Caleidoscópico René Daniëls
Untitled, 1980-1982
WIELS, en Bruselas, dedica una muestra retrospectiva al pintor holandés que viajará el año próximo a Ginebra. Daniëls tuvo que dejar de pintar durante 30 años, pero es hoy uno de los indiscutibles de la pintura europea de las últimas décadas.
En 1987 sufrió un ictus y todo se frenó. Con medio cuerpo paralizado desde entonces, volvió a coger los pinceles hace tan solo unos años, pero ya a otro ritmo, obligado a aprender a pintar con su mano mala, inservible la otra tras el accidente. Dos años antes, en 1985, Daniëls realizaba unas pinturas que parecían ramas de árboles con su flor. Una mirada atenta revela que esta flor no es tal, sino minúsculas leyendas que rezan títulos de obras suyas como si de diagramas se trataran, como entradas de una genealogía desde la que asomarse a su universo estético. Cuando retomó la pintura tras las casi tres décadas de ostracismo al que le abocó el ictus, acudió de nuevo a estas obras como quien vuelve al estudio tras salir a comer. Era lo lógico, pues si hay una constante a lo largo de toda su pintura es la de estar siempre revisándose.
Daniëls se había impregnado del ambiente contracultural de la Holanda de los setenta, si es que no había sido él uno de sus impulsores. Toda su obra está llena de referencias a la música, la ciencia-ficción, el cine y la cultura de la calle. Profundamente narrativa, acudía a motivos de Dadá y del Surrealismo, se dirigía reiteradamente a Duchamp y a Magritte, y también a Picabia, ese proto-posmoderno con cuyo caudal alegórico y cáustico estableció fuertes conexiones. Eran los años finales de los setenta y principios de los ochenta, ya sabemos, el climax de la cita y el resquebrajamiento de los grandes relatos, disueltos en el magma al que parece aludir el agua de muchos de sus cuadros. En el agua de Daniëls flotan verdades que lo son solo a medias, proclives a cambiar de signo con el más nimio oleaje.
ZigZag, 1987
Durante años anduvo reflexionando sobre lo académico, sobre las leyes intrínsecas de la pintura y sobre la exposición como medio. La ventana se convertirá en un leitmotiv obsesivo. Si en el Renacimiento la ventana, emblema del intelecto ligado a lo visual, permitía a la mirada perderse en la lejanía gracias a su rígido sistema de fugas -como sostuvo en sus estudios Leon Battista Alberti-, para Daniëls se convierte en el balcón desde el que la pintura se mira sólo a sí misma, enredada en un bucle irresoluble. En un cuadro capital, Academie de 1982, la fachada de un edificio tiene sus ventanas ocupadas por cuadros. La ventana izquierda del último piso muestra uno que el propio Daniëls tal vez estaría pintando en esos momentos. En una línea parecida, la glorificación de la pintura por parte de la Academia es el blanco de dardos venenosos en otra pintura que representa, a su vez, dos cuadros también suyos bien ligados a la cultura popular, con motivos de patinetes y de discos. Probablemente estarían también a medio hacer, pero aparecen ya ostentosamente enmarcados y deificados.La exposición, que ha sido comisariada por la conservadora de la casa Devrim Bayar, quien ya firmó aquí una estupenda retrospectiva del también holandés Daan van Golden, dedica un espacio importante a los cuadros que Daniëls reunió bajo el título genérico de Mooie Tentoonstellingen, que podríamos traducir como "Bonitas exposiciones". Es la producción más conocida del artista y, con razón, la más aclamada. En ella, Daniëls practica una pintura que se mira y en la que a la vez se está, pues abre espacios ficticios que se resuelven entre el simulacro y la cita, en un redundar elíptico y perseverante que bebe de la ironía y de la melancolía en igual medida. Todas estas "exposiciones bonitas" tienen un elemento en común: la pajarita, que es como coloquialmente se llama -y él mismo llamó- a los fragmentos de espacios expositivos vistos en perspectiva (de acuerdo, ahora sí, con las tesis de Alberti).La ventana se convertirá para Daniëls en un
Tras tantos años de ideas y peroratas, la pintura de René Daniëls celebra una visualidad renacida, pero en su paleta no falta una reflexión tautológica apoyada en un complejo sistema perceptivo que convierte el plano en un espacio tridimensional, deslizante y esquivo, como un caleidoscopio que lo duplicara o triplicara pero que nunca rehúye una cuestión esencial: el suyo es un ejercicio intelectual que favorece formas inéditas de ver y de estar dentro y fuera de la pintura, perdidos nuestra mente y nuestra vista y nuestro cuerpo en latitudes impredecibles, líquidas e insólitas.
@Javier_Hontoria