Jaume Plensa, vértigo y laberinto
La pieza más importante de la exposición, titulada Europa, consiste en una especie de cabina cuyo interior, con sus caras o superficies realizadas exclusivamente con espejos, provoca una sensación de infinito y vértigo. Vértigo, porque alude al universo de Narciso y porque es una manifestación de lo sublime -concepto vinculado a la experiencia del terror-. Frente a la cosmovisión humanística de un espacio mensurado y limitado, con una distancia entre sujeto y objeto que hace posible el diálogo con las cosas, Narciso es el símbolo de la pérdida de los puntos de referencia. Y más aún, Narciso, inmerso en el efecto calidoscopio del espejo, representa la imposibilidad de articular el propio deseo -o sea, la relación con el mundo-. Este juego de espejos y reflejos sin fin de Narciso, es la imagen del laberinto, de la pérdida del sentido de orientación y la muerte, y en suma, del infinito. Europa es la expresión de un estado del espíritu y por extensión de la sensibilidad contemporánea.
La idea de escultura de Jaume Plensa está vinculada a la idea del propio cuerpo y a la inquietud de reconocerlo y explorarlo. El encuentro entre la escultura/volumen y el cuerpo es un tema antiguo, que Jaume Plensa aborda con un nuevo lenguaje. La cabina que acabamos de describir se complementa con otra pieza muy significativa titulada Continentes, formada por una serie de planos paralelos de cristal en los que se ha grabado una cartografía del cuerpo. La superposición de planos transforma esta geografía en una suerte de laberinto, imposible de descifrar, ni individualizar en identidades; se trata de otra versión de Narciso.
El cuerpo, la escultura como inmaterialidad, el ideal de absoluto, la cultura europea, en todo ello late algo profundamente trágico. Es la tragedia de Narciso como en aquellos paisajes sublimes de Friedrich que expresaban el malestar, la disociación del hombre con el universo.