Francesco Jodice en los lugares de comportamiento
Nápoles- T13 (1998)
Ha querido la fortuna que en semanas sucesivas me ocupe de dos muestras realizadas por fotógrafos: los dos fotógrafos-artistas, que han hecho, además, arquitectura, aunque nunca hayan ejercido; los dos fotógrafos de arquitecturas -aunque en esta segunda ocasión, más bien debería decir que en Francesco Jodice (1967), la arquitectura entra muchas veces en la composición de su trabajo, mientras que es absolutamente consustancial al de Gabriele Basilico (1944), sobre el que escribía la semana pasada-; y, por último, los dos milaneses, aunque ésta sea su coincidencia menos significativa.Resulta difícil determinar además de los rasgos singulares, visibles generalmente en los artistas, qué trazos diferenciales les distinguen de la maraña de quienes han hecho de la arquitectura y el urbanismo el motivo central de sus creaciones. Las más de las veces son diferencias de matiz, bajo las que subyacen, o no, discrepancias conceptuales o de interpretación; así ha ocurrido y supongo que así seguirá ocurriendo tanto con las tendencias dominantes como con los temas más favorecidos.
En el caso del todavía joven Jodice, he anticipado que la arquitectura es uno de los ingredientes que entra naturalmente en su labor y lo hace, creo no equivocarme, no tanto por las características del edificio -noción que incluye su posible belleza o perfección constructiva- ni tampoco por su significado histórico o su capacidad de analogía con un presente en él representado, que son algunas de las razones que sustentan la obra de otros fotógrafos reconocidos.
En su caso, y así lo certifica el cúmulo de imágenes tomadas en más de medio centenar de ciudades de todo el mundo, en un plazo de ocho años (es decir, entre los treinta y los cuarenta de su autor, lo que nos dice mucho sobre su trayectoria hacia la madurez), que componen la serie, y el libro, What We Want, lo fundamental es el retrato de las relaciones de las personas con el lugar en el que viven, por el que pasan o que visitan, y cómo éstas imprimen huella, a la vez, que son forjados y conducidos por el entorno. Todo, siempre, con un punto de ironía que acentúa las paradojas de la conducta humana, cuando no descorre las cortinas de lo ridículo.
Más tajante, aunque su resultado visual sea más precario, es la proyección The Morocco Affair, un paseo nocturno por un fantasmal barrio de la ciudad de Oujda, desierto de los vecinos, que en esos días de invierno habitan las casas de los países europeos en los que, emigrantes enriquecidos, trabajan.