Egon Schiele, Two Squatting Women, 1918 (unfinished). Foto: Leopold Museum

El Museo Leopold inaugura la gran exposición de aniversario del pintor expresionista, unas obras que cien años después de su muerte han vuelto a ser censuradas en Reino Unido y Alemania. Y lo acompaña de una segunda gran muestra donde su universo provocador dialoga con los niños malos del arte austriaco, Günter Brus y Thomas Palme.

En 1912 lo acusaron de pornógrafo, el juez ordenó quemar uno de sus dibujos y pasó una temporada en la cárcel. Tenía 22 años. En la década de los años 30, ya muerto y con los nazis en la Cancillería austriaca, su consideración no mejoró: pasó a ser un artista degenerado. Hace unas semanas, en la conmemoración del centenario de su muerte, las ciudades de Londres y Hamburgo decidieron que sus obras no podían ser contempladas al aire libre. Ha pasado un siglo y Egon Schiele (Tulln, 1890-Viena, 1918) sigue saltándose las reglas que gobiernan la moralidad en el dominio público. La Oficina de Turismo de Viena eligió sus pinturas para lanzar los carteles de la campaña en el Reino Unido que celebra los cien años del modernismo vienés y el metro de Londres los rechazó por la "turbación" de tener que mostrar genitales en el espacio público. Las obras de arte debían estar tapadas. Ni siquiera pixeladas. Lo mismo ocurrió en la campaña en Alemania. "Lo puedes ver todo en Viena", retaban los carteles de metro de Londres y las marquesinas de Hamburgo y Colonia. Las figuras de Schiele se mostraban con los genitales tapados por el lema de la exposición: "Cien años ya, pero aún demasiado atrevido", junto al hashtag #ToArtItsFreedom ("Para el arte esto es libertad"). La frase que censura los desnudos de Schiele en la publicidad proviene de la fachada de la Secesión, cofundada por Klimt en 1897: Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit: "A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad".

Egon Schiele, Self-Portrait with Chinese Lantern Plant, 1912. Foto: Leopold Museum

Junto a Oskar Kokoschka, Egon Schiele está considerado el máximo representante del expresionismo austriaco. Pese a tanta polémica, se trata de un pintor reconocido. Tanto, que corre el riesgo de morir de éxito. Ya hemos visto cómo Viena lo utiliza como icono para vender su imagen y empapelar media Europa; en el Thyssen-Bornemisza de Madrid se venden cojines bordados con sus paisajes; Patti Smith dijo una vez que se sintió atraída por el cantante Tom Verlaine, líder del grupo protopunk Television, porque tenía un aire al pintor austriaco. Le sobraba talento. Nació en Tulln an der Donau, una ciudad abrazada al Danubio a 40 kilómetros de Viena, y con 16 años fue el estudiante más joven de su generación en ingresar en la Academia de Bellas Artes. Lo hizo en 1906, un año antes de que la misma institución rechazara a Adolf Hitler (en realidad le negó el acceso en dos ocasiones, en 1907 y en 1908). Gustav Klimt se convirtió en su mentor y el arquitecto Otto Wagner empezó a aconsejarle para lanzar su carrera. En 1910 rompió con la academia y con 20 años se transformó en el artista de la mirada radical que nos ha llegado hasta hoy. En la puerta del Museo Leopold, el escritor Stefan Kutzenberger, experto en Schiele y que hasta hace muy poco trabajaba en el museo, adelanta lo que vamos a contemplar: "Schiele fue uno de los grandes exploradores de la modernidad. La sociedad del fin de siglo sufrió uno de los cambios más extremos de todos los tiempos. Las innovaciones técnicas cambiaron la vida cotidiana a una velocidad sin precedentes. Schiele buscaba la respuesta a la pregunta de qué significaba este cambio social para el individuo. Schiele experimenta consigo mismo, toma su cara, su cuerpo y quiere encontrar al YO moderno". Kutzenberger ofrece una interpretación de por qué Egon Schiele sigue siendo actual: "Nos muestra lo que significa ser un yo, una existencia. Por eso sus figuras están pintadas muchas veces sin fondo y sin ropa, desnudas en un mundo desnudo. Lo que queda es el cuerpo humano y la sola existencia, que busca una manera de ser y una manera de comunicar sus sensaciones, ideas y sufrimientos. Schiele quiere expresar el mundo interior al mundo exterior. Como todas estas cuestiones son todavía actuales, o incluso más actuales que nunca, la obra de Schiele está más de moda que nunca".

Egon Schiele, Liegende Frau, 1917. Foto: Leopold Museum

El Museo Leopold, un gigantesco cubo blanco varado en la plaza mayor del barrio de los museos de Viena, posee la mayor colección de Schiele en el mundo, compuesta por más de 40 pinturas y 180 trabajos sobre papel. Incluso tiene un Centro de Documentación para investigar su obra. La exposición de aniversario, Die Jubiläumsschau, exhibe 125 obras procedentes de los fondos del propio museo y de la colección privada de la familia Leopold entre óleos, acuarelas, dibujos y gouaches, además de fotografías, cartas y poemas del artista. Su estudio del cuerpo humano y su interés por la representación de la sexualidad provocó que su obra fuese (des)calificada en numerosas ocasiones como pornográfica. El hombre que amaba las vaginas, como lo describe el crítico de arte Jonathan Jones, se atrevió incluso con tabúes aún vigentes. La mujer en Schiele es una mujer que se masturba -las mujeres se masturban- y que tiene la menstruación -las mujeres menstrúan-. También llevó el atrevimiento a su propio espejo. Él mismo se convirtió en su modelo favorito. Se obsesionó con su propia imagen. Se autorretrató en todo tipo de actitudes y gestos, vestido y desnudo, melancólico y con un erotismo provocador.

Schiele-Brus-Palme

Si Egon Schiele fue su modelo preferido, Günter Brus (1938) es su propia obra de arte. Así lo explica el artista: "Mi cuerpo es la intención, mi cuerpo es el evento, mi cuerpo es el resultado". En ocasiones, hasta el sadomasoquismo. Durante la década de 1960 Günter Brus retomó el cuerpo como capital artístico y radicalizó el análisis que Schiele hizo del yo. Una generación después, Thomas Palme (1967) recoge en sus gráficos el testigo de la herencia de Schiele y de Brus. En los sótanos del Leopold, como un gran salón erótico abierto en las entrañas de Viena, se inaugura hoy la muestra Dreams of Falling, que establece un fecundo diálogo que trasciende lo temporal, como el collage que le dedicó Brus a Schiele en 1965. Hay lascivia y provocación, que en el caso de Schiele se remonta a 1910 cuando la policía le obligó a sacar 14 dibujos de una exhibición debido a su "naturaleza obscena". Egon Schiele, Günter Brus y Thomas Palme fueron los enfants terribles de sus respectivas generaciones. Sus obras ampliaron el significado de lo que hasta entonces había sido el concepto de arte. Y con él, el de la censura. @HansGranda