Image: Malévich y los límites de la interpretación

Image: Malévich y los límites de la interpretación

Exposiciones

Malévich y los límites de la interpretación

30 marzo, 2006 02:00

Presentimiento complejo (Torso con camisa amarilla), h. 1932. Museo Estatal Ruso, San Petersburgo

Fundación Caixa Catalunya. Comisarios: E. Petrova, J.C. Marcadé y J.H. Martin. Pº de Gracia, 92. Barcelona. Hasta el 25 de junio

Primera monográfica sobre Malevich en nuestro país, comisariada por los especialistas Evgenia Petrova, Jean-Hubert Martin y Jean-Claude Marcadé, y en la que se presentan alrededor de un centenar de obras, algunas de ellas inéditas… por ejemplo el extraño conjunto de Figurillas y Arquitectones en yeso de los años treinta o piezas que hasta ahora no había viajado como El Retrato perfeccionado de Ivan Vassilievich (1913). Se trata, pues, de un acontecimiento cultural de primera magnitud.

La muestra es un itinerario académico y cronológico por la trayectoria creativa del artista ruso, desde sus orígenes hasta su fase final, pasando por todas y cada una de sus etapas. Evidentemente hay algunas ausencias -la proyección de las formas suprematistas en los objetos cotidianos, algunas de sus más representativas obras finales o su Cuadrado sobre fondo blanco- pero lo que cuenta es la potencia del conjunto y la ambición de querer ofrecer una imagen panorámica del pintor.

Malevich ocupa un lugar referencial en el arte del siglo XX: en la segunda década de la pasada centuria articuló un nuevo lenguaje abstracto -o arte no objetivo- que consistía en composiciones de planos y líneas de color flotando sobre un fondo blanco y que llamó suprematismo. Con una retórica muy próxima a Kandinsky, Malevich definía el suprematismo como una expresión ajena a la realidad física, como una manifestación autónoma del mundo de las apariencias. Este proceso culmina en unas piezas de una absoluta radicalidad y simplicidad: el Cuadrado negro sobre fondo blanco y el mencionado Cuadrado sobre fondo blanco. A propósito de esta última obra se ha hablado de "la muerte de la pintura" y de llevar la imagen "al grado cero". Y ello se ha asociado a una dimensión espiritual o mística, porque -como se ha explicado- Malevich elimina de la pintura todo elemento sensual para devenir pura esencia. Como prueba de esta interpretación se citan las fotografías de la época que revelan cómo el artista expuso el "Cuadrado sobre fondo negro" en una ubicación muy especial: en la esquina de la sala, el lugar tradicionalmente destinado a los iconos. La relación entre el significado del icono y el Cuadrado sobre fondo negro parece, pues, en una primera aproximación, evidente.

Y sin embargo, y a pesar de todo lo que se ha escrito sobre el artista ruso, Malevich se nos aparece fundamentalmente como un problema, como un enigma por esclarecer. En uno de los textos del catálogo, ángel González reconoce abiertamente la dificultad de aproximarse al artista y plantea sin ambages la cuestión de los límites de la interpretación. Su escrito tiene, al menos, el mérito de la sinceridad. Efectivamente, sobre la biografía y la obra de Malevich se plantean numerosos interrogantes: sus escritos son de una oscuridad que complica la exégesis, su trayectoria artística presenta saltos y contradicciones difíciles de explicar, el contexto secretista del régimen soviético dificulta aún más el análisis… Pero esta dificultad se podría hacer extensible a todo el arte contemporáneo y denuncia a todas luces las limitaciones del historiador y el crítico de arte ante su objeto de estudio. ¿No es problemático también Duchamp? ¿Y qué decir de Kandinsky? ¿Cómo situarse ante fenómenos como Beuys? Y así se podría seguir citando autores y episodios que resultan claves para la historia del arte contemporáneo pero que revisten tal confusión que nos dejan perplejos, sin apenas saber qué decir.

Sin embargo, nuestra tarea es hacer hablar las imágenes, aunque sea con la intuición, porque estos cuadrados negros o blancos -a falta de una explicación mejor- son una invitación a la imaginación, una ventana abierta a la interpretación.

El recorrido de la muestra se inicia con una obra inevitable, el Autorretrato de 1908-1910 que se reproduce en estas páginas. Malevich se representa a sí mismo en un retrato de busto, frontal, y con unos desnudos femeninos en segundo término. Para mí, esta obra es la expresión del artista como Satán. Su mirada fija, ensombrecida bajo la oscuridad de las cejas, apenas logra contener la sobreexcitación psíquica interna que se expresa en la violencia y agresividad de los colores y que nos comunica el estado interior del artista cuando contaba 31 años. ¿No sorprende esta dimensión diabólica, sensual y turbulenta, en un artista al que siempre se ha calificado de místico? Esta duda resulta aún más punzante cuando relacionamos este autorretrato con otros similares pero que poseen una representación angelical como fondo.

La exposición se cierra con una obra Presentimiento complejo (Torso con camisa amarilla) situada, como la anterior, en un lugar privilegiado del itinerario. El periodo final del artista, al que pertenece esta pieza, es tan enigmático como sus inicios, representados por el autorretrato mencionado. Este personaje sin faz, tan inquietante y metafísico, no tiene rostro, acaso porque por mirar la luz -o la oscuridad-, frente a frente, se ha quemado los ojos. Tal vez esta obra es el término de un viaje de visiones y alucinaciones que acaba en la ceguera. Entre la primera obra y ésta, el círculo se cierra, luego sigue un silencio cósmico.

Malevich es un enigma pero su obra es portadora de aquella tensión frenética del autorretrato que no puede contener el infinito sin fondo de los cuadrados negro y blanco. El hombre sin rostro es la metáfora de una disolución, como un nuevo Fausto que pactó, sin redención posible, con lo sobrenatural y la utopía.