Exposiciones

En la corte de Giaquinto

Corrado Giaquinto y España

18 mayo, 2006 02:00

Alegoría de la paz. Óleo sobre lienzo, 78 x 93

Palacio Real. Bailén, s/n. Madrid. Hasta el 25 de junio

Curiosamente, nuestros primeros borbones, dinastía francesa, fomentaron la italianización de la política y las artes españolas. Especialmente tras el matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio, y con el regreso a España de Carlos III, los puestos de responsabilidad en ambas esferas estuvieron en manos de italianos. En la arquitectura, Juvarra o Sabatini; en la música Scarlatti y Farinelli; en la pintura, Corrado Giaquinto y Giambattista Tiépolo, que se ocuparon de la decoración de los nuevos palacios y en especial del de Madrid, que sustituía al incendiado Alcázar. Es la necesidad de grandiosos frescos acordes con la categoría de las arquitecturas y con las pretensiones de grandeza de los reyes españoles lo que hace traer a Madrid a Giaquinto (Molfetta, 1703 - Nápoles, 1766), napolitano y discípulo de Luca Giordano que ya había triunfado en otras cortes europeas. "Don Conrado", que frisaba ya los cincuenta, vino, no obstante, porque Tiépolo, más elegante, tenía otros compromisos (más adelante aceptaría la invitación). Estuvo en España algo menos de una década, tiempo suficiente para realizar las decoraciones más importantes del palacio e imprimir su sello en una generación de pintores jóvenes -en particular en los hermanos González Velázquez y el primer Goya-, a través de su protagonismo absoluto como pintor de cámara, director de la Academia de San Fernando y supervisor en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara.

Patrimonio Nacional, con la colaboración de la Fundación Santander Central Hispano y comisariado de Alfonso Pérez Sánchez, ha organizado una exposición en el Palacio Real que en ningún lugar podría tener más sentido. Y pertinencia, en un momento en que los historiadores revisan la significación de este pintor de trayectoria internacional. Bien estructurada y con afán didáctico, reúne setenta obras relacionadas en su mayoría con el palacio de Madrid. Giaquinto no es un gran artista, es un decorador tardobarroco con oficio que sabe responder a encargos de enorme trascendencia, no tanto artística como política. En los frescos de los palacios reales se trataba de ponerse al servicio de una idea. Desde la primera sala, en la que se muestran ejemplos de su quehacer en Italia, comprobamos cómo se consagra a un mundo sostenido por nubes, alejado de la realidad. En su Théorie du nuage, el historiador Hubert Damisch hace un estudio semiótico de este motivo, y entre otras muchas apreciaciones, afirma que "(...) antes de cualquier valoración religiosa, el cielo aparece, desde el punto de vista fenomenológico, como el lugar de la trascendencia, a la vez origen de todas las cosas y de la ley, sede de la fuerza y de la soberanía". Las nubes manifiestan lo sagrado y, en las pinturas políticas de Giaquinto en el Palacio Real, sirven de sede a la ratificación de la alianza estratégica de la Corona y el catolicismo: en el más conocido de los techos, entre un celaje que amenaza tormenta, España rinde homenaje a la religión y a la Iglesia.

La exposición nos guía a través de sus creaciones para los oratorios de Fernando VI y Bárbara de Braganza, y los bocetos para la capilla real, la escalera y para el Salón de Columnas. Intercaladas, encontramos algunas escenas religiosas y mitológicas, y hasta un paisaje, hecho para el Buen Retiro, absolutamente rutinario. Giaquinto, pintor de poca personalidad, es a pesar de todo un buen colorista y sabe utilizar las luces de una manera teatral, con resultados en ocasiones notables, como en algunas escenas de la Pasión en el oratorio del rey o en la preciosa alegoría de la Paz en la escalera. La suya es, en cualquier caso, la dimensión arquitectónica.