Image: Manifesta 11, una cuestión gremial

Image: Manifesta 11, una cuestión gremial

Arte internacional

Manifesta 11, una cuestión gremial

17 junio, 2016 02:00

Vista del Pavilion of Reflections, del estudio Tom Emerson

Zúrich es la sede de la 11ª edición de Manifesta, la Bienal Europea de Arte Contemporáneo que plantea este año una exposición bajo el título ¿Qué hace la gente por dinero? Al frente está Christian Jankowski con una propuesta que relaciona el arte con otros oficios.

Con el recuerdo algo amargo de la edición organizada en San Petersburgo en 2014, y con dos buenas sedes a priori atractivas en el horizonte -Palermo (2018) y Marsella (2020)-, Manifesta llega ahora a Zúrich, uno de los grandes núcleos financieros globales y uno de los centros artísticos más importantes del mundo. La ciudad suiza no parece ser emblema de esa tensión que se espera de una sede de esta bienal itinerante europea que tiene su cuartel general en Ámsterdam, pues desde sus primeras ediciones, entrados los años noventa, Manifesta ha dirigido sus esfuerzos a pulsar la supuesta complejidad de determinados contextos en el marco de la geografía continental, así las celebradas en San Sebastián en 2004 o en Genk en 2012, lugares en los que una lectura crítica desde el arte se hacía pertinente.

Pero hay razones de peso para pensar que Zúrich podría haber acogido una bienal crítica con esa complacencia, con la distancia apenas perceptible entre lo privado y lo público, con la impasibilidad de su statu quo neoliberal. Ni una broma, por favor. En un mismo edificio, Löwenbräu, que es la sede principal de Manifesta, tienen su espacio algunas de las galerías más poderosas del mundo -como Hauser & Wirth o Eva Presenhuber- y también una institución pública, la Kunsthalle de Zúrich, y dos privadas, el Migros Museum y la Fundación Luma. La Manifesta tiene lugar en los espacios institucionales de este edificio, pero las galerías privadas se arriman indisimuladamente a ella. Una de ellas ha programado a un artista que forma parte de Manifesta y cuya obra puede verse a pocos metros de sus salas, y eso no parece importarle a nadie.

La decisión -inédita- de contar con un artista como comisario de esta edición, Christian Jankowski, confirmó que no irían por ahí los tiros. El alemán afincado en Berlín es poco sospechoso de ser dueño de un trabajo severo e inquisitivo o de haber construido una carrera desde un implacable cuestionamiento del momento geopolítico. Su obra se dirige críticamente a los clichés en torno a la producción y la recepción del arte contemporáneo, que deconstruye con ironía y cierto cinismo. Acude a los medios de comunicación de masas, que amplifican la visibilidad de sus propuestas en su fondo y en su forma, y colabora reiteradamente con individuos y colectivos pertenecientes a otros gremios para, a través de ellos, retornar la mirada hacia su propio medio, desmitificándolo.

Su propuesta, What do we do for money? Some joint ventures, está íntimamente ligada a esta inclinación colaborativa. Está centrada en las muy diversas modalidades de oficio remunerado, en cómo la idea de estar empleados afecta nuestras vidas, en las cada vez más normalizadas relaciones entre la actividad artística y la realizada por otros gremios. Esto está muy bien traído en una ciudad como esta y en una sociedad tradicionalmente asociada a la precisión, a la optimización del tiempo amparada en su obsesión por el rendimiento, y una fe innegociable en el trabajo bien hecho. La competitividad os hará libres, parecen decir.

El vínculo entre artistas y profesionales propuesta por Jankowski fortalece brillantemente los lazos de Manifesta con la ciudad

La muestra se divide en dos partes: un conjunto de treinta trabajos realizados ex profeso junto a profesionales de diferentes gremios y una exposición histórica. Ambas están tensamente entreveradas y se distribuyen en dos de las cuatro sedes oficiales de Manifesta, el citado Löwenbräu y Helmhaus (hay otras dos sedes, el Pabellón de los Reflejos y el famoso Cabaret Voltaire, más bien testimoniales). La exposición histórica se distingue de los encargos específicos por su montaje. Todo cuelga de un andamiaje que recorre las salas como un haz serpenteante. Son estructuras que evocan un estado de transitoriedad que es el mismo bajo el que Jankowski sitúa su concepto de Historia, que, lejos de ser un concepto estático y asociado al pasado se está siempre construyendo.

Todo lo que no ha sido producido específicamente pertenece a la historia, pero la historia es August Sander y también es Karmelo Bermejo; es un tiempo sin jerarquías, como tampoco hay distinción entre los diferentes lenguajes formales, agrupados en un plano inapelable al que se hubiera hurtado la profundidad, con sus reversos visibles, como una tramoya (la historia como ficción) o un gigantesco billboard (la historia como espectáculo).

Propuesta de Karmelo Bermejo para Manifesta 11

Se trata de un conjunto de trabajos históricos, dividido en diferentes ámbitos, ligados al tema del oficio. Arranca la muestra en la planta baja del Löwenbräu con retratos de trabajadores, con las clásicas imágenes de August Sander o fotografías de Rachel Harrison y, junto a ellos, la idea de descanso en el trabajo, donde un grupo de obreros hiperrealistas de Duane Hanson acapara la totalidad del espacio. Van sucediéndose zonas dedicadas a la autopromoción del artista, con Chris Burden a la cabeza, y a la tendencia de estos a deslizarse en trabajos de otros gremios, de la que son magníficos ejemplos las fotografías de Mierle Laderman Ukeles, que otorgan estatus artístico a sus labores domésticas, y también en un sentido inverso, con otras profesiones flirteando con la práctica artística, como la célebres tanquetas antidisturbios de Sánchez Castillo danzando bajo el agua que disparan sus mangueras.

Propiciado por el carácter invasivo del andamiaje, el ritmo es variable y la lógica desigual, lo que parece haber provocado el disgusto de muchos visitantes, que hubieran tal vez preferido perpetuar un modelo de Historia impermeable y pretérita. A mí me gusta el andamiaje, aunque haya tramos en los que las salas están algo cargadas. Cuentan que la exposición histórica fue una solución curatorial de última hora. Yo creo que, sin ella, la Manifesta habría perdido mucha fuerza; aporta un interesante armazón conceptual aunque la sucesión de ámbitos resulte algo reiterativa, pues son asuntos bastante parecidos, y muchas obras podrían haber estado en una y en todas las salas a la vez. Echo en falta, además, un asunto clave: la reiterada y sufrida inversión de tiempo y de trabajo no remunerado por parte de los artistas (y de otros agentes del arte) son cuestiones que deberían haber tenido un hueco aquí.

Los nuevos encargos ponen en relación a treinta artistas con otros tantos profesionales de la ciudad. A los artistas seleccionados, que lo fueron por las afinidades de sus respectivas obras con la del comisario, les fue entregada una larga lista de profesionales con los que podían trabajar. Fermín Jiménez Landa ha trabajado con metereólogos, Franz Erhard Walter con patronistas y diseñadores, Carles Congost con bomberos, Ceal Floyer con traductores, Santiago Sierra con un servicio de seguridad... Funciona. Más allá de su presentación en las sedes oficiales, todas las producciones tienen una sede paralela en los lugares de trabajo de estos profesionales pero aquí es donde Jankowski ha pinchado en hueso. La mayoría solo ofrecen un breve testimonio de la relación trenzada entre artista y profesional. Esto no le resta intensidad ni al proceso ni al resultado de su colaboración, pero como sedes no tienen demasiada entidad y son, en su mayoría prescindibles.

La tradición gremial es potente en Zúrich desde su consolidación en el siglo XIV. Ya entonces estaba aquí el gremio de los ganaderos y los carniceros, el de los panaderos y los molineros, el de los zapateros y los curtidores, el de los sastres, los mercaderes de especias y de textiles... Todos tenían sus sedes, unos edificios espléndidos, todos ellos patrimonio nacional y muchos de ellos a escasos metros de Rathhaus, el ayuntamiento de la ciudad, y Helmhaus una de las sedes de Manifesta. Me pregunto si hubiera funcionado una reivindicación histórica de estos gremios en algunas de sus sedes originales, más que obligar al visitante a desplazarse a la consulta del dentista para ver una de las dantescas fotografías del noruego Torbjørn Rødland, o la oficina de turismo de la estación central de Zúrich, en la que ha puesto un cuadrito la turca Asli Cavusoglu.

El comisario pretende desmitificar el trabajo artístico y derrocar su aura para situarlo en el mismo plano que el resto de profesiones. Es comprensible, teniendo en cuenta que en su trabajo siempre se ha servido de otros gremios. De hecho, visto el resultado, la exposición se parece mucho a él. El leitmotif es, en esencia, el que ha vertebrado toda su obra, y el montaje podría haberlo firmado él en cualquiera de sus exposiciones individuales. Creo que, a pesar del patinazo de las sedes, la vinculación con los diferentes gremios fortalece brillantemente los lazos de Manifesta con la ciudad. El artista holandés Mark Manders, que participó en la Manifesta de San Sebastián en 2004, me dijo una vez que le había gustado la pieza que Jeremy Deller había realizado en aquella misma edición -un desfile de diferentes colectivos sociales-, pues había logrado que la ciudad "se mostrara a sí misma". Me pareció una definición muy acertada del blanco hacia el que esta bienal desarraigada debe apuntar en su pulso a las ciudades que la acogen. Creo que esta de Zúrich se acerca mucho a esa idea, y ese es su acierto.

@Javier_Hontoria