor si se contextualiza en la escala de decisiones del proyecto. Al levantar la piel, la arquitectura vuelve a revelar su condición de convidado de piedra en la configuración de la ciudad. Hágase un análisis canónico del conjunto; en planta como, sin duda, fue concebido, el grafiado del pavimento y el cómo rompe el corsé edilicio recuerda a los combines de Robert Rauschenberg. Mientras, la sección permite entender cómo han evolucionado las sensibilidades en las últimas décadas: la excavación del mercado musealiza los restos históricos, los mismos que devoró en su día el aparcamiento bajo la plaza. Pero la explanada del nuevo Borne, aunque preferible a la situación anterior, constituye una evolución todavía insuficiente: las forzadas disposición perimetral del arbolado -no podría enraizar en otro sitio- y escasez de lugares de asiento -salvo pago en las terrazas- dejan claro que el espacio urbano debe dar dinero y no problemas. Es importante que así sea, no vaya a ser que la gente, en menos de nada, se sienta cómoda y se quede.