Andreas Angelidakis: Polemos, 2017. Fotografía: Roman März

Tras la inauguración en Atenas, a principios de abril, Documenta abre finalmente sus puertas en Kassel en una exposición con 160 artistas distribuidos en 31 sedes. Comisariada por Adam Szymczyk, la muestra es una clara llamada a la resistencia.

Cuentan que ocurrió lo mismo en 1997. Coincidían, como cada diez años, la Documenta y el Skulptur Projekte y la caravana de profesionales viajaba de Kassel a Münster azorada y algo perpleja tras la deflagración discursiva detonada por Catherine David. Llegaban con ganas de darse un agradable paseo en bicicleta y de liberar tensión, parando en alguna terraza a tomar una cerveza entre proyecto y proyecto. Hoy, veinte años después, traía también la gente decepción y mala cara tras visitar la muestra organizada por Adam Szymczyk y su amplio séquito curatorial. Algo parece haber en común entre Catherine David y Adam Szymczyk. Los dos han querido situarse en las antípodas de sus predecesores, Jan Hoet, que organizó la muestra en 1992, y Carolyn Christov-Bakargiev, que lideró la de 2012. En su rechazo a ellas, optaron los dos por negar concesiones al sistema comercial, se sirvieron ambos de referencias historicistas para construir su noción de presente, David con una mirada puesta en los años sesenta y setenta y Szymczyk remontándose a la vanguardia e incluso más allá. Común fue también su empeño en la revelación de la cara más dura de sus respectivos momentos históricos. En este sentido, el comisario polaco se aleja con decisión de la pasada edición, que fue aplaudida de inmediato con notable unanimidad, una muestra que hoy muchos parecen echar de menos. La inmediatez en el aplauso debe leerse con cierta precaución, pues Documenta es un evento de una magnitud tan colosal que debe dejarse reposar para ver cómo envejece. Acuérdense de la edición de 2007, dirigida por Roger M. Buergel y Ruth Noack. Denostada en su momento desde no pocos sectores, hoy goza de una importante consideración. Veamos cómo le sientan los años a este proyecto excéntrico y también valiente de Adam Szymczyk.



Documenta14, ya lo sabemos, tuvo -y tiene, hasta el 17 de julio- una primera fase en Atenas, lo que hacía presagiar que Kassel sería, por utilizar un símil futbolístico, la vuelta de una eliminatoria a doble partido. Pero poco se nos está contando aquí que no se nos hubieran dicho ya en la capital griega. Sin embargo, la ciudad alemana descubre nuevas sedes que, por sus connotaciones históricas, contextualizan acertadamente la muestra aquí. Entre ellas destacan los bajos de la antigua estación de tren y la antigua sede de correos, en las que se habla de desplazamientos e intercambios entre las dos ciudades. En la estación, ya en desuso, una pancarta de Zafos Xagoraris da la bienvenida en griego al espectador. Está situada en sentido salida, y las ciudades parecen tensarse y destensarse en elástica reciprocidad. Junto a ella, la jaima del indio Nikhil Chopra se ha instalado en todo el ancho del andén. El artista ha viajado desde Atenas y ha dibujado sobre grandes telas sus impresiones del periplo. Comienza a atisbarse aquí la relación entre el cierre de filas que los estados ejercen en torno a sí y los movimientos migratorios. Circula con fluidez la mercancía, pero no las personas, se nos cuenta reiteradamente en la antigua sede de correos, también obsoleta tras la llegada de nuevos sistemas digitales y rebautizada por el equipo curatorial como Neue Neue Galerie.



La nigeriana Otobong Nkanga y el estadounidense Dan Peterman lideran este discurso en torno a producción y circulación en obras que dilatan la especificidad temporal, pues ambos aluden a un presente que no puede obviar pasados milenarios. Nkanga fabrica objetos ligados a tradiciones y memoria. Los jabones que en generoso número ha traído desde su tierra natal -como la malaquita, el cobre o la mica con los que ha trabajado en otros proyectos- se suben al vagón de la globalidad. Se yerguen como monumentos a lo telúrico y a las historias de los pueblos, conscientes, no obstante, de que por muy fuertes que sean sus raíces difícilmente eludirán su conversión en moneda de cambio. Junto a ella, en la planta baja de esta Neue Neue Galerie, Dan Peterman realiza lo que parecen anti monumentos alzados con lingotes de hierro realizados a partir de moldes de cobre, dos materiales con los que alude al poderoso presente siderúrgico del motor de Europa y al rico pasado griego como bandera del comercio en la Antigüedad. No es de extrañar que las piezas de Nkanga y Peterman hayan sido también instaladas en los pabellones de cristal de Kurt-Schumacher Strasse, escaparates de lo que un día fueron negocios en una de las avenidas comerciales más activas de la ciudad.



Miriam Cahn: KOENNTEICHSEIN. Fotografía: Roman Maerz

Es una muy buena sede esta antigua oficina de correos. En las pinturas del albanés Edi Hila, vuelve a aparecer la tienda de campaña como metáfora de una dicotomía entre nomadismo y sedentarismo, uno de los ejes de la exposición. Muy cerca de ellas hay unas vitrinas con obras maravillosas de Ruth Wolf-Rehfeldt. Nacida cerca de Leipzig en 1932, trabajó durante años bajo estrecha vigilancia en las oficinas de correos de Berlín durante la Guerra Fría. Como ejercicio de resistencia a la presión policial, realizó sus propias incursiones en el arte postal, que enviaba a diferentes direcciones fuera de los dominios socialistas.



Hay en Documenta14 un gran número de artistas poco conocidos en los sectores comerciales. Esta es la baza de Szymczyk, que pretende situarse al margen de los perfiles estéticos habituales, huir de la homogeneización que elimina singularidades modelando un gran canon que circule con fluidez. Este es su triunfo. Quiere el comisario explorar aquellas zonas que pueden estar aún a salvo de la colonización neoliberal, aquellas que resisten como acorraladas por el fuego de un incendio cuyo humo ya molesta en sus gargantas. Aquí están las comunidades indígenas, los reductos aborígenes, la vida en las estepas de Mongolia, el pueblo Sámi… Y de aquellas que ya han caído, quiere perpetuar su memoria. En el Museo de Historia Natural hay una sala en la que dos colombianos, Beatriz González y Abel Rodríguez, retienen imágenes de un paisaje aún propio. Es un momento de intimidad y de un silencio resignado ante lo que está por venir.



Me he ido de Neue Neue Galerie sin destacar el trabajo de The Society of Friends of Halit, un colectivo del que forma parte un subgrupo, Forensic Arquitecture, liderado por el israelí Eyal Weizman, que investiga la muerte de Halita Yozgat, un joven inmigrante asesinado en Kassel en 2006 por un grupo neonazi. La lucha de este grupo de artistas, activistas e investigadores se centra en descentralizar la información y denunciar en el uso fraudulento que de la verdad hace el poder. Funciona bien su research junto a las fotografías de Ahlam Shibli, que captan el recorrido de los migrantes a Alemania y de quienes tuvieron que huir de aquí por la presión nazi.



Maria Eichhorn: Unlawfully acquired books from Jewish ownership, 2017. Fotografía: Mathias Völzke

Echo en falta esa pertinaz lucha por conocer la verdad que caracteriza el trabajo de Forensic Architecture al recorrer el Museum Fridericianum. Me gustaría que en una de sus investigaciones nos descubrieran las argucias que han debido de urdirse entre Documenta y Atenas, porque en esta sede, que suele acoger el centro del discurso curatorial de la Documenta, no he logrado entender nada. Todo el espacio está ocupado por una selección de obras del EMST de Atenas, el museo nacional recientemente inaugurado en la capital griega y que es una de las cuatro grandes sedes de Documenta en Atenas. Aquí se concentra el grueso de la presencia griega en Kassel, pero me ahogo en mis dudas al visitar sus salas. Arranca el recorrido con una selección de artistas griegos cuya práctica podría uno asociar a cierta querencia vernácula, con su convergencia de tonalidades, su tratamiento compartido de la materia. Pero aparecen de repente obras del portugués Cabrita Reis, del cubano Carlos Garaicoa o del estadounidense Gary Hill y frustran lo que podría haber sido un acertado esbozo de cierta identidad nacional. Podría haber sido la defensa de una singularidad que sí se percibe en el conjunto, pero todo adquiere un aroma corporativista, con repetidas referencias a la fábrica de cervezas cuyas antiguas instalaciones ocupa ahora el museo nacional. Me resulta algo decepcionante el Fridericianum, que se aleja del espíritu que se había logrado forjar en las sedes anteriores. ¿De verdad ha sido el desembarco de la colección del EMST en el Fridericianum el precio a pagar por utilizar las salas del museo de Atenas? ¿Tan importante era, acaso, aquella sede ateniense, que no es sino otro museo más con una arquitectura y unos espacios que no tienen una pizca de gracia? ¿Podría Szymczyk comprometer todo su proyecto por devolver un favor? ¿No estaría cayendo en las mismos vicios que él mismo pretende denunciar?



Tras el revés del Fridericianum, nos trasladamos a la Neue Galerie, donde se concentra el grueso de la exposición, un espacio que Documenta ocupa en su totalidad por vez primera. El recorrido es extenso, por momentos extenuante. Se suceden prácticas de diversas épocas, desde pinturas del Trecento a vídeos y películas contemporáneas, pasando por abstracciones de vanguardia. En nuestra primera visita a la Documenta en Atenas, en el mes de abril, constatamos que buena parte del discurso curatorial se alzaba sobre la negación y la destrucción. Lo veíamos en Parco Eleftherias, un lugar ligado a la represión llevada a cabo por la junta militar a finales de los sesenta. El artista y arquitecto griego Andreas Angelidakis se había servido la siniestra memoria del lugar para crear la sede del Parlamento de los Cuerpos, el órgano intelectual de Documenta, a partir de un ejercicio de "restauración" que, lógicamente, trascendía lo puramente arquitectónico. Esta idea de reparación, recorre la muestra en la Neue Galerie de Kassel, como demuestra la referencia al artista Arnold Bode, que fundó Documenta en 1955 con la voluntad de sanar el trauma de la barbarie y de restituir el valor moral del arte. Se habla de territorio e identidad nacional y de colonialidad e imperialismo; afloran la opresión y el desarraigo, la memoria, el trauma y la culpa. Documenta en Neue Galerie es implacable ante los desmanes asociados a la construcción de nación, los de entonces y los de ahora. Se nos habla, si bien con brevedad, del expolio y de la deuda, un asunto que bien podría haber llenado dos o tres Neue Galeries y por el que el equipo curatorial parece haber pasado sólo tangencialmente tras haber tenido una fuerte presencia en Atenas. Sí se hace incisivamente visible en la obra de Maria Eichhorn y su Rose Valland Institute, una organización creada al hilo de Documenta14 que tiene como fin la investigación y el seguimiento de las propiedades confiscadas por los nazis. El de Eichhorn forma parte de un proyecto más amplio que estudia la "propiedad huérfana" y que en Atenas se trasladaba al ámbito inmobiliario, con una obra centrada en despojar a las viviendas de propietarios y convertirlas en propiedades desposeídas.



Una de las notas más reconocibles de la exposición de Atenas, la partitura, mantiene en Kassel una notable vigencia en Documenta Halle. Entendida como resistencia a los sistemas comerciales y como signo de expresión colectiva, la partitura reconstruye las jerarquías de la autoría limitando el papel de creador, que sólo apunta pautas que tomaran una deriva imprevisible amparada en un sólido espíritu de comunidad. Destaca, en este sentido, la documentación de acciones de Anna Halprin, una artista cuyo trabajo disfruta de un clamoroso reverdecimiento a partir del interés que recientemente despierta en no pocas instituciones internacionales.



@Javier_Hontoria