Ramón Vázquez Molezún en el verano de 1950. ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

Ramón Vázquez Molezún en el verano de 1950. ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

Arquitectura

Ramón Vázquez Molezún, el arquitecto cosmopolita que recorrió Europa a lomos de una Lambretta

Se cumple el centenario del nacimiento de este arquitecto singular, autor de los edificios de Bankunión o del Banco Pastor en la Castellana madrileña.

7 septiembre, 2022 03:30
Inmaculada Maluenda Enrique Encabo

A Ramón Vázquez Molezún (A Coruña, 1922 - Madrid, 1993) le llegaron, cosa rara, los elogios en vida. “Podía hacer, como quien juega, cosas que los demás ni soñar podíamos”, afirmó Alejandro de la Sota. “Yo, aquí, vengo a aprender”, soltaba Francisco Javier Sáenz de Oíza cuando entraba en su estudio. Si tienen valor documental es porque el interesado poco o nada hablaba de sí mismo. Apenas se le conocen entrevistas o textos, y su labor como docente fue casi testimonial.

A Molezún siempre han tenido que contarle: bien con anécdotas legendarias sobre su carácter, como que contestaba al teléfono con voz de viejecita o se escondía en los armarios de los clientes molestos, o bien a través de sus edificios y socios, entre los mejores del siglo XX en España.

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Fue un cosmopolita en época de autarquía que adoraba trabajar en equipo. Vivió en Roma a principios de los 1950 como pensionado en la Academia y recorrió Europa a lomos de una Lambretta; pero si el mundo lo aprendió viajando, para sus alianzas prefirió no salir de su calle.

A Molezún siempre han tenido que contarle. Fue un cosmopolita en época de autarquía que adoraba trabajar en equipo

Junto a su estudio, en el número 65 de Bretón de los Herreros, en el madrileño barrio de Chamberí, se encontraban los de Javier Carvajal, De la Sota o José María García de Paredes. Encajó con todos, pero particularmente con otro jovencito del portal de al lado, el 67: José Antonio Corrales.

Más que sociedad, lo suyo fue una aleación. Desde que comenzaran a colaborar en 1954, Corrales y Molezún conformaron, en palabras de Juan Daniel Fullaondo, “la Santísima Dualidad”: una pareja de profesionales independientes que afrontaron con posibilismo y ausencia de prejuicios las limitaciones del momento.

Refugio La Roiba en Bueu, Pontevedra (1967-1980). ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

Refugio La Roiba en Bueu, Pontevedra (1967-1980). ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

El primer fruto de esa entente, el Instituto de enseñanza profesional en Herrera de Pisuerga (Palencia, 1956), refleja bien su modus operandi: sus edificios crecen desde el detalle, como una inevitable acumulación de soluciones. El resultado son arquitecturas espaciales, volcadas al interior, y determinadas casi siempre por el diálogo entre terreno y cubierta que propone la sección.

En la exposición Universal de Bruselas de 1958, Molezún y Corrales pusieron su reloj en hora, incluso lo adelantaron

Si en la cordillera de Herrera de Pisuerga redescubrieron la épica del Constructivismo, en el concurso del Pabellón de España para la Exposición Universal de Bruselas de 1958 pusieron su reloj en hora, incluso lo adelantaron.

En la muestra del Atomium, levantaron un bosque modular que reproducía, en las copas de sus hexágonos, los escalones del suelo. Como en la naturaleza, una pieza de más o de menos daba exactamente igual, en un vaticinio tan lúcido como inexorable de los sistemas abiertos que harían furor por toda Europa.

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De tanto avanzar, también presagiaron un mal contemporáneo: el maltrato al patrimonio moderno, especialmente al público. Herrera de Pisuerga se demolió en 1980 y el pabellón de Bruselas, trasplantado desde 1959 a la Casa de Campo de Madrid, se abandonó hasta la ruina, un desastre solo atenuado por recientes esfuerzos de recuperación; otra pieza magistral, la residencia infantil en Miraflores de la Sierra, en trío con De la Sota (1958), vio arruinada su límpida pendiente de madera –de nuevo, la sección– en un absurdo rebozado de tejas y mampostería.

Pabellón de España, Exposición Universal de Bruselas, de Corrales y Molezún (1958). ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

Pabellón de España, Exposición Universal de Bruselas, de Corrales y Molezún (1958). ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

Era cuestión de tiempo que trasladasen tal versatilidad a lo doméstico. La amistad romana de Molezún con Jesús Huarte llevó a la pareja a construir la residencia de Camilo José Cela en Palma de Mallorca (1962). 

Ese sistema de planos superpuestos se invertiría en su siguiente encargo: la casa del propio Huarte en Puerta de Hierro (1966). En lugar de hacia arriba fueron hacia abajo, para transformar la tradicional casa-patio en un pozo escalonado de vegetación al que sobrevolaba, otra vez, la expresiva diagonal de un alero.

Pero hay un Molezún sin Corrales. El arquitecto alternó el equipo con obras independientes de acusada personalidad

Pero hay un Molezún sin Corrales. El arquitecto alternó el equipo con obras independientes de acusada personalidad. Es el caso del Colegio Mayor Santa María, en la Ciudad Universitaria de Madrid, con José de la Mata (1969), o del pequeño refugio de verano en la Ría de Pontevedra, solo suyo: La Roiba (1967-1980).

En su tierra y para su familia recreó su sempiterno plano inclinado, abierto al horizonte, un camarote cambiante sobre una antigua fábrica de salazón. Pero, como demuestran las fotos con marea alta, el auténtico plano del suelo era aquí el oleaje.

Centro de enseñanza en Herrera de Pisuerga, Palencia, de Corrales y Molezún (1956). ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

Centro de enseñanza en Herrera de Pisuerga, Palencia, de Corrales y Molezún (1956). ©Servicio Histórico Fundación Arquitectura COAM

La de 1970 fue ya una década de madurez, cuando, solo o con Corrales, Molezún dignificó la España del turismo con apartamentos y hoteles en La Manga, Maspalomas y Sotogrande. Los dos proyectos de la pareja en la Castellana (Madrid) muestran, también, cuánto habían cambiado las cosas.

En el primero, Bankunión (actual oficina del Parlamento Europeo, 1970-1975), la fachada a base de conductos de aire acondicionado evidencia el periplo desde los modestos nudos metálicos de Bruselas: de la técnica artesana a la tecnología industrial.

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En el segundo, la sede del Banco Pastor –con Gerardo Salvador Molezún y Rafael Olaquiaga, otro cómplice habitual (1973)– trabajaron de fuera adentro, para esquivar la trampa del historicismo mediante un collage de vidrio, piedras y la poesía de la góndola de limpieza.

Un buen cénit, que no el final. Por muy camaleónico que fuese, Molezún solo podía ser él mismo y en la década de 1980, profundamente conservadora, su fe en la mecánica dejó de ser vista con los mismos ojos.

Por otro lado, es justo decirlo, afrontar la arquitectura sin prejuicios, descubrirla a cada minuto como él, quizá sea más posible de joven, cuando se tiene más energía que experiencia. No importa tanto. Aunque dejase de estar de moda, Vázquez Molezún nunca ha dejado de estar vigente