Vista de las Cuatro Torres desde las cocheras de la EMT. Foto: Jorge López Conde

Vista de las Cuatro Torres desde las cocheras de la EMT. Foto: Jorge López Conde

Arquitectura

'Madrid DF', el libro que explica el imparable ascenso de la capital

El arquitecto Fernando Caballero refuta con brillantez las críticas más tópicas sobre la ciudad-región para articular una defensa razonada de un caballo ganador en la escena internacional.

Más información: José María García de Paredes y Rafael de La-Hoz, dos arquitectos entre el tablero y la vida

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Madrid no es una ciudad cualquiera, sino un cúmulo de contradicciones: movida y zarzuelera, amada y despreciada por quienes la habitan, capital y enemiga del resto de España. En apenas un siglo, hemos pasado de la repulsa a la avidez, una polaridad que se centrifugó con la pandemia: entonces, lo que queríamos era volver al campo; hoy, la vivienda vale un 35 % más. Todo este lío late en el corazón de Madrid DF, del arquitecto y urbanista Fernando Caballero (Madrid, 1988), una defensa razonada de la pertinencia y hasta de la necesidad del centro. Lo adelantamos: le sale bastante bien.

Madrid DF

Fernando Caballero

Arpa, 2024. 392 páginas. 19,90 €

Colaborador frecuente en El Confidencial, Caballero explica Madrid como cohete. Su trepidante ascenso –en 2050 seremos 10 millones– se analiza a partir de la confluencia de dos procesos históricos. El primero, que la posmodernidad ha desandado la primacía de los Estados nación para otorgar poder a las ciudades; en segundo lugar, que esas urbes ya no tienen obligación de hacer cosas –como en la Revolución Industrial que hizo prósperas a Bilbao y Barcelona–, sino que se mercadea con la vida en forma de servicios.

Es en este contexto en el que Madrid, que nunca fue fábrica, sino oficina, ha encontrado su golpe. El 85 % de su actividad pertenece al sector terciario, una oferta flexible que se ajusta como un guante a la tan cacareada ausencia de relato de la capital. Lo sabe hasta Dua Lipa: Madrid será lo que tú quieras.

Camaleónica, ha forjado también una relación con las Américas propia de un actor global de primer orden. La inmigración hispanohablante observa Madrid como destino amable y capaz de diluir las dinámicas de clase en un magma social y urbanístico más diverso que el de, por ejemplo, Miami, mientras que, en lo económico, las relaciones transatlánticas han alcanzado velocidad de crucero.

El esfuerzo didáctico de Caballero brilla en la escala nacional y el abordaje a la fatigosa rivalidad Madrid-Barcelona. Aunque relevantes fuera y dentro de nuestro país, toda una rareza estratégica, ambas experimentan dinámicas opuestas. “Las tesis decrecentistas de Colau”, que apostaron por frenar preventivamente el desarrollo de la ciudad condal –y que el autor considera erradas–, descorchan una vena política creciente según avanzan las páginas.

Dato a dato, Caballero rebate la cantinela del supuesto trato privilegiado a la capital como explicación de su éxito. Déjense de conspiraciones: mientras que Barcelona dispuso de una ventaja competitiva de 15 años en aeropuertos –el Prat inauguró nueva terminal en 1992 y Barajas, la T4 en 2007– y de un cuarto de siglo en sus sistemas de autovías, hoy el área metropolitana de Madrid aún no alcanza el 40 % de las estaciones de cercanías (90 frente a 228) de su contraparte, pese a contar con un millón de habitantes más.

La situación se enreda, además, por una anomalía ideológica. Al contrario que en el resto de Europa, España cuenta con una derecha que defiende un proyecto de nación y una izquierda que tiende en sus alianzas al confederalismo, de manera que para optar al poder en un país de tendencia conservadora, el progresismo opera contra natura. Florecen así las asimetrías compensatorias y un plus de identidad: el país se gobierna mejor con Madrid de villano.

Con la mayor esperanza de vida y el cuarto PIB de Europa, Madrid tiene hoy los números de su parte

Hay que aparcar las retóricas extravagantes de unos y otros; esto no le conviene a nadie. Madrid no es ni un acelerador turbocapitalista ni un nido de derechistas enajenados, sino una ciudad-región con una economía de corte social, tan dentro del sistema como todas en nuestro país. También podría ser nuestra mejor baza internacional.

Los números, hay que reconocerlo, están de su parte: entre 2018 y 2022, atrajo al 71 % de la inversión extranjera en España; es la novena urbe del mundo en presencia de compañías globales; tiene la esperanza de vida más alta de la UE, con 84,5 años; y su PIB, el 19,5 % del nacional, la convierte en la cuarta ciudad más rica de Europa. Incluso algunas de sus apuestas urbanas más criticadas, como los PAUs –la España de las piscinas de Jorge Dioni López, citado aquí– mejorarán con el tiempo, mientras incuban una marca blanca de prosperidad suburbana y conservadora.

La solución, así visto, no pasa por maniatar a Madrid, sino por liberar al resto. Ha llegado el momento de asumir que las ciudades –y aquí se incluye también a Barcelona y a cualquier población de más de un millón de habitantes– deberían contar con cierta autonomía fiscal y gestionar de manera coordinada aspectos como el suelo, la educación o la movilidad; en definitiva, presentarse como autoridades metropolitanas, ese “DF” al que alude el título.

No tiene sentido que Alcorcón crezca por su cuenta, como tampoco que Talavera o Ávila, por poner ejemplos familiares, no puedan beneficiarse de su cercanía al centro. Pero repartir juego implica, de la misma manera, que no todo debe confluir en Sol, sino que vivir en un radio de 150 km de la capital debe ser suficientemente atractivo de por sí. El futuro pasa porque no haya un polo, ni un solo Madrid, sino muchos. Hasta aquí las tesis de Caballero, el qué.

En el cómo, con perdón, nos gustaría añadir algo. Por muchos campos de fuerzas que analicemos, la ciudad no es exactamente una rama de la física. El viejo chiste de que los meteorólogos predicen muy bien lo que ya ha sucedido puede aplicarse también al urbanismo, menos mecanicista de lo que se querría. Si, como decía con sorna Rem Koolhaas, la libertad, fraternidad e igualdad han sido sustituidos en nuestra cultura contemporánea por confort, seguridad y sostenibilidad, el último aspecto de la triada apenas se explora en estas páginas.

No resulta arriesgado decir que tendrá una importancia capitular. El triunfo de las ciudades ha creado una riqueza sin precedentes, pero lo ha hecho con unos recursos que se agotan a ojos vista. “El mercado se adaptará a los colapsos medioambientales”, afirma el autor, y puede que sea cierto, siempre que ese colapso no acabe antes con el mercado tal y como lo conocemos. Cualquier hipótesis necesita de incertidumbres, un aderezo al que Madrid, acostumbrada a las emociones fuertes, tampoco es del todo ajena.