Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Vista de las murallas de Palma de Mallorca. Foto: Gabriel Ramón

Los arquitectos José Antonio Martínez Lapeña y Elías Torres comenzaron hace ya 30 años a intervenir en las murallas de Palma de Mallorca, una obsoleta estructura militar transformada en bastión cívico. Los trabajos han llegado a un alto. Conviene apreciar lo recorrido.

La obra de José Antonio Martínez Lapeña (Tarragona, 1941) y Elías Torres Tur (Ibiza, 1944) difícilmente puede merecer el calificativo de apresurada, si bien en las murallas de Palma de Mallorca juguetea con un em>tempo cuasi-geológico. Culminada hace tan solo unos meses, la rehabilitación del Baluarte del Príncipe puntúa el proceso de adecuación urbana de la antigua fortificación de Palma, que tuvo su inicio en 1983 y se ha prolongado a lo largo de tres décadas, seis fases y algo menos de un kilómetro en actuaciones de diverso carácter.



Carece de sentido, entonces, considerar ésta última etapa como actuación aislada, tanto en el tiempo como en el espacio. Si se observa en planta la trama de la ciudad, puede distinguirse la traza dentada de la antigua muralla, demolida en su tramo norte a finales del siglo XIX. El glacis se encuentra ahora ocupado por una oscilante avenida de hasta seis carriles de circulación. En el frente marítimo, no obstante, la cercanía al casco histórico y la presencia de la Catedral han propiciado su mantenimiento y, por ende, la necesidad de dotar de un componente cívico a la estructura militar.



Los primeros pasos de la actuación de Torres y Martínez Lapeña se ubican en el Baluarte de las Bóvedas, a los pies de la Catedral. Desde ahí y siempre hacia poniente se han ido recuperando zonas como el Baluarte de Berard o la plaza de Llorenç Villalonga, para incorporar arbolado, ensanchar el paseo y dotar a los nuevos espacios de pequeñas infraestructuras de servicio.



Detalle de la restauración de la muralla. Foto: Gabriel Ramón

La pregunta recurrente suele ser si, al enhebrar trabajos de instantes tan diversos, la obra debe ser fiel al inicio del proceso o al autor mismo en cada uno de los momentos. Aunque hay ejemplos que sustentan ambas posturas, aquí los arquitectos se decantan por la primera. "Eso siempre pasa (apunta Martínez Lapeña para El Cultural). Al principio se realizó un estudio general de las murallas, de punta a punta y se han seguido esas pautas con cierta exactitud". El visitante, al recorrer el conjunto, puede apreciar algunas de esas pautas, rasgos unitarios (caso de la materialidad) inalterados desde el principio: se hace uso intensivo de la autóctona piedra de marés, así como de una pieza de pavimento en hormigón diseñada específicamente y tratada en el color dorado de ésta. Hay, además, determinadas formas de hacer (como el uso de geometrías sesgadas, invención tectónica y determinado carácter lúdico) recurrentes en el trabajo de Lapeña y Torres, que también se detectan en otra de sus obras palmesanas: el (cercano y asimismo estimable) pórtico de la iglesia de San Gaietà.



En un añejo texto sobre la Seu de Palma, Elías Torres describía la actuación que allí realizaron Antoni Gaudí y Josep M. Jujol (actuación que, casualidades, cumple cien años en este 2014) como "tan exigua en cuanto a los medios empleados, que es exagerado verla como rehabilitación, y mucho más lo sería ver en ella una obra aislada". No es desprecio, sino reconocimiento de la coherencia y respeto de sus maestros hacia el espacio de la catedral. Medios aparte (aquí también medidos), algo así va sucediendo con cada uno de los trabajos en la muralla de Palma realizados por el despacho barcelonés.



El nuevo Baluarte del Príncipe se muestra aún algo desnudo, sobre todo si lo comparamos con la exuberancia de las primeras fases; están por llegar un pequeño edificio de servicios, el tratamiento del foso anejo y la restauración de los arcos del Pont de la Porta des Camp. El tiempo, que solemos utilizar como combustible, llega aquí en cantidades discretas, precisas. Más puntual que urgente, la intervención va envejeciendo sutilmente y confundiéndose, como el camaleón más lento del mundo, con las piedras viejas. Continuará.