Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Bar Nou, Barcelona. Foto: José Hevia

Que alguien haga cosas muy diferentes no debería resultar, a estas alturas, sorpresivo. Que, como en el caso del estudio barcelonés MAIO, esa amplitud de miras no desemboque en la obviedad turística resulta menos habitual. Su trabajo demuestra cómo la práctica arquitectónica puede construirse a través de la confluencia de varios intereses.

En la superficie estrecha y larga de una mesa conviven, sin conflicto aparente, labores editoriales, críticas, académicas e, incluso, un coqueteo incesante con la arquitectura en serio. Esa mesa está situada en un estudio propiedad (y obra) de MAIO, el equipo formado por Maria Charneco, Alfredo Lérida, Guillermo López y Anna Puigjaner (de 1975, los dos primeros, y 1980, los últimos). Cuando se les plantea si esa variedad es un problema, hay un oscilar de cabeza no demasiado atormentado: "somos muy dispersos, sí, aunque lo cierto es que se trata de una actitud que al final te conforma; nos sentimos a gusto en nuestra nebulosa". Si se quiere ser disperso y, además, fructífero, es necesaria cierta dosis de disciplina. MAIO embotella su estado gaseoso mediante el uso obsesivo del orden y su materialización, el formato; los 12,5 m del tablero de su oficina pueden entenderse así: sea lo que sea, todo debe adaptarse y pasar por ahí.



Una de las variables que unifican su cuerpo de trabajo es la obsesión estratégica. Pasa por no hacerse trampas al solitario: una revista, por ejemplo, ha de tener una estructura nítida que se respetará siempre; si en un concurso se decide meter dos barcos en un espacio VIP, el enunciado formal será ese y no otro (no ganaron, claro; Duchamp no casa con el consenso). Otra de sus características sería una cierta irónica. Peligro: ese término, ironía, ha tenido mala prensa en arquitectura desde que devino en un sinfín de muecas chistosas que ahogaron los últimos pecios del posmodernismo. Sin embargo, aunque la inquina pueda estar justificada (una actitud que fue coartada de edificios deplorables), MAIO explora algunas vías para superar ese trauma con inteligencia.



La ironía es una fuerza transformadora: no parte de cero, sino que conlleva la utilización de un material previo. Para que sea fértil, no obstante, hace falta algo más que abandonarse a un juego referencial más o menos culto. Es obligado compartir ciertos lazos con el espectador: está bien ser agudo, pero es mejor ser, además, simpático. Un ejemplo sería el recién abierto Bar Nou, en el centro histórico de Barcelona. La obra bebe de algunos de los interiores de Studio PER o Pouplana. De ellos toman prestado el gusto por lo escenográfico, como esas bóvedas de madera que sirven de recurso espacial identitario y serían reproducidas, por tanto, en locales futuros de la marca. Recrean, incluso, algunos de los tics estilísticos de los que tanto haría uso cierto posmodernismo venturiano, como los iconos de neón que reproducen los ingredientes del pa amb tomàquet. Pero los MAIO hacen algo más que copiar un modelo con reverencia.



Microurbanización en la Avenida Vallcarca, Barcelona. Foto: José Hevia

Insuflan una trasparencia muy contemporánea, tanto en lo constructivo (el trasdós de los techos cilíndricos es perfectamente visible en determinados puntos) como en un gusto por lo ritual no exento de sorna: los empleados preparan la tapa a la vista de todos en una especie de púlpito o, como ellos mismos dicen, una cabina de DJ.



Lo ecléctico de sus aproximaciones sólo puede entenderse por la ya mentada obsesión estratégica. Los hilos que unen, por ejemplo, su trabajo más reciente (una intervención urbana en la avenida de Vallcarca) con uno de los primeros (el stand para la industria del vidrio en Construmat, una sutil estructura de triángulos suspendida de unos globos de helio), explican el territorio como esa malla neutra en busca de autor, tan propia de las vanguardias de Superstudio o Archizoom Associati. Tanto da si el objeto es la calle o una feria de muestras: se trata de un espacio público que puede ser rápidamente activado por pequeños dispositivos cambiantes para dar sombra, acoger una verbena o preparar la escena de una inauguración.



Quizá, todo esto (el juego emocional, la referencia sin culpa) pueda apreciarse mejor desde otra perspectiva. Para ello, es necesario levantar la cabeza de la mesa de MAIO (que tan bien ha funcionado como dique de contención) aunque no sea para ir demasiado lejos. A principios de abril, abrieron un nuevo hueco en su estudio, un espacio de eventos. Su oficina, así, ha dejado de ser un ámbito exclusivamente privado para acoger pequeñas exposiciones o conferencias, con los ponentes encaramados al hueco y los pies colgando.



Bautizado como TheWholeHoleHall (pronúnciese "de-jol-jol-jol") este altillo es fruto de la colaboración entre los propios arquitectos, el diseñador Curro Claret y el comisario suizo Moritz Küng. El nuevo cubículo-formato subraya los vínculos del despacho con el mundo del arte, un ámbito que (como muestran las piezas presentes en la exposición en curso de la madrileña García Galería) permite entender su ausencia de corsés disciplinares casi como declaración de principios, tan obstinados y orgullosos en su cinética.



Desde hace algunos años (dos mil, o así) se viene discutiendo si la arquitectura es una única cosa (lo construido), la idea de una cosa (lo proyectado) o bien un conjunto de sistemas que tienen su origen en una cosa, pero podrían abarcar la realidad al completo (los fundamentos). Hace tan sólo unos días se ha hecho pública la participación de MAIO en la primera Bienal de Arquitectura de Chicago. Aún no saben qué harán y si será, siquiera, arquitectura comme il faut. El qué, a decir verdad, puede que tampoco importe demasiado. El quid, ya se ha dicho, está en el cómo.