Exposiciones

Curro González

21 noviembre, 1999 01:00

Galería Tomás March. Gobernador Viejo, 26. Valencia. Hasta el 14 de diciembre. De 125.000 a 2.500.000 pesetas

Como un sueño que tan pronto es dulce como capaz de desatar las más voraces pesadillas, la obra reciente de Curro González (Sevilla, 1960) parece clamar en un desierto en que tienen lugar, a medias voces, encuentros furtivos y anheladas búsquedas. Un desierto en el que germina una vegetación que deja mirar, y no ver, la captura de sus arenas movedizas. Allí, entre cactus y piteras de toda especie y troncos milenarios, se adivina el ronquido silencioso de un gnomo que, mientras duerme, despierta sus pensamientos conduciendo al espectador por la espesura de una duermevela figurada.

Con el pretexto de "The Gaslighter's Nightmare" (La pesadilla del encendedor de farolas de gas), un grabado encontrado de A. Tilly publicado en la revista "Nature" en 1884 que da título a la exposición, Curro González reúne un conjunto extraordinario de lienzos y papeles. En ellos, el artista pone luz en la penumbra, y sombras en las claridades de una época en la que ya no se funden los plomos que hicieran saltar las chispas de un imaginario inexplorado. Cual gnomo avieso, Curro González conduce el candil de las visiones perdidas por el denso territorio de los sueños, sumergiendo al espectador en la frondosidad de los bosques encantados. Prestidigitador de miradas, abre el bosque para dar paso a un desierto en el que se cruzan las imágenes más contradictorias, centelleantes en el espejismo inmenso de una realidad que aparenta ser fantástica, o de una fantasía que aparenta ser real.

Luciérnaga de las noches encendidas y los días apagados en los papeles "Bridge that gap, Bosque seminal" y "AI final de los sueños", Curro González figura un laberinto icónico en el que anida tanto la imaginación más lúcida como la razón más tenebrosa. Valiéndose de una apagada gama cromática en obras como "El bosque cómico", va despejando el follaje de su tupida imaginación para hacer discurrir al ojo por los terrenos pantanosos de la imaginación. Presa del horror vacui con el que ha llenado siempre su obra, en los lienzos "La pesadilla del encantador de farolas de gas I y II", da entrada a todo tipo de visiones, reciclando cuantas imágenes caen en sus manos. Con esa ecológica estrategia iconoclasta, Curro González paraliza los desfigurados flashes de la realidad, saneando sus más sofisticadas representaciones, al tiempo que contamina las más ingenuas en obras como "Party Worrd". Una suerte de higiene artística parece conducir sus pinceles, como si se tratara de afilados bisturíes con los que intervenir la polución mediática que alimenta nuestra memoria más inmediata. Diestro en el "trompe I'oeil", Curro González, haciendo alarde de buen humor, pone cepos a la mirada para dejar al espectador que descubra por dónde andan sus pasos y en qué lugar dejó sus huellas. Figuraciones mil en la espléndida obra "The Milk Wood" (El bosque de la leche), en tomo a la que gira esta exposición, llevan a andar a tientas para desvelar el sentido de nuestros sueños y realidades. Allí se esconden lecturas placenteras y terribles narraciones, algunas olvidadas o arrinconadas inconscientemente. Y cuando todo parece una pesadilla o una dulce alucinación, Curro González alumbra con clarividencia la barroca ostentación de una época, transfigurando sus luces y sombras.