Image: Perejaume, el ruido y el silencio

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Exposiciones

Perejaume, el ruido y el silencio

27 febrero, 2003 01:00

La segunda edad de las obras 9, 2002

Para tocar el mundo/para no tocar el mundo. Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 29 de marzo. de 11.000 a 16.000 euros

La obra de Perejaume (Sant Pol de Mar, Barcelona, 1957) constituye una de las propuestas artísticas que con mayor solidez se han adentrado en los últimos años en los interrogantes acerca de la dualidad naturaleza/cultura. Esos interrogantes, que nos remiten en su filiación a los inicios del Romanticismo, y a la expansión en la cultura europea del sentimiento de lo sublime, o a los escritos de Friedrich Schiller sobre la dualidad poesía ingenua/poesía sentimental, se hacen particularmente intensos, e incluso dramáticos, en las últimas décadas, en las que la naturaleza está literalmente asediada, rodeada, por la expansión contaminante de los usos destructivos de la cultura.

Si ya Schiller, a fines del siglo XVIII, indicaba que para los modernos llegar a la naturaleza implicaba necesariamente un rodeo a través de la cultura, qué decir del mundo de hoy, donde la expansividad productiva de la tecnología convierte todo lo que nos rodea en artificio y acumulación. Es en esa encrucijada donde se inserta la intervención plástica de Perejaume, una intervención cargada de intenciones alusivas, en las que la representación del paisaje se transmuta en signo o registro de cultura. Las montañas, por ejemplo, se convierten en acumulaciones de cuadros, de marcos de pinturas, que nos llevan directamente a esa sobreabundancia del objeto, a ese reinado de la repetición y de la copia, que en lugar de impulsar el conocimiento y la comunicación con lo viviente, se convierte en una auténtica barrera para ello.

Las piezas de ese carácter, que se muestran en esta exposición, juegan a la vez con la superposición de reproducción y pintura, mostrando práctica, visualmente, hasta qué punto se hace indiscernible en la actualidad la diferencia entre lo gestual y lo pautado, entre cuerpo y tecnología. Hay, además, unos soberbios collages fotográficos de grandes dimensiones, manipulados digitalmente, donde podemos advertir no sólo el carácter abigarrado y monstruosamente desmesurado de nuestras ciudades, sino también esa especie de extraña escritura, esa maraña rasgada, que constituyen los trazados y nudos de carretera, que se inscriben en lo urbano como cicatrices indelebles.

Perejaume escribe a través de sus obras directamente sobre el paisaje, sobre la naturaleza atravesada por la intervención cultural del hombre, sobre el espacio artificial de la ciudad. Y ésta es una clave decisiva en su trabajo: poeta y escritor. Todo queda por explicar, dice en uno de sus magníficos sonetos. Perejaume nos hace visualizar hasta qué grado el devenir de la vida humana en su conjunto reposa sobre los usos, constructivos o destructivos, de la palabra, del lenguaje. En esa línea se sitúan, en esta exposición, el espléndido grabado que reproduce el paladar humano y el poético silbato de barro para llevar a la espalda como una "joroba de poeta". Y también Del uso (2002), una pieza que se presenta en dos pantallas de vídeo, una grande, en el muro, y otra de dimensiones más reducidas. En la primera, aparecen los seis personajes. En la segunda, la imagen de algunos de los ruidos que los personajes emiten. En ambos casos, Perejaume ha introducido un efecto de descontextualización, de disociación, entre sonido e imagen visual, creando un notable impacto de interrogación plástica y poética.

Sonidos fluidos, como los del agua, en la pantalla pequeña. Sonidos ambientales, combinados aleatoriamente y en una variación continua, que emiten las bocas de los seis personajes en la otra pantalla. Personajes que aparecen ralentizados, a tiempo lento, en una especie de extraño ballet, hasta el momento en que el sonido surge ilusoriamente de sus bocas, en que vuelven al tiempo real. El ruido del viento, el del ferrocarril, o el que producen las ruedas del automóvil al deslizarse por las bandas sonoras de las autopistas, parecen surgir de la boca y del aparato humano de fonación, creando una extraña sensación de incomodidad y misterio a la vez. Porque no son sonidos humanos, sino ruidos ambientales. De este modo, la obra, como en las propias bandas sonoras de las autopistas, nos remite a un deslizamiento sobre una superficie alterada: el ruido, los ruidos más variados, de todo tipo, es consustancial a la vida humana, como decía John Cage. Y por eso lo más complejo, lo auténticamente difícil, es llegar al silencio. A donde sólo arribamos a través de la palabra, o de la construcción visual o sonora. Ruido y silencio, palabra y visión, puntos de interrogación plástica de esta hermosa y sugestiva exposición.