Los colores favoritos de Basellitz
Giebel, de la serie Mujeres de Dresde, 1990.
Tras la exposición llevada a cabo en el IVAM en 1991, en la que se revisaban grabados realizados por Georg Baselitz entre 1964 y 1990, una segunda entrega, ahora, hace un repaso de la escultura frente a la pintura.
En los años sesenta, Baselitz dio sobradas muestras de su domino de los pinceles, logró hacerse un hueco entre los grandes y aventuró una alternativa para una pintura de capa caída. Sin embargo, no contento con las excelencias de la técnica, en 1969 decidió colgar sus figuras boca abajo y mantener esa estrategia compositiva de por vida, como un medio que le permitía -según ha reconocido el propio pintor- llevar al espectador, no a mirar el tema, sino los lienzos. Esas intenciones que a otros pintores les ha llevado un largo proceso de experimentación pictórica, Baselitz las resolvió, así, sencillamente; si bien, aún hoy, cabría preguntarse hasta qué punto el espectador no sigue viendo en sus cuadros el tema, más allá de la excentricidad de unas composiciones que le han valido un nombre.
En los años ochenta -una de sus épocas más fecundas-, al abrigo del éxito de los jóvenes salvajes alemanes y la trasvanguardia, la pintura de Baselitz irrumpió con fuerza. No encontrará el espectador, sin embargo, en esta exposición los lienzos que le hicieran célebre en aquel momento, incluidos, algunos, en la exposición que "la Caixa" le dedicó en 1990. La exposición del IVAM, con obra de los noventa, se inicia donde concluía aquélla, dando paso, entre lienzos, a las esculturas, su obra menos interesante.
La presente muestra busca establecer una relación entre pintura y escultura que, si bien tiene una natural razón de ser en artistas como Kirchner -con quien Baselitz tanto entronca-, aquí se muestra algo forzada. Aun cuando pinturas y tallas en madera se presentan enraizadas en el primitivismo, y están provistas de toscas ramificaciones y fragmentos corporales non finitos, sus frutos son muy diversos. Es cierto que se pueden establecer vínculos formales, e incluso temáticos, pero la rotundidad que muestran algunos cuadros resulta difícil de encontrar en sus tallas.
Con el objetivo de conciliar un soporte y otro, la escultura Kopf (1979-1984) viene acompasada por dos espectaculares cuadros en los que se deja ver el óleo en crudo, silueteando unos cuerpos. La talla de una pierna y diversas cabezas amarillas, junto a una serie de lienzos monocromos, ponen en contacto al espectador con un cuerpo que tan pronto se horada como se rasga en mil pedazos. Pinturas como Zwiebelturm (1990-91) o Bilsiebenunddreissig (1995) van introduciendo un color que salpica a arces, fresnos y tilos, metamorfoseados en torsos y cabezas, que encuentran inexplicables apoyaturas en caballetes articulados -y a esas alturas cabe preguntarse por qué Baselitz no pone sus tallas boca abajo-. La última sala, que versa sobre la mujer, vista como madre y doncella en tres enormes tallas, acoge asimismo un espectacular cuadro en el que se dan cita las Tres Gracias danzando entorno a un autorretrato.