Detalle de Familia del Infante Don Luis de Borbón (1783-4), de Francisco de Goya. Foto: © Fondazione Magnani Rocca, Parma, Italia

El retrato fue su actividad más demandada y la más celebrada. Lo veremos en la gran exposición que le dedica la National Gallery de Londres al Goya retratista, con más de 70 obras, que inaugura el próximo 7 de octubre. Aunque antes es otro pintor, Santiago Ydáñez, también amante del rostro y que estos días expone en La New gallery de Madrid, quien le traza un retrato en forma de relato en El Cultural. Un pulso pictórico intenso, celebrativo y caníbal.

Goya pintó con lo negro y con lo blanco del vivir, aunque es lo negro lo que le hace un pintor grande y evocador. Un artista mayúsculo. En sus manos la materia, es capaz de hablar al mismo nivel que la forma, en un fluido viscoso constructor de las dobleces más profundas del espíritu humano. Todo pringado de aceites y minerales tan puros como el barro y el agua. Se enfrentó al retrato sin concesiones, algo que debió de halagar al retratado, ya que para bien o para mal uno se acaba acostumbrando a sí mismo. Pero Goya iba más allá. No había tregua con los desdentados, los beodos sudorosos, las miradas caníbales, las viejas presumidas...



Nadie retrató como él el miedo, el último aliento: la mirada de ese hombre fusilado con los brazos en alto y la camisa de luz; rostros de ahorcados, de acuchillados con la lengua humedecida por la sangre; rostros de serenidad postcoital con el poder que otorga la belleza; orgía de luces y destellos, rostros negros a contraluz... Rostros y más rostros, perfecto resumen de los enigmas del ser humano. Los sentimientos básicos los puedes trabajar sólo con el rostro, lo más complejo y rico que tenemos. Es el mejor de los paisajes posibles, allí donde Goya representó bestias altivas, hirientes, asustadas, aunque él siempre se mantenía impasible, estoico ante todo.



Nadie retrató como Goya el miedo y el rosto, el mejor de los paisajes posibles, bestias altivas, asustadas

Siempre fue un tipo de pensamiento fugaz, de gesto incisivo, pluscuamperfecto hasta en su tosquedad. Mucho de ello estará en la National Gallery: los condes de Altamira y algunos de sus hijos que andan desperdigados por el mundo; la condesa y su hija, María Agustina compartiendo pared con el conde y con su hijo, Manuel Osorio Manrique, ese magnífico cuadro que atesora el Metropolitan. Será un regalo admirar los retratos de reyes, los grandes lienzos, y los dibujos en miniatura de mendigos y monstruos a tinta o lápiz, esa mirada psicológica de la historia de España. Y al propio Goya autorretratado en alguno de sus cuadros, a su esposa Josefa, su hijo Javier y su nieto Mariano, a quien retrató poco antes de morir. Lo que más me fascina es ese Goya "salvaje delicado", discreto en su juventud, grandísimo en su madurez y sin par en su ocaso.



Desde que se quedó sordo, cada vez más vigoroso, más auténtico. Seguro que llevaba el sufrimiento por dentro, ese revés de lo sublime, que te come por dentro. Le imagino disfrutando al pintar a Saturno devorando a sus chavales, sincero, descarnado. Se quedaría pasmado, saltaría de golpe y daría una carcajada, porque es una vuelta de tuerca al sentimiento de humanidad. Si esa pasión fuera de un hondo pesimismo su carrera habría acabado en un suspiro.



Hoy me he levantado para pintar uno de los retratos del maestro. Tras un frugal café y un trocito de morcilla negra que andaba pidiendo auxilio en la nevera, me veo en el brete de sacar lo mejor de mi oficio para rendir pleitesía a este mago de las tinieblas y la víscera. Además de esta enmienda, ando metido en la tarea de reinterpretar algunas de sus pinturas que atesora el Lázaro Galdiano, El duelo, el Aquelarre, El conjuro y algunas atribuciones como el Retrato de Costillares. Cielos oscuros, montañas pardas, figuras que dan la espalda y cornudos maestros de ceremonia nos invitan a volar por el lado más pedregoso de la vida.



Pintar un Goya es disfrutar doblemente de él, del ejercicio de mirar, de hacer. Invita a dar un paso más en la mera observación del mundo, porque pronto te das cuenta de que su habilidad con el retrato es monumental hasta en las minucias. Sus dibujos, litografías y grabados tienen la misma magia. La agilidad y la brutal tosquedad están al nivel de cualquiera de sus cuadros. Yo no lo siento como un extraño, sino más bien como un pariente cercano al que se admira, un abuelo al que no has conocido y del que todos hablan maravillas. Un gran humanizador de fantasmas.

El Goya juvenil

Don Valentín Bellvís de Moncada y Pizarro (1795) de Goya, y El Goya juvenil (2015) de Santiago Ydáñez

Es uno de los retratos de Goya que nunca había hecho semejante viaje a Londres ni se había mostrado en una exposición pública. Es Don Valentín Bellvís de Moncada y Pizarro (1795), que Goya pintó antes de alcanzar los 50 y que fue adquirido por el empresario Villar Mir a principios de este mimso año. Un retrato que reinterpreta para estas páginas el artista Santiago Ydáñez bajo el título de El Goya juvenil (2015).