Image: Abraham Lacalle, pintura caudalosa

Image: Abraham Lacalle, pintura caudalosa

Exposiciones

Abraham Lacalle, pintura caudalosa

Maldito Iceberg

15 septiembre, 2005 02:00

Club, 2005. Óleo sobre lienzo, 50 x 73

Marlborough. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 15 de octubre. de 4.800 a 38.100 e.

Tres años después de su primera individual en Marlborough, Abraham Lacalle vuelve a esta galería con un buen puñado de trabajos recientes de muy diversos formatos (y con los seis papeles que utilizó para su fresco del Espacio Uno del Reina). El pintor almeriense (1962) se ha revelado como uno de los artistas más celebrados de su generación, con una pintura ya sólidamente asentada en los nuevos parámetros en los que se instaló hace ahora tres o cuatro años.

¿Dónde suceden las historias de Abraham Lacalle? éste es, pienso, un buen punto de partida para analizar la obra del pintor aunque convendría también preguntarse: ¿Qué historias cuenta Abraham Lacalle? Hasta hace poco lo habitual era encontrar planos pictóricos creados a partir de un orden estructural, una suerte de compartimentación, casi a modo de viñetas, en las que Lacalle introducía su particular festival de figuras y signos, siempre a caballo entre la figuración y la abstracción, unas veces con cierta violencia gestual y otras desde la quietud del campo de color. En este sentido, yo diría que Abraham Lacalle sí era un pintor de fuertes connotaciones narrativas. Un buen ejemplo son los títulos que daba a cada una de sus series, siempre relativos a una idea de lugar, que en los cuadros era visualmente explícita -salas de espera de aeropuertos, espacios interiores o los vaqueros en la aridez del desierto-, o a un estado de tránsito, ya sea físico o emocional.

Fue en su primera exposición en la galería Marlborough, en octubre de 2002, cuando desaparecieron definitivamente todos los corsés que había impuesto a sus pinturas. Así, Mariano Navarro decía en estas mismas páginas que "... de la clara diferenciación existente entre espacios exteriores e interiores, ha pasado ahora a que el espacio perceptible sea el mismo que la superficie del cuadro". La forma, la pintura en fin, se desparrama ahora por toda la superficie del lienzo, con cuerpos vibrantes que se comen unos a otros, con todos los elementos que encontramos en muchas de sus series, los cactus, los tiestos volcados, las cabezas, los coches... aquí no hay ni orden ni nada que se le parezca. Porque a Abraham Lacalle le interesa precisamente eso: confirmar que la saturación de imágenes a la que nos vemos sometidos, la imposibilidad de ensamblar las formas y los signos, y, por tanto, la dificultad de hilvanar historias, no es sino la más clara expresión de que habitamos un mundo paradójicamente vacío (su fresco en el Espacio Uno se titulaba Un lugar en el que nunca sucede nada, fresco que, otra paradoja, aparecía claramente compartimentado en una referencia cargada de ironía a las estrategias narrativas del Renacimiento). Las formas no encuentran su lugar, chocan entre sí, revueltas en un solo plano. El escepticismo de Lacalle, unido a su habitual voracidad para engullir y transformar conceptos, deriva en pintura torrencial, desbocada en un poderoso caudal de información. "¿Qué hacemos ahora con tanta imagen?", se pregunta el pintor. Si un día su pintura llevaba al espectador de un lugar a otro, siguiendo recorridos más o menos lógicos, ahora le sumerge en la vorágine, bajo un color abrasivo. Porque este color enrabietado que lo disuelve todo es ahora el único vehículo entre las formas y los signos, los guiños a sus pintores, las tramas de raíz decorativa y sus motivos de toda la vida, derretidos aquí y allá.