La vanguardia en todos sus anhelos
Juan Gris: "Mujer en un sofá", 1925
La propuesta de Guillermo de Osma consiste en echar una mirada de hoy sobre otras miradas de ayer, las de los españoles de las vanguardias históricas, tratando de resolver el difícil juego interpretativo de sus obras, realizadas en una coyuntura artística muy poco homogénea. Por aquel eclecticismo, vaguedad y mezcla de la práctica es- pañola de los lenguajes de las vanguardias internacionales, nunca terminan de encajar del todo las piezas de tan bello e inquietante puzzle.La exposición arranca y se cierra con obras de Daniel Vázquez Díaz. Con ello se subrayan dos valores fundamentales: la vinculación estrecha con París que mantuvo la vanguardia española y el papel que el magisterio de Vázquez Díaz jugó en la renovación de nuestro arte antes y después de la Guerra Civil.
Entre el París de entreguerras y el Madrid de 1939, se encuadra la muestra, cuyo primer tramo, dedicado al cubismo, resulta especialmente brillante. En aquellos años (1912-1925) el cubismo había entrado en una etapa de extraordinaria difusión en la que se practicó en variantes individuales cada vez más libres, incluyendo elementos cézannianos y del futurismo. Destacan aquí, entre las firmas francesas, Bleizes, André Lhote, Georges Valmier y Braque.
Junto a ellos hay que señalar dos bodegones de los pintores -y amigos- mexicanos Diego Rivera y ángel Zárraga, activos en España tras su primera etapa parisién, y que intimaron con María Blanchard (de la que se exhibe una exquisita Composición cubista). A ellos hay que sumar dos pinturas de Juan Gris (quien, en efecto, "devolvió la luz y el color al cubismo"), una de Alberti (su cubismo era menos "ingenuo" que lo proclamado por él), otras dos de Moreno Villa y un pequeño y casi futurista Paisaje de Madrid, pintado por Dalí en la Residencia.
Ahí, en la eficacia del primer diálogo franco-español, acaba la claridad de estilo de la exposición, que, de inmediato, entra en una vorágine de eclecticismos y deslizamientos. Vuelve a plantearse la cuestión de si hubo congruencia estilística suficiente entre los integrantes españoles de la llamada Escuela de París. Bores, De la Serna, Olivares y Peinado muestran aquí más sus diferencias plásticas que sus lazos de unión. De otra parte, los vanguardistas activos en Madrid, Barcelona y Bilbao, representados por Dalí, Palencia, Maroto y Pelegrin, se van expresando entre coordenadas tan distintas como las del poscubismo, el posfauvismo, la pintura metafísica, el realismo mágico y la nueva objetividad. También en los innovadores que participaron en la célebre Exposición de Arte Constructivo (Madrid, 1933), representados por Julio González, Castellanos, Palencia, Manuel ángeles Ortiz, Moreno Villa y Torres García, se combinan tendencias tan indefinidas como el planismo, el vibracionismo y otras formas del llamado espíritu "ultramoderno". Es, precisamente, ese espíritu de vehemencia, lo que da atmósfera unitaria a la muestra. Atmósfera cruzada de intuiciones de cómo se hubiera producido la modernidad vanguardista en todos sus anhelos, ya que no pudo hacerlo en todos sus estados.