Afable y pausado, Juhani Pallasmaa (Hämeenlina, 1936) remata sus frases durante su charla con El Cultural con una risa queda. Y es que el finlandés es conocido, sobre todo, por Los ojos de la piel (1996), donde manifestaba, hace un cuarto de siglo, sus reparos frente al sesgo visual de la arquitectura: ya podían gustarnos las fotos de nuestros edificios, que era nuestro cuerpo quien los soportaba. Ese ensayo se convirtió en un clásico; el título más conocido de una carrera que abarca medio centenar de libros y más de cuatrocientos escritos. La producción se completa ahora, por partida doble, con la reedición de Animales arquitectos (Gustavo Gili, 2020) y una nueva compilación de conferencias, Tocando el mundo (Asimétricas, 2019), cuya presentación le trajo a principios de marzo a la Escuela de Arquitectura de Madrid desde la de Barcelona, donde ejerce de profesor invitado en este 2020. Ironías de proclamar lo táctil en tiempos de coronavirus: mejor no darse la mano.
Pregunta. En su nuevo libro, Tocando el mundo, menciona que cerró su estudio en Helsinki hace casi diez años. Tan interesado como está en la experiencia de la arquitectura, ¿no añora crearla?
Respuesta. Al principio pensé que sí, pero he aprendido a escribir de una manera en la que siento que estoy haciendo arquitectura. No teorizo, sino que me apoyo en mis experiencias, incluso me sirvo de las mismas imágenes mentales a las que recurría cuando proyectaba.
P. Hace años, prefería presentarse como un amateur.
R. Detesto la palabra experto, porque implica una perspectiva muy cerrada. Creo que nuestro mundo sufre, precisamente, a causa de esos enfoques tan restrictivos. En nuestra cultura existe cierta tendencia a sobrevalorar posiciones que se asientan en lo que denominamos ‘perspectiva científica’. Pero la ciencia no puede decidir lo que es más significativo para la vida de las personas, algo que, para mí, se encuentra en la literatura, la poesía o la pintura.
“La arquitectura puede orientar el progreso si logra sensibilizar al ser humano. Su poder reside en que está presente en todo momento"
P. ¿Tiene la arquitectura actual un problema de empatía?
R. Absolutamente. En gran medida, lo considero un problema derivado de la propia modernidad, con la excepción de algunas obras maestras y construcciones del primer funcionalismo, dotadas de poesía y emoción. Es el caso de las Siedlungen, esas primeras promociones de viviendas sociales que, vistas hoy, nos parecen utopías: pudimos haberlo logrado. Pero, como explica Martin Heidegger, hemos perdido nuestra capacidad de habitar. La cultura del consumo nos ha convertido en consumidores de nuestras propias vidas. Sin embargo, los campesinos todavía saben hacerlo.
La importancia del arraigo
P. Suele escribir en inglés…
R. Lo prefiero por dos razones: la mayor parte de las cosas que leo están escritas en inglés y, más importante aún, puedo imaginarme sin esfuerzo al lector angloparlante, pero no al finlandés. Me siento muy solo en mi propio país, como un forastero.
P. ¿Cree que su pensamiento se hubiera desarrollado igual en otro lugar?
R. No. Me marcaron mis años de formación, durante la guerra, que pasé en la granja de mi abuelo; a veces llamo jocosamente a mis escritos “fenomenología de granjero”, porque no tenía otra cosa que hacer que observar. Edmund Husserl estableció la fenomenología como una “mirada pura” [reine Schau, dice en alemán], la que aún trato de conservar.
P. Usted afirma que la arquitectura constituye un instrumento para entender la historia y el tiempo.
R. Sí, ese es uno de sus principales desafíos. Las ciudades tienen una historicidad que doma el tiempo y lo hacen comprensible para nosotros. Pero la arquitectura es, asimismo, una extensión de nuestros recuerdos y, en cierta medida, de nuestra imaginación. El biólogo Richard Dawkins, en su libro El fenotipo extendido (1982) afirma, por ejemplo, que la presa de un castor debería ser parte integral de lo que entendemos por castor. De la misma manera, una ópera debería ser parte de la definición de Homo sapiens. Entiendo la arquitectura como un ente de relaciones, no como un fin en sí mismo. La modernidad cree en el objeto arquitectónico, pero yo no.
P. ¿Ha aportado algo positivo esa modernidad?
R. En sus mejores ejemplos, ha prolongado la idea de unidad de las artes, algo que la actitud pragmática ha diluido casi por completo. La arquitectura profesionalizada y comercializada carece de sentido ético y de empatía, se ha convertido en un negocio; ha perdido su posición en cuanto a arte para convertirse en un mero servicio profesional.
P. ¿No tiene algo de paradójico? La arquitectura debe provocar emociones, pero también ser universal y funcional.
R. No creo que exista conflicto alguno; la funcionalidad existe en un nivel completamente diferente al de las implicaciones existenciales. El arquitecto debe tener ambas en cuenta. Alvar Aalto, por ejemplo, solía decir que obtenía su mayor inspiración de la propia realidad. La emoción no reside en el objeto, sino en su experiencia. Los arquitectos no hacemos otra cosa que restablecer la emoción que se depositó en el objeto cuando fue creado; pero no se puede transferir: debe revivirse.
P. Cita con frecuencia a Eugenio d’Ors: “Todo lo que no es tradición, es plagio”. La idea de que la tradición debería revigorizarse está muy presente en sus escritos.
R. Solo resulta posible crear en contacto con la tradición; la novedad por sí misma carece de sentido. El volumen del filósofo noruego Lars Fredrik Händler Svendsen A Philosophy of Boredom (2005) explica por qué el aburrimiento contemporáneo surge de una supuesta novedad que, en realidad, se ha convertido en repetición. La tradición no remite más que al arraigo. Y esto es lo que trato de enseñar a mis estudiantes: solo desde el arraigo se puede ser auténticamente creativo; nuestras ideas provienen de nuestras raíces. En el consumismo contemporáneo, los aspectos estéticos o la belleza se han tematizado, lo que me hace desconfiar: no deja de ser una actitud manipuladora frente a la belleza.
P. Sus textos articulan una crítica sobre nuestra sociedad y su obsesión por el consumo. ¿Cree que la arquitectura es capaz de redefinir el “progreso”?
R. Toda esa obsesión por el progreso ha conformado una actitud equivocada. En el mundo del arte no creo que puedan detectarse progresos significativos: las pinturas clave de la historia nos hablan hoy con la misma fuerza que el arte actual. Pero sí creo que la arquitectura puede orientar el progreso si logra sensibilizar al ser humano. Su mayor poder reside en que está presente en todo momento. Es un arte de baja intensidad: podemos leer un poema de tanto en cuanto, pero la arquitectura no es una opción. Siempre vivimos en ella.