Image: Esto no es una... Manifesta

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Arte internacional

Esto no es una... Manifesta

11 julio, 2014 02:00

Proyecto del artista Thomas Hirschhorn en el Museo Hermitage

Manifesta conmemora el 250 aniversario del Hermitage con un giro radical: de bienal experimental a evento en la era de los museos-franquicia. El elevado nivel artístico no justifica el paso atrás en el planteamiento y, a tono con la escena artística rusa, la moderada autocensura.

La 10ª edición de Manifesta, la bienal europea e itinerante de arte contemporáneo, marca un cambio de rumbo tan drástico que quizá habría que hablar más bien de refundación. Celebrada en España en dos ocasiones, en San Sebastián (2004) y Murcia (2010), se ha caracterizado por ser una plataforma de experimentación curatorial compartida, que se extiende por la ciudad en la que se instala y que aborda cuestiones relacionadas con la identidad europea desde sus márgenes, con especial atención, por su origen tras la unificación alemana, a las huellas del comunismo.

En esta ocasión hay un solo comisario, el veterano alemán Kasper König, profesor, fundador en 1976 del Skulptur Projekte en Münster y en 1987 de la sala Portikus en Frankfurt, y director del Museo Ludwig de Colonia de 2000 a 2012. Su "Manifesta sin manifesto", como él la ha calificado, es una gran exposición-evento al uso, con 55 artistas casi todos bien instalados en la escena internacional y que se ha subordinado al que parece ser el objetivo principal de todo el tinglado: la conmemoración del 250 aniversario del Hermitage, en avanzado proceso de metamorfosis en museo-franquicia. Ha tenido mini-sedes en un hotel de Las Vegas (a través de una alianza con el Guggenheim que podría reproducirse pronto en Vilnius) y en Somerset House, Londres; acaba de instalarse en Venecia (antes en Ferrara) con fines de estudio e investigación y prepara su desembarco en el puerto de Barcelona.

Hay muchas obras excelentes aquí, pero es frívolo optar por una "aproximación lúdica"

Ahora mismo hay dos satélites en funcionamiento: Kazán (habrá en 2016 otros dos en Rusia, en Omsk y Vladivostok) y, atención, Ámsterdam... la sede de la Fundación Manifesta. Puede deducirse que la confluencia de intereses económicos y estratégicos ha blindado el proyecto frente a la profunda incomodidad que ha producido en la comunidad artística la elección como sede de San Petersburgo, ciudad que despunta en el fervor represor ruso de las libertades individuales. Rusia no se distingue por su europeísmo.


Propuesta de Jordi Colomer para Manifesta 10

Kasper König ha expresado en varias ocasiones su hartazgo hacia la burocracia rusa y se entrevé que se ha visto obligado a medir el nivel de "provocación", pero no perdamos de vista su aquiescencia, junto a Manifesta, con las autoridades: el evento podría haber disfrutado de más autonomía y credibilidad en otros espacios de la ciudad pero, en el principal museo estatal ruso, dirigido por un declarado valedor de Putin, tenía las alas cortadas desde el inicio. El motor ha sido: defender la autonomía del arte y presentar el trabajo de artistas de primer orden. Sí: hay muchos artistas importantes y muchas obras excelentes aquí. Pero esto no es una Manifesta. Y si aún hubiera conseguido el comisario hacer una exposición redonda, centrada en la historia y en el presente del palacio-museo de los zares, con sus contradicciones y sus complejidades... Hay bastantes obras que sí tienen ese fin, o se refieren a la situación política del país, pero otras no: son ejercicios formalistas y a menudo abstractos que palían su relativa escasez, según König, en el arte actual ruso. Parece algo frívolo optar por una "aproximación lúdica" y mantener como criterio de selección "la intuición".

Espeluznante museografía

Las obras se distribuyen en dos sedes, el complejo palaciego y la extensión del museo al edificio administrativo, que se inaugura ahora (y qué mejor publicidad internacional que con la bienal) al otro lado de la gran plaza. En el palacio, que mantiene a pesar de la gran inversión en la nueva ala su espeluznante museografía (¡esas cortinas drapeadas!) y la preocupante conservación de las obras, sorprende que la mayoría de los artistas hayan trabajado no sobre los acontecimientos o las ideas que han marcado y marcan su historia sino sobre elementos ornamentales.

Tras los pasos de la resultona pareja Piranesi/Louise Bourgeois, así lo han hecho Katharina Fritsch, Karla Black, Tatzu Nishi, Marc Camille Chaimowicz e incluso una artista habitualmente más combativa como Lara Favaretto. No voy a perder líneas describiendo las obras porque tienen en nuestra web una completa galería de imágenes. Sí quiero destacar, por su reflexión sobre otras épocas en el palacio, los proyectos de Yasumasa Morimura y, sobre todo, de Susan Philipsz, que evoca, con elementos literarios y musicales, la subida del río Neva y la entrada de los revolucionarios al Palacio de Invierno. Incoherentes pero pertinentes: los retratos de grandes hombres homosexuales de Marlene Dumas y el desnudo en una escalera de Richter, situado, supongo que con mucha intención, justo a espaldas del trono del zar, sobre una pequeña escalinata.

La intenciones, casi siempre, hay que suponérselas a König y a los artistas porque en Rusia se puede decir siempre que no se diga. Hay aquí y allá alusiones al racionamiento comunista en Beuys, al nacionalismo en las banderas de Novikov, a la ruina del patrimonio arquitectónico en la impresionante instalación de Thomas Hirschhorn, a la desigualdad social en Elena Kovylina, a la censura, centrada en el caso Pussy Riot, en Erik van Lieshout, Juan Muñoz (muy mal elegida su obra) ¿y Bruce Nauman?, al sitio de Leningrado en Alexandra Sukhareva, al fanatismo religioso en Wael Shawky, a la cómplice pasividad de la sociedad rusa en Jordi Colomer (que es de lo mejor en Manifesta) o a la represión de la sexualidad en Wolfgang Tillmans (muy auto-reprimido) y Vladislav Moamyshev-Monroe, que tiene además individual (más desatada) en el Novy Museum. Ballet ruso en Klara Lidén (muy buen vídeo, como el de Josef Dabernig, que va por libre) y Rineke Dijkstra. Acontecimientos recientes solo en Boris Mikhailov. Lo de incluir a Matisse, aprovechando que había que trasladar sus obras a las nuevas salas... sin ningún sentido. No presupondré que, con él, Manifesta propone un arte que sea "un calmante cerebral parecido a un buen sillón", porque hay contenidos que lo contradicen, pero, allí y ahora, hacía falta otra cosa.