Biblioteca Nacional de Qatar diseñada por OMA, la oficina del holandés Rem Koolhaas. Foto: Delfino Sisto Legnani and Marco Cappelletti © OMA
Resumir un año en términos de arquitectura implica reconocerla como un campo de especialistas, una cosa segregada de las noticias generales. No vamos a decir que no sea así -tanto no hemos avanzado en doce meses-, pero sí que esa separación, en ciertos aspectos, parece estar afinándose. Mientras en el mundo se dirimen las consecuencias del #MeToo, en arquitectura se han vislumbrado las primeras grietas de ese pacto de silencio que la había preservado, tanto en lo laboral como en lo ético, como un territorio de excepción. Un par de ejemplos: el norteamericano Richard Meier, autor del MACBA, ha tenido que abandonar la firma que lleva su nombre, a raíz de las acusaciones de acoso sexual efectuadas por antiguas empleadas; y la prestigiosa ETH de Zúrich ha abierto una investigación a uno de sus profesores -anónimo, aún- por un asunto similar.La cosecha de obras del curso ha resultado algo más magra, aunque OMA, la oficina del holandés Rem Koolhaas, se descolgó a inicios de año con un diamante profundo: la biblioteca de Qatar. Su rotundidad, que evoca logros pretéritos del estudio, como la Casa da Música de Oporto, abrió una veda continuada por otras piezas como la sutil linterna del Teatro Regional de Concepción, del chileno Smiljan Radic, o el escueto clasicismo de la James Simon Gallery, de David Chipperfield, quién sabe si punto final a un cuarto de siglo de trabajos en la Isla de los Museos de Berlín.
En España, el equipo mallorquín formado por Irene Pérez y Jaume Mayol, TEd'A arquitectes, se hizo con galardones en la Bienal Española y los FAD con la escuela infantil en Orsonnens (Suiza), una obra que parece trasladar a otras geografías y escalas la, hasta ahora, precisa tectónica doméstica del estudio. Por su parte, Atxu Amann, Andrés Cánovas y Nicolás Maruri se alzaron con el codiciado concurso para el Pabellón de España en la Expo de Dubái 2020, galardón que obtuvieron casi a la vez que abrían otro pabellón nacional, el de Bienal de Venecia, capitaneado por la primera. A pocos metros de ese espacio, la representación de Holanda quedó a cargo de otra arquitecta formada en nuestro país: Marina Otero. Poco más se puede contar de una Biennale, a tenor de las crónicas, particularmente átona, grisura quizá esquivada por acciones puntuales como las doce capillas promovidas por el Vaticano, una de ellas al cargo de los barceloneses Flores & Prats.La cosecha de obras del curso ha resultado magra, a pesar de diamantes como la biblioteca de Qatar de OMA
Este también ha sido el año del centenario de Francisco Javier Sáenz de Oíza, un maestro oculto tras sus hitos madrileños, Torres Blancas y el Banco de Bilbao, y de Aldo van Eyck. El arquitecto holandés figura con justicia en las antologías del siglo XX, reconocimiento un tanto paradójico para un arquitecto rudo y empático, más pendiente del usuario que del especialista. Algo parecido se puede decir del Pritzker de este año. Balkrishna Doshi, el arquitecto hindú galardonado, más allá de sus trabajos junto a Le Corbusier y Louis Kahn, cuenta con una valiosísima obra propia, tan coherente en lo material y lo humano como poco interesada en el aplauso.
En cuanto a los fallecimientos, los de Paul Virilio, Antoni Ubach o Paul Andreu se suman a la marcha en septiembre de Robert Venturi, un erudito empeñado, entre su arquitectura y sus escritos, en admirar lo vulgar sin paternalismos, como si fuera realmente bello, en sintetizar lo espontáneo. Una taxidermia de lo real: quizá nada refleje mejor este 2018.