Image: Ed Atkins, la altura y la basura

Image: Ed Atkins, la altura y la basura

Arte internacional

Ed Atkins, la altura y la basura

14 octubre, 2016 02:00

Hisser, 2015

El Castello de Rivoli y la Fondazione Sandretto de Rebaudengo de Turín dedican una gran exposición al joven videoartista británico Ed Atkins, uno de los más aclamados hoy y más recurrente en los museos y bienales de todo el mundo. Bienvenidos al arte post internet y a la melancólica realidad contemporánea.

En la algarabía en la que se mueven las prácticas artísticas contemporáneas, dos tendencias se retan en una tensa e irreconciliable fricción. Una de ellas tiene un sentido horizontal, se acoge al fragor de la tecnología y se desplaza a inquietante velocidad por las mesetas deslizantes de un mundo sin raíces. La vida en la red, el desplazamiento del poder político al económico, la desmemoria y la negación clamorosa de toda opción utópica dejan al individuo en un melancólico estado de indefensión.

Nos lo contaba la recién clausurada Bienal de Berlín: el presente muta y se trasviste, pero no hay alternativa a ese presente. ¿Qué fue del cuerpo y de su paso por este mundo? El cuerpo que hoy perfila la asepsia tecnológica es un cuerpo desgarrado y sin alma, y en combatir ese vacío se emplean tenaces esos otros cuerpos y esas otras formas que militan en la tendencia contraria, la de un orden más vertical, si por vertical entendemos la voluntad de pisar firme en lo propio para evitar que nos arrastre el viento. Tienen estas formas y estos cuerpos -en su mayoría pertenecientes al acervo escultórico, pero no únicamente- una apariencia precaria, porque ese es el signo de nuestro tiempo. Se acogen a veces al placer de la contemplación y muchas se convierten en la voz tangible de lo contemplado. Con mayor o menor acierto, estas manifestaciones recientes han sido asociadas a las prácticas escultóricas de los años sesenta, en especial las de los Povera italianos, pero no sería conveniente mermar las cualidades expresivas de la escultura actual ligándola solamente a la nueva efervescencia -real, por otra parte- de dicha herencia.

El Castello de Rivoli y la Fondazione Sandretto de Rebaudengo de Turín han puesto conjuntamente en marcha un proyecto dedicado al joven británico Ed Atkins (Oxford, 1982), un artista que trabaja con vídeo digital y cuya carrera ha sido fulgurante desde muy poco después de terminar sus estudios. Su currículo confirma el interés que su obra ha despertado en instituciones de toda Europa, como la Serpentine de Londres, el Stedelijk de Ámsterdam o la última Bienal de Estambul, donde su vídeo Hisser, expuesto en esta muestra italiana, causó verdadera sensación.

Atkins constata que una ilusión que pueda usurpar el terreno de lo real sólo enfatiza la frágil condición de esa ilusión

Llama la atención un apunte singular en el discurso que sobre su trabajo teje la comisaria de la exposición, Carolyn Christov-Bakargiev. El Castello es la casa del Arte Povera, que se fraguó en esta ciudad a finales de los sesenta a partir del entusiasmo de artistas como Giovanni Anselmo, Marisa y Mario Merz o Giuseppe Penone, muchos de cuyas obras lucen prodigiosamente en las fastuosas salas de una institución que no sería hoy lo que es, si es que alguna verz lo hubiera sido, sin ellos. Con decidida audacia, la comisaria justifica la presencia de Atkins en su programa vinculándolo a la tradición escultórica italiana con la obra del joven británico, y lo sitúa en medio de la refriega entre las tendencias antes citadas. Aunque haya matices que nos permiten vislumbrar cierto sentido en esta apuesta, en líneas generales parece algo endeble.

Riboons, 2014

El trabajo de Atkins acude a las más avanzadas técnicas digitales, pero su fidelidad a las imágenes generadas por ordenador es tan pétrea como obstinada es su lectura crítica de la tecnología y su inclinación a cuestionar su precisión. En sus vídeos, el artista constata que una ilusión que pueda usurpar el terreno de lo real sólo enfatiza la frágil condición de esa ilusión. Y parece conseguirlo, pues si en muchos artistas coetáneos las imágenes y los sonidos se deslizan ante nuestros ojos como arena entre las manos, las de Atkins huyen de esa textura implacable y transitan trabadas, aupadas en un asincrónico traqueteo como cuestionando si la tecnología puede efectivamente llevarnos a alguna parte. ¿Es este digital "cutre" que practica Atkins, su pertinaz emponzoñamiento de las herramientas más avanzadas, como amparándose en una vertiente más manual, más sucia, de la tecnología, lo que la comisaria sitúa en la órbita de la tradición escultórica italiana?

Lo que sí consigue Atkins con extraordinaria solvencia es restituir el concepto de autoría, constatar que un sujeto se encuentra detrás de la cámara (o, en este caso, de las imágenes generadas por ordenador), alguien que, presumiblemente alienado por la voracidad tecnológica, puede llegar a equivocarse. Esta revisión de la autoría esta reñida, sin embargo, con la posibilidad de la narración, pues Atkins apenas acude a linealidad narrativa alguna, más bien reproduce retales, como en las salas de la Fondazione Sandretto de Rebaudengo, donde una colección de imágenes abstraídas de miembros configuran un raro friso de carne sin gravedad ni volumen. Sólo en el ya citado Hisser, se da Atkins el gusto de esbozar una trama, basada en el hecho real de un hombre cuya casa se precipita hacia un sumidero en medio de una noche ventosa.

Y al mismo tiempo, Atkins representa la melancólica realidad del sujeto contemporáneo a través de un ego masculino, blanco y occidental, a la vez verdugo y víctima del sistema capitalista, que es quien sufre a través de todos sus vídeos los efectos del monstruo que él mismo ha creado, como el personaje de su magnífico vídeo Ribbons, un joven cocido hasta las trancas que arrastra su pena por las barras y mesas de tugurios inmundos. Mientras se escucha lejana una música de Bach, al chaval se le escapa algún pedo. Y es que Atkins, conocido por una sólida base intelectual, no se arredra al mezclar la altura y la basura.

@Javier_Hontoria