Pace, la galería internacional líder del arte contemporáneo, inaugura una nueva sede, la novena, en la Hanover Square de Londres, una plaza completamente renovada, con una exposición extraordinaria del pintor ruso-estadounidense Mark Rothko (Dvinsk, Rusia, 1930; Nueva York, 1970), sobre todo reconocido por sus fascinantes pinturas de campos de color de monumental formato que envuelven al espectador e invocan lo metafísico.
La exposición titulada Mark Rothko 1968: Clearing Away, y que estará abierta hasta el 13 de noviembre, reúne 17 pinturas clave realizadas en la técnica de acrílico sobre papel y en formato comparativamente más pequeño, a fines de la década de 1960, un período significativo y prolífico en la trayectoria del artista, a pesar su estado físico cada vez más frágil y lo tumultuoso de su vida personal.
En 1968, la salud Rothko se deteriora gravemente al sufrir un aneurisma aórtico casi mortal, por lo que está hospitalizado durante tres semanas. El médico le aconseja dejar de pintar, lo que Rothko rechaza. Se deciden por el compromiso de reducir significativamente la gran escala de sus pinturas y trabajar exclusivamente en papel en vez de lienzo. A pesar de ello, Rothko continuó pintando febrilmente con un renovado entusiasmo por el color, cautivado por el efecto de la pintura acrílica, que acababa de descubrir.
“Estas obras en papel realizadas por mi padre en tiempos difíciles, con salud delicada y con restricciones, son mis favoritas, porque representan la realización del esfuerzo de toda su vida para refinar su visión de lo ilimitado. Son una prueba de cómo mi padre confrontaba la enfermedad y la depresión pintando. Cada día comenzaba siempre de nuevo”, nos cuenta desde Nueva York Christian Rothko, hijo de Mark Rothko, psicólogo de profesión que se ha convertido junto a su hermana Kate en la autoridad más importante de la obra del artista.
“Las pinturas que componen la exposición provienen casi todas de la familia”, señala Elliot McDonald, director de la galería Pace, que representa el legado de Rothko desde los años 70. McDonald, que se encuentra frente a las obras, instaladas sin marco ni cristal, como le gustaba al pintor, explica: “A pesar de que se vio obligado a reducir la escala, de su lienzo monumental característico a un papel de tamaño más íntimo, estas obras en papel poseen la misma fuerza extraordinaria, similar poder evocativo y una paleta de color igualmente rica, rebosante de imaginación. Estas obras de papel crean esa mágica ilusión de un espacio infinito y luminoso” ·
Christian Rothko añade: “A lo largo de su carrera siempre trabajó en papel en ciertos periodos. Deseaba que viéramos todas sus obras, independiente del formato grande o pequeño, como un diálogo humano e íntimo con el espectador, lleno de emociones. Las realizaba con el mismo propósito de transmitir una experiencia genuina”. De hecho, esa intimidad se traduce especialmente en la técnica del papel porque tiene una cualidad inherentemente similar a la de la piel debido a su vulnerabilidad. La exposición, con obras como pequeñas joyas, fomenta el examen íntimo, ofreciendo una calidad meditativa excepcional.
Christopher Rothko tenía solo seis años cuando su padre se quitó la vida en 1970. Los recuerdos de su infancia son agradables pero limitados, ya que estaba protegido de muchos aspectos negativos. “En realidad, lo veía como si fuera mi abuelo", asegura. "Conocí su lado más lúdico y teatral, que pocos conocían. Para él, yo era como un regalo y así me lo decía. Le gustaba llevarme a su estudio y darme rollos de papel y pinceles para que pintara, y me ponía álbumes de música. Escuchamos música clásica juntos sobre todo Mozart, y más Mozart; discutíamos porque él prefería La flauta mágica y yo Don Giovanni. Siempre decía: aunque Mozart parece muy alegre, su música era un llanto a través de su sonrisa”. La música para Rothko fue fundamental. “Siempre había música en casa”, recuerda Christopher. “La música expresa exactamente el tipo de experiencia emocional, pre-verbal, profundamente sensual, que él quería que sus pinturas despertaran en el espectador”.
Christian creció rodeado de obras de su padre, y de hecho aún conserva obras de todas las épocas. “Una de las que más le emocionaba es la que estaba en el comedor, y que hoy se encuentra en el MoMA. Se titula Slow Swirl at the Edge of the Sea, en la que se retrató de forma pasional con mi madre, bailando junto a ella entre el mar y el cielo, en un estilo neo surrealista”.
Rothko era un hombre de personalidad reservada, y aunque nadie lo vio pintar, Christopher recuerda su método y sus rutinas. “Su forma de trabajar era a la vez espontánea y racional. No era un pintor “action painting”, para quién el gesto de la mano y el trazo es lo que cuenta. Siempre tenía un plan, una idea de comienzo, pero aplicaba muchas capas de color y reflexionaba mientras se secaba cada una de las capas. Dependiendo del resultado, podía cambiar su idea inicial. Se tomaba mucho tiempo antes de rectificar cualquier detalle”
Mark Rothko no aceptaba reglas de nadie pero sí creaba las suyas propias. Tenía un horario de trabajo como si fuera un hombre de negocios. Así lo recuerda su hijo: “Comenzaba a las 8:00 de la mañana y se quedaba hasta las 6:00 de la tarde, seis días a la semana. Luego volvía a casa y la familia era otro universo donde no hablaba de pintura. Sin embargo, le encantaba irse con sus amigos y hablar de filosofía, de teatro y de otros pintores, sobre todo de sus influencias, de los maestros del Renacimiento italiano o de Matisse. Le encantaba visitar los museos y las iglesias porque en realidad lo que a él le interesaba era cómo los demás artistas abordan el espacio y las pasiones”.
Malentendidos
Christopher Rothko escribió a lo largo de doce años un libro de ensayos titulado Inside Out, en el que ofrece un nuevo enfoque del trabajo de su padre y pretende aclarar los numerosos malentendidos sobre su obra. Nos cuenta dos fundamentales: “Se dice que sus pinturas van siendo más oscuras con los años porque estaba luchando contra la depresión, pero en realidad fue simplemente una elección. Adoptó un estilo más oscuro porque no quería que la gente viese su pintura como algo “bonito”, sino que fuese más allá. Para él la belleza debía estar al servicio de los sentimientos y de las ideas. Era un hombre preocupado por las cuestiones existenciales, y por ello, sus cuadros son como una conversación constante con la persona que tiene enfrente”. Y añade: “Para mi padre, el arte era una forma profunda de comunicación”.
Quizás por ello, una de las frases más conocidas de Mark Rothko es “yo hablo a través de mis colores”. A través de la manipulación magistral del color sondeaba las profundidades de sí mismo y la condición humana. Él dejó escrito: "Solo quiero expresar las emociones humanas básicas: tragedia, éxtasis, fatalidad, etc.", y declaró: "El hecho de que muchas personas se rompan y lloren cuando se enfrentan a mis pinturas demuestra que puedo comunicar esas emociones humanas básicas".
Justamente otro gran malentendido que Christopher Rothko ha querido aclarar es el hecho de que mucha gente no sabe cómo aproximarse al nivel extremo de abstracción de las composiciones clásicas de Rothko. “Algunos han sugerido que son composiciones vacías, que no hay nada”, señala. “Lejos de ahí, hay que entender que una pintura de Rothko no es solo visual. Es una experiencia. No se habría pasado años pintando cientos de rectángulos si no hubiera nada allí. Sus composiciones no son nihilistas. Ese es un gran error”.
Justamente el título de la exposición Clearing away (Limpiando), tal y como precisa Elliot McDonald, director de la galería Pace, hace referencia a ese “vaciamiento espiritual”, y a la necesidad de Rothko de borrar todas las influencias externas, para alcanzar la esencia pura, una idea que se refleja en todas sus obras. Esta exposición, en definitiva, ofrece a los espectadores una visión poco común de la práctica más espontánea del artista mientras experimentaba con el color y el medio, libre de las exigencias de los lienzos a gran escala.
“Permite a los espectadores un encuentro íntimo, cumpliendo el deseo de Rothko de derribar los límites entre el artista y el espectador”, concluye Mc Donald. Rothko sugirió, quizás en broma pues era muy irónico, que la distancia óptima desde la cual involucrarse con estas obras era de 45 centímetros, reflejando su propia proximidad a las pinturas mientras las hacía.
Esta exposición coincide con la exhibición histórica de la Tate Britain de los murales Seagram de 1958 de Rothko en diálogo con pinturas de J.M.W. Tornero, pintor británico al que admiraba profundamente. El conjunto de pinturas a gran escala originalmente destinado al restaurante Four Seasons en Nueva York fue entregado por el artista a la Tate en 1969, y llegó a Londres en 1970.