Sara Ramo: The Garden from Free Zone, 2013

Inspirada en la metáfora del patio en la arquitectura musulmana, en particular en sus patios históricos, la Bienal de Sharjah propone una nueva cartografía cultural que reconsidere las relaciones entre el mundo árabe, Asia y el lejano Oriente a través de África hasta América Latina. En su 11ª edición, abierta hasta el 13 de mayo, y con casi un centenar de artistas, es una de las citas internacionales imprescindibles.

El Emirato Árabe de Sharjah mantiene firme su propósito de consolidarse como el principal foco del arte contemporáneo en Oriente Medio. Tiene una competencia seria en sus vecinos Dubai, con sus ferias de arte y diseño y su insaciable ambición arquitectónica, y Abu Dhabi, con su elenco de sucursales de los grandes museos del mundo, pero el esfuerzo que viene realizando en los últimos años para generar un discurso que abrace la compleja realidad social, política y económica de la región la ha situado un peldaño por encima del resto. La expansión cultural de los tres emiratos es trepidante, aunque queda por ver si de verdad puede crear tejido o si van a conformarse con atraer la mirada puntual de la comunidad internacional a través de fogonazos periódicos.



A través de su Fundación de Arte, Sharjah ha logrado fortalecer su gran baza en esta brega, la Bienal, entre las más relevantes del calendario internacional gracias, en buena parte, al trabajo que realizó Jack Persekian, una figura central en el escenario artístico de Oriente Medio. Persekian supo atraer a comisarios internacionales de la talla de Jonathan Watkins, Isabel Carlos o Suzanne Cotter para que tejieran sinergias con comisarios de la zona. Bajo su dirección, la Bienal comenzó a despertar un interés enorme, con miradas críticas al colosal crecimiento de la región que alcanzaron su cenit en la edición en 2011, una exposición extraordinaria de nítido perfil político que situó definitivamente a Sharjah bajo los focos. A esto se unió su destitución por los graves desencuentros con el Jeque a partir del contenido supuestamente subversivo de una de las obras incluidas en la exposición. El clamor justificado y unánime en contra de esta decisión contribuyó a amplificar las tensiones que la propia bienal ya apuntaba con precisión.



Wael Shawky, Dictums 10:120

En esta edición, Yuko Hasegawa, directora del Museo de Arte Contemporáneo de Tokyo, ha titulado su proyecto Re-Emerge: Towards a new Cultural Cartography. Toma como punto de partida el concepto de patio como lugar de encuentro, desde los andaluces de La Alhambra hasta los heredados por su Japón natal. La idea está bien traída en un lugar, Sharjah, en el que ni siquiera una cuarta parte de la población es autóctona. Hay una poderosa comunidad india, hay muchísima gente procedente de Bangladesh, de Pakistán, de Filipinas y de Egipto. La mayoría son trabajadores que dieron con sus huesos aquí huyendo de la incertidumbre de sus lugares de origen. Son muchos los trabajos seleccionados en la exposición que exploran las singularidades de las procedencias de sus autores. El patio tiene, por tanto, un alcance metafórico indudable, como también lo tiene el mar como flujo de comunicación y también de posibles narrativas como la que propone el colectivo CAMP en From Gulf to Gulf to Gulf, una película que transmite una tensa belleza y que narra cómo en las rutas comerciales entre los Emiratos, Irán y Somalia también subyacen historias personales, proporcionadas por los videos realizados por marineros de diferentes embarcaciones con sus teléfonos móviles.



La exposición de la comisaria japonesa reúne trabajos de 99 artistas, 40 de ellos de nueva producción. El fluir incesante de energías y afectos que se da en el patio tiene su eco en la exuberante heterogeneidad de formatos que integran el proyecto, que incluye programas de cine y performance derramados por diferentes espacios de la zona antigua, algunos de ellos recién construidos, y una serie de proyectos arquitectónicos diseñados específicamente para subrayar la líquida realidad social de Sharjah y el roce perenne entre religiones, ideologías y culturas impares. El examen de lo urbano como contenedor de la experiencia es uno de los asuntos centrales de esta bienal. El tailandés Apichatpong Weerasethakul, que ha organizado el programa de cine, y cuya mano se ve en buena parte de la bienal, tiene un vídeo estupendo sobre un tipo llamado Dilbar, un chaval de Bangladesh que trabaja en la construcción de los citados nuevos espacios. La luz de un sol despiadado rebota en el blanco implacable de los muros cegándolo todo, y Dilbar entra en un estado de alucinación que le hace moverse como un fantasma por la ciudad, disuelta su figura en las polvorientas calles de Sharjah, entre la realidad y el sueño. Así se siente el visitante a esta Bienal, que deambula entre las calles y los patios abiertos creando con sus propios pasos la nueva cartografía a la que alude Hasegawa en el título de su proyecto.



Ernesto Neto: While Culture Moves Us Appart, Nature Brings Us Together, 2013

La exposición tiene sus momentos. Destaca el trabajo de Saâdane Afif, con sus sillas de madera construidas siguiendo una tradición local. Pueden verse en todos los espacios de la Bienal y ponen el acento en los diferentes modelos de producción globales. Hay un número tal vez excesivo de trabajos en vídeo que traban el recorrido, pero algunos, como el de John Akomfrah sobre la figura de Stuart Hall, son extraordinarios. No conviene perder de vista a los artistas turcos aquí incluidos, que confirman el vigor y el interés de la escena artística de su país, como el ubicuo y aclamado Cvedet Erek, Nevin Aladag o el joven Isil Egrikavuk.



Es, en general, una bienal correcta, sin estridencias y algo plana. Y Sharjah es un lugar en el que la atonía se detecta pronto. Las tremendas fricciones sociales que aquí se dan demandan un discurso más contundente, una tensión que la pasada edición sí acertó a reflejar y que esta, más centrada en un relato de corte fenomenológico, no logra alcanzar. Le falta pegada a esta exposición de Yuko Hasegawa. Hablamos de un contexto en el que el trepidante crecimiento económico se alza sobre precarios cimientos sociales, y esto exige una mirada crítica que azuce el escepticismo y ahuyente la complacencia.