Goshka Macuga: To the Son of a Man who ate the Scroll, 2016

Aunque no se trate de ninguna novedad, llama la atención el gran número de muestras colectivas comisariadas por artistas de primera fila que integran los programas de instituciones privadas y públicas del concierto internacional, tal vez abriendo la puerta al debate en torno al papel del comisario, sobre todo del comisario independiente, esto es, el que no está adscrito a ninguna institución. La intervención cada vez más reiterada de artistas en este campo coincide, además, con la creciente elasticidad de la práctica curatorial, algo que abona el terreno pero lo emponzoña a un mismo tiempo, sobre todo cuando a ella se arrima el mercado para modelar el asunto a su gusto. Podríamos hablar horas del papel del comisario de exposiciones, pero nos desviaría de nuestro asunto.



Porque -decíamos- un puñado de exposiciones a lo largo y ancho de la geografía europea revela estos días, junto a otras que lo harán en el futuro cercano, las inclinaciones curatoriales de muchos artistas de enorme relevancia. En la Fondazione Prada de Milán pueden verse dos muestras, To the Son of Man who Ate the Scroll y L'Image Volée, que han sido comisariadas respectivamente por Goshka Macuga y Thomas Demand. En BOZAR, Bruselas, Daniel Buren ha organizado A Fresco. Christian Jankowski ultima la 9° edición de Manifesta que abrirá sus puertas en Zúrich el próximo 9 de junio mientras que Elmgreen y Dragset dirigirán la próxima Bienal de Estambul, dentro de 15 meses. Los artistas forman una parte cada vez más activa en la conceptualización de las grandes exposiciones, como se vio en la última Documenta, con Pierre Huyghe y William Kentridge como lugartenientes de Carolyn Christov-Bakargiev. Previsiblemente también será así en la siguiente, pues ya rondan en la ciudad alemana y la capital griega algunas figuras prominentes colaborando en la elaboración conceptual del proyecto de Adam Szymczyk.



Primera sala con las franjas de Daniel Buren y los huecos dejados por las obras de la exposición

En la memoria de todos está la recientemente aclamada A Slip of the Tongue en la Punta della Dogana veneciana, uno de los eventos colaterales de la Bienal que comisarió sin demasiado éxito Okwui Enwezor. Organizada por el artista Danh Vo con trabajos propios en diálogo con piezas de la colección Pinault en el espacio diseñado por Tadao Ando, resultó ser el momento de mayor altura fuera de la Bienal oficial. Admito que esperaba los fuegos de artificio que caracterizan la singular filantropía del ínclito señor Pinault, pero, para mi sorpresa, la exposición deparó un maravilloso recorrido, marcado por momentos de gran altura. La muestra, de gran escala, alcanzaba tales niveles de intensidad que le dejaban a uno exhausto.



Los artistas ven en el comisariado una estrategia para ampliar sus horizontes estéticos. Vemos en sus exposiciones síntomas inequívocos de la firma que las ampara y nada indica que los ahora comisarios y comisarias se abstraigan de su propio quehacer a la hora de emplearse en el siempre deslizante terreno del comisariado. Pero tal vez sea más preciso afirmar que el artista de hoy juega muchos roles simultáneos. Mientras que la obra de Danh Vo está íntimamente ligada a su compulsión coleccionista, la de Goshka Macuga se encuentra invariablemente asociada a las prácticas curatoriales. Ambos, alojados en una clara pulsión archivística, son grandes amigos de lo ajeno, y trufan desacomplejadamente su propio trabajo de múltiples referencias externas cuando no de objetos y obras de otros.



La intervención cada vez más reiterada de artistas en este campo abre la puerta al debate en torno al papel del comisario

La exposición de Macuga se sustenta en soluciones conceptuales, narrativas y formales de una audacia extraordinaria. Su proyecto versa sobre el conocimiento y sobre el acopio que de él han hecho los hombres y mujeres de este mundo a lo largo de todas las épocas. De hecho, hay una alusión clara a la tensión entre el principio y el fin de las cosas, expresado desde perspectivas múltiples. En la planta baja del llamado Podium, el edificio central del complejo Prada, un robot con aspecto de androide recibe al visitante sentado en una plataforma que está rodeada por un buen puñado de piezas escultóricas. Ahí están héroes modernos como Lucio Fontana, Giacometti o Ettore Colla junto a artistas más contemporáneos como Phyllida Barlow -a quien veremos el próximo año representando a Gran Bretaña en Venecia- o la propia Macuga. Entre el célebre Cubo, de 1934, de Giacometti y hanginglumpcoalblack, de 2012, de Phyllida Barlow se observa un tránsito entre la severidad geométrica del material noble y el caos catastrófico de elementos reciclados que bien puede evocar la dialéctica entre el génesis y el apocalipsis que marca el tempo discursivo de Macuga. El androide, en el centro de la sala, es un archivo viviente que escupe infatigablemente citas de grandes pensadores. Pasa rápido la historia en boca de un robot.



Vista del segundo piso de la muestra de Goshka Macuga con una pieza de Johan de Andrea en primer plano

En la planta de arriba volvemos a enfrentarnos al dilema cósmico del principio y el fin, en uno de los montajes más bizarros y magnéticos que recuerdo. Superficies de papel se disponen sobre mesas de diferentes colores. Sobre ellos, otra extraña máquina robótica ha realizado dibujos que fluctúan entre la tradición figurativa, el boceto científico o la fórmula matemática (al final de la sala, en la última mesa, la máquina robótica realiza dibujos a tiempo real). Sobre estas mesas, Macuga también dispone objetos, artefactos y obras de arte. Algunas yacen sobre la mesa, otras aparecen encerradas en vitrinas. Arranca la lectura con vasijas y objetos ancestrales y termina con un lacónico "What was I?", un neón de la propia Macuga que invita a lamentarse por el mal uso que hemos hecho del conocimiento amasado en todos estos siglos.



En el espacio de la cisterna, una gran instalación escultórica muestra cabezas de eminentes pensadores unidas, como en cierta explosión molecular, por barras de metal. Evocan, por un lado, las fuentes que conforman el archivo del androide y la tensión entre el orden y el caos que vertebra toda la muestra.



El extraordinario proyecto curatorial de Macuga se inauguró el pasado mes de febrero. Dos meses más tarde abría su puertas otro proyecto comisariado por un artista, Thomas Demand, bajo el título L'Image Volée, ("La imagen robada"), ¿No llama la atención que, en su segundo año de andadura, la Fondazione Prada programe dos exposiciones casi simultáneas concebidas por dos artistas que tienen, además, backgrounds que, si bien no son del todo afines, no son, desde luego, antitéticos?



L'Image Volée versa sobre artistas apropiacionistas y artistas ladrones, sobre plagios y préstamos, sobre la reevaluación de las narrativas, sobre la transferencia de conocimiento y sensibilidades, sobre lo encontrado, sobre la creencia de que todo está inventado y de que el arte sólo puede transformar el sentido de lo ya existente. Toma como uno de los puntos centrales de referencia la célebre frase de ese devorador que fue Picasso ("Los buenos artistas copian. Los grandes artistas roban"), y reúne casi un centenar de trabajos de sesenta artistas que reformulan trabajos y estrategias de otros.



Una obra de John Baldessari junto al célebre marco del Retrato del Dr. Gachet de Van Gogh en la exposición de Thomas Demand

Es un asunto que ha vertebrado toda la carrera artística de Thomas Demand pues su obra se construye a partir de recreaciones de originales, ya sean experiencias o documentos. Esto es visible, tanto en el fondo como en la forma, en la pieza con la que participa en la exposición, la recomposición de una fotografía policial que significativamente describe el interior de un almacén en el que fueron encontradas obras de arte robadas a una familia judía, presumiblemente por los nazis.



Situada en los dos niveles de la galería Nord y en la sala de proyecciones y con el diseño de montaje firmado por el artista Manfred Pernice, la muestra está estructurada en torno a tres ideas: Literally Stealing, en la que los protagonistas son los objetos robados, o, para entendernos, copiados; Iconographic Poaching, en la que se analiza el asunto de la apropiación en el marco de los procesos creativos, y, finalmente, Pictures that Steal, la más interesante, revela la cualidad voyeurística del artista, que se desliza, cámara en mano en territorios privados. Estos temas tienen indudable interés per se, pero se entreveran confusamente en un recorrido deliberadamente ambiguo y con una pretendida escasez de referencias gráficas que puedan guiarnos por él. No es fácil moverse cómodamente en la exposición, y uno se encuentra algo perdido, aferrado las más de las veces a la relación directa con la obra y no con el contexto que las rodea o con los posibles vínculos con otros trabajos que puedan darse.



Tal vez sea más preciso afirmar que el artista de hoy juega muchos roles simultáneos
De alguna manera, el que propone Demand es un tema ya tratado. Hablamos de la reformulación creativa de lo ya existente, del modo en que los artistas acuden a trabajos anteriores y los subvierten, amplifican, degradan o borran. Tendemos a decir que la calidad de las obras (indiscutible) pueden mantener a flote una tesis fallida, pero yo me sigo quedando con la exposición de Macuga, ligada a una estructura en apariencia más sencilla con su linealidad temporal y esa suerte de cronología histórica que, paradójicamente, resulta más impredecible, más imaginativa y, para mí, más estimulante.



En Bruselas, la exposición de Daniel Buren en BOZAR fue la gran sensación de la semana del arte contemporáneo celebrada en la capital belga con motivo de las ferias Art Brussels e Independent. Bajo el título A Fresco, la muestra se organizó partiendo de una premisa que conviene mencionar: el intento de la institución de hacer una exposición retrospectiva del artista francés y la negativa de este. Su trabajo, alegaba, "está en otro lado o, sencillamente, ha desaparecido". Cierto es que plantear una retrospectiva de Daniel Buren, con el sentido de especificidad que siempre ha alumbrado su trabajo parecía, de entrada, algo ingenuo.



Una de las salas de la muestra A Fresco de Daniel Buren, en BOZAR

Buren decidió entonces realizar un proyecto que consistía en dos partes. Una película a modo de introducción y una exposición. La película, dividida en capítulos que recogen diferentes temas, tiene una estructura alfabética, como tratando de desnudarse de todo asomo de subjetividad, algo que, como sabemos, es marca de la casa. La exposición que sigue a esta película está brillantemente resuelta. La primera sala está gobernada por las franjas de 8,7 cms. típicas de Buren, y, entre ellas, huecos que, como pronto comprenderemos, pertenecen a las obras de arte que veremos a continuación. Los huecos iniciales son importantes pues constituirán una plantilla que se repetirá en todas las salas, actuando como el telón de fondo de las piezas que en su momento acogieron en la primera sala. Hay, por tanto, un juego de negativos y positivos, de presencias y ausencias, de corporeidades y fantasmas. La siguiente sala nos recibe con las piezas reales, todas ellas procedentes del Centre Pompidou de París (BOZAR no tiene colección). La selección es excepcional. Hay rymans, weiners, anselmos, baldessaris, merzs… todo lo que uno pueda esperar de entre lo más relevante del siglo XX. Nos atrapa su calidad y ciertos diálogos que se producen entre ellas, pero esa no es la idea. Como en su película, Buren ha montado la exposición siguiendo criterios alfabéticos, y el discurso no es más que una ilusión. Y como en sus conocidas franjas, el artista-comisario pretende huir del estilo y del gusto, aunque él bien debe saber que no hay estilo más personal y más identificable que el suyo.



Las de Macuga, Demand y Buren son tres muestras que invitan a replantearse el rol del comisario de exposiciones y las diferentes posiciones que pueden adoptarse ante su práctica. Lo que está claro es que el comisario convencional encuentra ahora una gran rivalidad en los artistas, que tal vez no tengan las tablas de los comisarios en términos académicos (muchos sí), pero en la mayoría de los casos entienden mejor el caudal de experiencia que dimana de la conjunción entre el momento y el lugar.



@Javier_Hontoria