Obras de Alicia Kwade en el Arsenale de Venecia
La 57.ª edición de la Bienal de Venecia reúne a 120 artistas de 51 países en la exposición Viva arte viva que, comisariada por la francesa Christine Macel, sitúa al creador y a sus formas de estar en el mundo en el centro del discurso. A ellos hay que sumar los participantes en los 86 pabellones nacionales que han viajado este año a la cita que abre sus puertas al público el próximo sábado y que podrá visitarse hasta el 26 de noviembre.
También contraria a la idea de nación, la instalación comisariada por Phillip Kaiser para el Pabellón de Suiza es una reflexión narrativa sobre Giacometti y el hecho de que nunca quisiera participar en este pabellón y sí en otros que se alojaran en una más amplia idea de transnacionalidad. Kaiser ha escogido a Carol Bove y al duo Hubbard/Birchler. La primera realiza unas estupendas esculturas en el patio mientras los segundos han creado una extraordinaria película narrada por el hijo de una de las parejas del escultor, Flora, y por ella misma en un metraje de perturbadora melancolía.
Instalación de Geoffrey Farmer en el pabellon de Canadá
Geoffrey Farmer, en el de Canadá, plantea una deliciosa revisión autobiográfica. Comisaría el pabellón Kristy Scott, que firmará la próxima Bienal de Liverpool, y que a buen seguro tuvo un papel importante en la aclamada participación de Farmer en dOCUMENTA(13), de la que la comisaria fue core agent. El abuelo de Farmer, que el artista no conoció, se mató al chocar el camión lleno de madera con un tren en los años cincuenta. Referencias a este penoso accidente se entremezclan con otros recuerdos todos ellos conectados con el agua, que mana del suelo con desigual estrépito de diferentes fuentes creadas en y en torno al pabellón. Está realmente logrado este proyecto de Farmer, sin duda uno de los que más está gustando en esta Bienal.Ya fuera de los Giardini, el pabellón del mexicano Carlos Amorales, comisariado por Pablo León de la Barra, bajo el título La vida en los pliegues, hace referencia a la novela homónima de Henri Michaux. A través de pequeños motivos escultóricos, Amorales crea una suerte de tipografía abstracta con la que construye poemas que son, como es lógico, ilegibles. Estos motivos se disponen sobre plintos blancos que semejan hojas de papel. Resultan ser ocarinas, instrumentos de viento que al utilizarse y producir sonidos, conectan dos formas de lenguaje, la escritura y la música, a través de la tensión entre la tipografía y la fonética. Una obra de arte total, como dice el comisario del proyecto. Lo es, de verdad.
La vida en los pliegues, de Carlos Amorales, en el pabellón de México
No ocurre esto, sin embargo, en el Arsenale, donde, tras un arranque algo dubitativo, la exposición coge cierto vuelo. Aquí se tratan asuntos como el modo en que asumimos las tradiciones vernáculas, el medioambiente, la temporalidad de la creación artística, el color como motivo perceptivo, las prácticas chamánicas… Todo muy abierto, hasta el punto de no entender a santo de qué tanta heterogeneidad, aunque todo esté tratado de manera didáctica. Pronto analizaremos con mayor detalle este proyecto de Christine Macel que, no por desigual, deja de tener algún momento de gran estatura.
@Javier_Hontoria