La Biennale ha sabido siempre demostrar una capacidad premonitoria y este año confirma su sagacidad con la 17.ª Exposición Internacional de Arquitectura. El actual comisario, Hashim Sarkis (Beirut, 1964), eligió el tema en un mundo todavía prepandémico, pero su pregunta How will we live together? (¿Cómo viviremos juntos?) está hoy más de actualidad que nunca. Después de posponerse dos veces, este fin de semana se ha inaugurado una edición tan radical como técnica en la que la presencia española es abrumadora.
El equipo curatorial ha sabido aprovechar este tiempo aportando novedades como la retransmisión del montaje, el reciclaje de los proyectos expositivos que podrán viajar por todo el mundo a partir de noviembre y una intervención, de Matilde Cassani, Ignacio G. Galán e Iván López Munuera, que transforma los baños en un estético lugar no-binario. Se ha creado también una colaboración con la Bienal de Danza y desarrollado el área ¿Cómo jugaremos juntos? en Forte Marghera, pensado para el disfrute de los más jóvenes.
Y es que esta es una edición reivindicativa, inclusiva y para todos los públicos, ya que algunas obras del Pabellón Central se presentan como una enciclopedia sensorial en la que las infografías sobre el consumo se complementan con auténticas experiencias. Gracias a la biotecnología, se ha resucitado la fragancia de una flor hawaiana extinta en 1912 a causa del colonialismo y una instalación inmersiva permite sentir su olor. A pocos metros, un gran cubo metálico reproduce el temible sonido de los glaciares al desplomarse ante la preocupante crisis climática.
Las corderías del Arsenale albergan montajes de gran envergadura que promueven la sostenibilidad, critican el especismo y aportan soluciones a través de la arquitectura molecular. En esta parte, además de enfoques filosóficos y especulativos, se presentan materiales como innovadoras fibras de vidrio y carbono aplicadas a la construcción. Aunque no son muchas las propuestas que hacen frente a la actual emergencia sanitaria, el Hospital del Futuro, llevado a cabo con el apoyo de Matadero Madrid, es sin duda la mención más directa. En esta obra audiovisual liderada por Reiner de Graaf, del estudio de arquitectura OMA, los visitantes observan desde camillas. Se estima que los cuidados seguirán automatizándose y que las curas en remoto propiciarán espacios más individualizados. Se prevé que los centros sanitarios se conviertan en lugares parecidos a un almacén de Amazon, desde donde nos harán llegar los tratamientos a casa.
En la selección principal de Hashim Sarkis participan cuatro estudios españoles: LACOL, cooperativa barcelonesa de arquitectos que cuestiona la dicotomía público/privado creando espacios híbridos de participación; Miralles Tagliabue EMBT, con su solución para un conjunto de viviendas en torno a un mercado en París, la cual incluye terrazas planteadas como huertos urbanos; PRÁCTICA, estudio que presenta su trabajo para la regeneración y renaturalización del río Somes en Cluj-Napoca, Rumanía; y ROJO / FERNÁNDEZ-SHAW con una instalación mucho más conceptual que incide en las diferencias entre turismo y migración.
La también española Chus Martínez ha comisariado uno de los mejores aciertos de toda la exposición: el emplazamiento de una obra monumental de Giuseppe Penone (Italia, 1947) en las sugestivas Gaggiandre del Arsenale. The listener (El oyente) está compuesta por un olmo que emerge del agua sosteniendo una enorme piedra entre sus ramas, una escultura que invita a reflexionar sobre la escucha a través de la sensibilidad invisibilizada de la naturaleza.
El protagonismo de España en esta Bienal se empezó a fraguar hace tiempo, cuando el comisario decidió otorgarle el León de Oro a la Carrera a Rafael Moneo (Tudela, 1937) como “uno de los arquitectos más innovadores de su generación”. Un reconocimiento acompañado de una exposición que recorre los hitos proyectados por el navarro. Llevada a cabo en el icónico Pabellón Stirling, esta retrospectiva evidencia el talento de Moneo con maquetas de edificios tan emblemáticos como el Kursaal de San Sebastián o el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.
En cuanto a las participaciones nacionales, el Pabellón de España, comisariado por los arquitectos Sofía Piñero, Domingo J. González, Andrzej Gwizdala y Fernando Herrera, es una de las propuestas que más impresionan. Uncertainty (Incertidumbre), tiene como eje central una nube de hojas de papel perfectamente colocadas donde se pueden ver todos los proyectos recibidos para llevar a cabo la exposición. Una instalación envolvente y efectista que da paso a otras secciones donde se muestra una selección de los trabajos. Entre las obras expuestas destacan unos paneles digitales que traducen los movimientos de los visitantes en imágenes y un poema del recién fallecido Joan Margarit.
Tampoco deja indiferente el discurso del Pabellón Danés en torno al uso del agua. En todo el edificio, un circuito de tubos transporta este líquido para potabilizarla, regar una serie de plantas aromáticas o causar inundaciones cuando se dan excesos. En la última sala (protagonizada por una plataforma flotante construida a partir de material reciclado), el público se sienta para tomar una taza del té producido enteramente en el pabellón. Se cierra así el círculo: la omnipresencia del agua nos ubica dentro su recorrido y nos conecta con el árbol de verbena que alberga el jardín, originador del tema escogido.
Igualmente revelador, el Pabellón de Irlanda analiza los procesos termodinámicos en la distribución de datos subrayando la materialidad de la era digital. Para ello, se ha construido un gran archivo abierto, una torre metálica que borra la fantasía de la comunicación como algo etéreo. Dublín es actualmente la capital europea del almacenamiento de datos y con esta instalación quieren advertir que estos centros consumirán el 31% del gasto de electricidad de toda Irlanda a partir de 2027.
Cada país ha interpretado la pregunta de Sarkis con total libertad, pero solamente algunos han sabido representarlo a través de montajes notables como Chile, Letonia y Filipinas. Una edición en la que, a causa de la pandemia, faltan algunos países históricos como Australia y Canadá, pero el número de participantes nacionales se mantiene en sesenta.
La Bienal representa mucho para la ciudad de Venecia, con la que siempre ha trabajado de la mano. De hecho, este año se ha restaurado la antigua taquilla proyectada por Carlo Scarpa en 1952, añadiéndose así a las ventanas del Pabellón Central recuperadas en 2018 y al fantástico jardín del arquitecto veneciano que alberga el mismo edificio. Finalmente, los canales vuelven a llenarse de visitantes atraídos por la oferta que propone este único lugar y la laguna recupera su estatus de capital de la cultura. Un ambiente mucho más sostenible sin las multitudes de años anteriores, una situación que demuestra que un equilibro entre turismo y convivencia es posible.