Connectone Growth Potential, 2016, de Katja Novitskova, en la Escuela Europea de Management y Tecnología

Una vez más, la de Berlín ha demostrado ser la Bienal más camaleónica de cuantas pueblan el calendario de citas artísticas internacionales. Esta es una bienal diferente. Y lograda. Cierto es que el colectivo DIS rompe en esta novena edición con la muy consolidada tendencia de desempolvar los rincones de la memoria que ha estado presente en muchas de las exposiciones anteriores, escoltada por la nostalgia y la utopía como leitmotifs predominantes, pero esta exposición, de una escala tal vez menor que las anteriores y distribuida en sedes en su mayoría inéditas, sigue siendo muy berlinesa. En sus sucesivas exposiciones, la Bienal ha revisado el pasado histórico e institucional de la ciudad, como en la que organizó Juan Gaitán en 2014; ha removido la herencia de lo moderno y sus frustradas esperanzas, como en la maravillosa exposición de Adam Szymczyk y Elena Filipovic en 2008, o ha pulsado la vibrante escena local, como en las del trío formado por Obrist, Cattelan y Sibony en 1998 o la más melancólica de Kathrin Romberg en 2010. La de DIS toca un trasunto global, nos reconocemos todos en ella con una mezcla de rubor y dentera, pero no chirría en una ciudad que no rehúye el hedonismo, que está a la cabeza del compromiso con el medioambiente y de la cultura de lo sano pero en cuya extensión ingobernable golpea también con fuerza la inclemente tiranía de un neoliberalismo lacerante. Porque esta bienal versa sobre la oscura realidad que se esconde tras las promesas de libertad, felicidad, bienestar, comodidad y fraternidad que nos hace el sistema neoliberal que gobierna nuestro tiempo.



Siendo una apuesta de riesgo, la opción de DIS le ha salido bien a la bienal como institución. Y, desde luego, DIS no sólo ha hecho la exposición que quería sino que ha logrado manifestar con nitidez y con todos los matices una forma de mirar lo contemporáneo desde una singular perspectiva crítica. Lo hace sin vapulear ni pontificar, sino poniendo el problema sobre la mesa. En su statement, el colectivo formado por tres hombres y una mujer, tres estadounidenses y un barcelonés, Marco Roso, no se arredra al avanzar sus intenciones: "[...] Nuestra idea es muy sencilla. En vez de darle vueltas al tema de la ansiedad, vamos a sentirla. Más que organizar simposios sobre la privacidad, vamos a vulnerarla. Demos cuerpo a los problemas del presente donde se hagan visibles, y así los convertiremos en el escenario de nuestra agencia, no en objeto de nuestra mirada".



Jon Rafman: Virtual-Reality-Installation, 2016

Titulada The Present in Drag, la bienal es una tentativa de introducir nuevos modelos para gestionar un presente que nos desborda, pues su naturaleza es un híbrido todavía incomprensible. Un presente travestido, por momentos irreconocible. Aquí el pasado es irrelevante, y el futuro está fuera de la ecuación. Sólo hay un tiempo. El futuro no tiene siquiera el estatus de posibilidad, solo es una parte constitutiva del presente, que se vislumbra como un estadio suspendido, inerte e inalterable. Pero también se nos habla de lo postcontemporáneo como una nueva unidad temporal en la que el tiempo ha sometido al espacio o al menos este ha quedado recluido en un penoso ostracismo (¿hay espacio fuera de nuestra pantalla?).



Confieso que me interesa (o más bien me aterra) más lo que cuenta esta bienal que cómo lo cuenta. El arte que aquí vemos toma prestadas las estrategias del corporativismo, esto es, un tipo de imagen impecable, dirigida sin disimulo a una seducción inmediata. No es fácil reconocer imágenes pertenecientes al acervo artístico al que estábamos acostumbrados en esta y otras bienales, porque tal vez DIS considere que mediatizan nuestra relación con lo real. Al enemigo hay que poder reconocerlo, parecen decir, y para ello le visten de lo que es. Pero lo real es tan terrible que a veces uno no echa de menos ni la retórica estética del arte ni las veleidades de su historia. Internet es el medio predominante. El análisis crítico de las redes y el narcisismo que producen, la vida online, el paisaje global hipervinculado... Son asuntos que se tratan fundamentalmente desde la imagen en movimiento y la estética del videojuego, desde las tecnologías 3D, el meme, el gif... Todo es plano cuando no líquido, y fugaz si no invisible.



Significativamente, el colectivo ha menospreciado los espacios tradicionales del arte, los museos, y, con ellos, su carga legitimadora. Parte de la exposición tiene lugar en Kunst Werke, pero tiendo a pensar que habrían prescindido de este espacio si no fuera porque siempre ha sido la sede principal de la Bienal, y bastante ruptura han introducido ya. En la célebre sede de Auguststrasse tiene lugar uno de los núcleos de la exposición. El otro está en la Akademie der Künste, una institución a escasos metros de la puerta de Brandenburgo que no tiene ninguna gracia desde la perspectiva del espacio habitual en el que esperamos ver arte contemporáneo, y más en esta ciudad y en su bienal (muchos recordarán aquel edificio desvencijado de Oranienplatz -entre Mitte y Kreuzberg- que utilizó Kathrin Rhomberg en 2010). Akademie der Künste es su antítesis. Es un edificio estatal con una arquitectura corporativa y anodina, con profusión desmedida de cristaleras. En su texto para el catálogo, Chus Martínez señala que necesitamos dejar de leer las exposiciones como si fueran libros. Yo no sé muy bien a qué se parece este espacio tornado ahora en expositivo, pero, desde luego, no parece un libro.



A Reflected Landscape, 2016, de Timur Si-Qin puede verse en la Akademie der Künste

En él, DIS se ha explayado. Ha montado un tinglado de ambientes trufados de ese supuesto bienestar al que supuestamente nos conduce el progreso tecnológico; pueblan sus estancias naturalezas ficticias que pretenden hacernos olvidar los efectos nocivos de la ciudad (no han tenido ningún reparo en organizar la rueda de prensa en el delicioso atrio del Allianz Forum, con su maravillosa vegetación); interiores con generosa parafernalia kitsch nos invitan a pensar que el fin de las algaradas revolucionarias trajo consigo un torrente incontenible de felicidad, pues el capital dejó de encontrar obstáculos. Aquí todo es luz. Los cristales y sus destellos producen efectos revitalizantes y la vida fluye sin trabas. Una de esas zonas naturales la ha diseñado un artista llamado Timus Si-Qin, un paisaje del que emerge una gran pantalla que muestra imágenes de sí mismo. Tal es la conciencia que de sí tiene la naturaleza, que se hace selfies como nosotros. En un proyecto de Debora Delmar Corp. en la planta baja se nos vende un zumo que se llama Mint. Es un acrónimo de México, Indonesia, Nigeria y Turquía, de donde proceden las frutas con las que han sido producidos. La poderosa imagen corporativa de la firma no recuerda precisamente a las condiciones de quienes hicieron posible esa producción en sus países originarios.



Si la Akademie der Künste muestra aspectos del espacio social, Kunst Werke incide en la subjetividad y la condición "digital" del individuo. Si la primera es un espacio abierto sólo dividido por los paramentos transparentes de cristal, la de Kunst Werke es una sucesión de salas que parecen encerrar diferentes lecturas de cómo la tecnología percute en lo propio. Lo cuenta muy bien Adrian Piper en un sencillo y extraordinario gesto. Sobre una señal de prohibido, la estadounidense propone la leyenda "Howdy", una forma coloquial de decir "¿Cómo estás?". Si Debora Delmar Corp. es una artista convertida en corporación, la poderosa instalación de la muy aclamada Cecil B. Evans en el espacio central torna la corporación en individuo y subraya el creciente afán de las empresas por pensar como humanos para llegar a nuestro "yo" real. Da verdadero miedo el tema. Y es que, como asevera DIS repetidamente, las empresas nos conocen mejor que nosotros mismos. En el tercer piso hay una excelente instalación de Camille Henrot. El éxito de su Gross Fatigue en la Bienal de Venecia de 2013 estaba justificado, y su trabajo desde entonces permanece en un altísimo nivel. Sus cálidas respuestas a un gran número de correos no respondidos en su momento aluden a la no siempre correcta estrategia de poner freno a los afectos en nuestro mundo hiperprofesionalizado.



Camille Henrot: Office of Unreplied Emails, 2016

No hay que pasar por alto la tercera de las sedes, la Escuela Europea de Management y Tecnología (la cuarta, la sede de la colección Feuerle, es más prescindible a excepción de las imágenes de manos de Josephine Pryde), en ella se va a celebrar muy pronto una gran conferencia internacional sobre seguridad energética en la que quien sabe qué perversas conclusiones se sacan (nunca las sabremos). El colectivo emiratí GCC, formado en 2013 en Dubai, arroja luz sobre la creciente obsesión por el wellness en la región del Golfo. Le resulta chocante al colectivo -nos lo cuentan en el catálogo través de diferentes entrevistas con profesionales del lugar- cómo este bienestar forzado puede integrarse en una tradición cultural dominada por la tristeza. Muy interesante y perturbador, como toda la bienal.



@Javier_Hontoria