Lichtenstein, guiños a cuatro ojos
Dado a conocer en España en 1981 con la exposición que la Fundación Juan March dedicó a dos décadas de su trabajo, y popularizado en Barcelona con su llamativa escultura pública "Barcelona Head", inspirada en Gaudí, Roy Lichtenstein (Nueva York, 1923-1997) supo como pocos artistas hacer del arte algo habitual y cotidiano, acercándolo a una sociedad que lo miraba con recelo e indiferencia. Desde que echara mano del Ratón Mickey y el Pato Donald, o los indios y "cowboys" en sus primeras obras, su forma de trabajo acabaría revolucionando la visión y la propia concepción del arte, distanciada definitivamente de los gestos depresivos del expresionismo abstracto, dominantes en la década de los años cincuenta, contra los que arremetía. Al respecto, Lichtenstein señaló con ironía: "resultaba difícil conseguir una pintura que fuera lo suficientemente espantosa para que nadie la colgara. Se colgaba cualquier cosa. Era casi aceptable colgar un trapo chorreando pintura; todo el mundo se había acostumbrado a ello. Lo que todos detestaban era el arte comercial; aparentemente tampoco lo odiaban demasiado".
Coincidente en las maniobras pop con Warhol, Rosenquist, Hamilton y Oldenburg, Lichtenstein recurrió en sus inicios a las inocentes imágenes de los envoltorios de chicle y de los cómics para magnificarlas en sus cuadros como simples representaciones de lo cotidiano, dotándolas de una nueva significación. De este modo, convertía en arte lo inesperado, lo degradado y antiestético, "aceptándolo —según el propio artista confesaba— por estar ahí, en el mundo... Los cómics y los letreros son interesantes como temática. En el arte comercial hay ciertas cosas que son útiles, fuertes, vitales".
Aunque la presente exposición apenas sí atiende a estas primeras obras, algunas de ellas fundamentales en su producción, por otra parte sobradamente conocidas, desde el inicio acierta en detenerse en la serie titulada "Modern Sculpture". Se trata de un conjunto de obras extraordinarias que revelan una faceta del artista poco divulgada, la que se atreve a poner en jaque las buenas maneras y el decoro de la escultura moderna.
Con las explosiones y las tazas de cerámica se muestra al Lichtenstein de los colores básicos y los trazos elementales, ingredientes compositivos que conformaron su sello y con los que el artista parecía magnificar irónicamente el minimalismo. Aplicándose en las superficies lisas y pulidas, que tan pronto se llevaban al lienzo como pasaban a escultura, Lichtenstein lograba reducir al máximo el gesto artístico sometido a un tratamiento casi mecánico. De esta forma concibió un esquema de trabajo muy próximo al proyectado por las imágenes industriales a las que intentó acercar su obra.
Por otra parte, los perfiles de mujeres, los espejos, las lámparas y los brochazos, sus temas más recurrentes, conforman el grueso de obras aquí expuestas, fundamentalmente esculturas, en las que se va deteniendo una exposición que provoca sonrisas, a veces cáusticas. No en vano, el humor es uno de los medios mejor empleados por Lichtenstein. Sus guiños, a cuatro ojos, se dirigen con el mismo acierto a Matisse y Dalí, como a Picasso o Léger, homenajeándolos de tal forma que la ironía se hace tierna, en un arte para todos los públicos.