La cámara, entre Araki y lo real
De la serie The End of the Century
Cada serie fotográfica de Araki es una cadena de imágenes irreconciliables, en las que alternan y se funden obscenidad e intimidad, iconos de consumo popular y referentes de alta cultura, pornografía y elegancia, lo profano y lo sagrado, estatismo -el éxtasis- y movimiento -la acción-, lo ficticio y lo real, el rigor profesional y el desenfado de una cierta expresión "de aficionado", cuerpo y objeto, eros y aniquilación, vida y tanatología, luces y oscuridad… Su estrategia se fundamenta en la yuxtaposición inmediata de imágenes diversas, sin establecer jerarquías ni divisiones entre lo personal, lo social y el testimonio histórico, ni tampoco entre la fotografía privada, la comercial, la documental y la artística. Todo ello, expresado con tanta intensidad como llaneza; siempre con vigor; nunca con aparato u ostentación. Así, desde luego, vuelve a ser en estas dos series recientes, Diary y Kaori -cada una de ellas integradas por veinte fotografías en blanco y negro-, que presenta la galería La Fábrica en esta exposición, con un montaje que subraya el carácter secuencial, cinematográfico, de la producción, que se caracteriza también por su limpidez casi aséptica, por su neutralidad, sin interferir en la reserva de esa especie de "diario privado" y de "viaje sentimental" que viene a ser cada una de estas suites.La irresistible capacidad de seducción de la obra de Nobuyoshi Araki (Tokio, 1940) vuelve a ser asombrosa. ¿En qué radica? Posiblemente se deba, en buena medida, a esa mezcla tan especial que a él le gusta establecer entre los rituales corporales -mayoritariamente, de carácter erótico- y la "liturgia" profesional de la sesión fotográfica. Ambas aparecen fundidas en la obra resultante, alternando, por ejemplo, en un misma "escena" las ataduras o el colgamiento de una acción sadomasoquista y las cámaras, lentes, objetivos y aparatos que intervienen en las tomas fotográficas. Aquí -aunque, por supuesto, no exclusivamente aquí- fotografiar equivale a tomar parte viva en lo que se fotografía, o sea, equivale a integrarse efectivamente en las reglas del propio juego erótico. (No en vano en numerosas ocasiones Araki incluye en su obra su propia imagen personal y profesional, o sea, su autorretrato en actitudes de fotografiar en primerísimos planos la intimidad sexual del desnudo femenino). Se trata de una mezcla infalible de ficción y realidad, pero, sobre todo, de una afirmación extraordinariamente expresiva del emblema de la cámara fotográfica como clave de relación -y de relaciones creativas- entre el artista y la realidad. El espectador, a su vez, puede penetrar en ese mismo juego de relaciones estrechas, a través precisamente de la eficacia de la mirada del fotógrafo. En ello Araki sigue la estrategia de sus admirados cineastas de la nouvelle vague -Godard, Truffaut, Chabrol, Malle-, asegurando que el "progreso" del arte de las imágenes en movimiento -incluidas en ellas bastantes de las fotográficas- no reside en los mecanismos de la cámara, sino en el ojo del artista; lo cual faculta a plantearse la fotografía y el cine como una auténtica "busca" o "investigación", intentando "revelar la naturaleza íntima y banal del tiempo que pasa, la propia duración de la vida real".
Duración de la acción; o sea, movimiento: otra constante del trabajo de Araki, en cuya obra el tiempo ni se detiene ni se congela, sino que se va sucediendo con una cadencia lenta, favorecida por este lenguaje suyo, que sabe hacer de cualquier tema o motivo una sucesión de momentos banales, de situaciones de absoluta intimidad, de días comunes. En este tempo, con este ritmo tranquilo de acción, todo resulta trivial y asimismo profundamente vital; también resulta todo un tanto literario, novelado, como ficción o "sueño de un sueño" -que definía Novalis-. Araki recuerda siempre que "como fotógrafo, mi punto de partida fue el amor y la idea de un yo novelado. Y probablemente mantendré esta idea a lo largo de toda mi carrera. Para mí, la fotografía sigue siendo eso".