Image: Warhol. En la cápsula del tiempo

Image: Warhol. En la cápsula del tiempo

Exposiciones

Warhol. En la cápsula del tiempo

Warhol por Warhol

29 noviembre, 2007 01:00

Autorretrato travestido, 1981

Comisaria: Estrella de Diego. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 20 de enero

La Casa Encendida celebra su quinto aniversario con la organización y exhibición de dos exposiciones, una inaugurada hace tiempo, Vida y hechos de Arthur Rimbaud, que tuvo como visitante de lujo a la cantante Patti Smith, que se hubiese desmayado al ver alguna de las piezas de ésta que comento, Warhol sobre Warhol, dedicada al que cabe considerar el más célebre y popular de los artistas de la segunda mitad del siglo XX. Decir antes que ninguna otra cosa, que la muestra es auténtica obra mayor, más propia quizás de un museo que de un centro de las características de su anfitrión, que, y esto es mérito suyo, ha cargado con el esfuerzo que un evento así exige.

Su comisaria, la catedrática de Arte Contemporáneo y escritora Estrella de Diego es, además, una de las grandes especialistas internacionales en la figura del artista, al que ha dedicado, entre otros ensayos, un título específico y significativo, Tristísimo Warhol.

La exposición y su correspondiente catálogo están dedicados al recientemente fallecido Robert Rosenblum y de algún modo, al igual que todavía puede contemplarse en la Fundación Juan March una muestra que recoge las ideas principales de su libro La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico, ésta hace lo propio respecto del Tristísimo Warhol de Estrella de Diego: cumple con muchos de sus presupuestos fundamentales y, como no podía ser menos, pues ha transcurrido casi una década, acentúa y subraya otros y plantea nuevos enfoques, aspectos e interpretaciones. Desde otra perspectiva cabría preguntarse: ¿qué ha pasado con las ideas de la comisaria, con las nuestras propias, en esos diez años?

En palabras de Estrella de Diego, Warhol sobre Warhol quiere presentarnos la autobiografía de un sujeto fracturado que se contempla permanentemente en un espejo -desde la conciencia contemporánea de la autobiografía como género-, a la vez que quiere ser un análisis de quién es Warhol veinte años después de su muerte. Un intento, pues, de redimensionar su figura sustentado, fundamentalmente, en los aspectos performativos de su actividad artística y vital.

De este modo, la exposición -extraordinariamente bien montada por ángel Bados, que parece haberse especializado en estos retos- se constituye primordialmente sobre fotografías del propio Warhol y de amigos y colaboradores que le rodearon, en tal número y en una secuencia cronológica tan escrutada que nos permite seguirle de principio a fin de su existencia y siempre en momentos que, pese a lo cotidiano, lo aparentemente banal o, por el contrario, lo excepcional del hecho, resultan tanto reveladores de un personaje ya conocido como constituyentes de otro, más insólito e inesperado, que se nos muestra por primera vez.

Efectivamente, las fotografías tomadas por Warhol en el curso de tres décadas o las que le hicieron por cientos o miles otros, son un archivo documental impresionante, como lo son, también, en cierto sentido, las pocas piezas elegidas de entre su producción que están expuestas -si exceptuamos el cine, al que se dedica un apartado exclusivo y completo, quizás por el convencimiento de Estrella de Diego de que la esencia de su trabajo es fílmica, eso sí, sin montaje, de modo que en Warhol tiempo y espacio fluyen-. Pero son a la vez, o al menos así se muestran, obras de arte, piezas de un intrincado proceso de construcción tanto de la figura y la persona del propio artista como de un entorno y unas maneras inexistentes sin él.

Si las fotografías nos llevan por un periplo en blanco y negro iniciado en sus años de aprendizaje -con una impagable fotografía de Leila Davies Singelis de un jovencísimo Warhol ante el escaparate de una ortopedia genital masculina-, que tuvo su eje en los días de The Factory -que recorremos desde el desorden de los talleres de serigrafía hasta las sesiones de fiesta- y que concluye con la irrupción de la gente de los años ochenta -seguramente los que mejor entendieron este otro Warhol-, las piezas originales irrumpen con los primeros retratos de Marilyn y Jackie -con un boceto por el que asoma el alma de pintor de aquel en cuyos Diarios la frase más repetida es "todos se fueron y yo me quedé dibujando"-, los dibujos publicitarios de zapatos, sus autorretratos, la impresionante serie de serigrafías sobre Mike Jagger propiedad del Stiftung Ludwig de Viena, con sus impúdicos marcos de oro, los retratos de artistas -Warhol, como los clásicos, sólo quiso emparentarse con los grandes- y, finalmente, los últimos retratos públicos.

Unas y otras nos aparecen agrupadas y equiparables como si fuesen materiales de una de esas cápsulas del tiempo, cajas de cartón que Warhol acumuló por cientos a lo largo de su vida y que contenían "detritus cotidiano de su vida, salpicado aquí y allá de alguna gema ocasional", tanto objetos y materiales de la vida diaria como dibujos del artista, fotografías tratadas y otras muchas cosas más. Llegó a guardar una con la "Ropa de la madre de Andy Warhol". El catálogo dedica un capítulo al contenido de la Time Capsule 21, estudiada por el archivero del Andy Warhol Museum, Matt Wrbican y Estrella de Diego afirma que "las fabulosas cápsulas del tiempo son las más insumisas y más conceptuales de las obras maestras del artista".

No es, a mi modo de ver, la futilidad de los objetos que Warhol utiliza como motivo lo que nos resulta amenazador o nos asusta, sino su carácter opaco de jaulas de la memoria. Hace de los sujetos, objetos de mitología y de los objetos, sujetos de la mortalidad del deseo. Comparte con Marcel Duchamp haber hecho de sus renuncias afirmaciones cargadas de continuidad. ¿Le extrañaría a Warhol, me pregunto, la pervivencia de sus opciones y caprichos?

En cualquier caso, puede decirse que en la exposición no hay nada o casi nada de lo esperable de Warhol y, sin embargo, en ella esta todo o casi todo Warhol.

Y más, pues si un texto abierto es consciente de lo transitorio de las verdades, Warhol sobre Warhol es una exposición abierta que deja al visitante establecer sus propios recorridos. En mi caso, las derivas que más me han interesado son dos. La primera viene dictada por la impresionante serie de Warhol travestido, realizada por Chistopher Makos y titulada Imágenes alteradas. No es tanto el hecho de la adquisición de una personalidad nueva o la impronta del sexo -que, curiosamente, queda como eludido-, sino las elucubraciones que sugiere. Así, para el propio Makos, responde al anhelo de Andy de poseer "un aire de dama bien de la zona buena de Nueva York" y Andy mismo confesaba que le fascinaban los chicos que se pasaban la vida tratando de ser chicas, porque tienen que trabajar dos veces, quitándose lo que tienen de chicos y poniéndose lo que precisan de chica. Y no he podido evitar que esas fotos de un Warhol mayor, que exhibe sus arrugas y su primer decadencia física, me hiciesen pensar en la glamurosa madre que le hubiese gustado tener. No en vano Hilton Als decía que Warhol adoptaba en The Factory el papel de "figura materna".

La segunda y última es la relación de Warhol con la muerte. Si en las piezas hasta 1968 la muerte es siempre la de otros, desde los disparos de Valery Solanas la muerte será siempre la suya. Sombras de las que es testigo y modelo de una vanitas en la que la calavera de lo efímero duerme sobre su cráneo. Un halo de tristeza, como el título del libro de Estrella de Diego, que me lleva a un extraño retrato final en el que Warhol es un artista romántico, una manera congelada del héroe de nuestro tiempo.

La realidad como obra de arte máxima

por Pablo Llorca

En vida de Warhol su obra fílmica fue considerada un asunto menor, la excentricidad underground de uno de los artistas contemporáneos más conocidos. Dos décadas después de su muerte, en plena efervescencia de la relación entre artes plásticas y cine, sus películas pueden y deben ser consideradas como más warholianas aun que sus cuadros.

Hay ante todo una forma principal de entenderlas: como la expresión máxima del cine realista. Su método consistía en colocar la cámara sobre el trípode y dejarla rodar lo que hubiera delante, a veces durante mucho tiempo y sin que él mismo estuviera presente. Un método similar al de las modernas cámaras de vigilancia. Antes de que existieran, él adoptaba una estrategia parecida y su única función era escoger el encuadre y el tema de partida. El resto era completamente aleatorio, y la imagen -no hubo sonido hasta pasados varios años- captaba sin discriminación lo que tenía delante, fuera el Empire State Building durante ocho horas (en la imagen) o el sueño de John Giorno (cinco horas y media). Su cine no era concebido de forma distinta a lo que hacía con las cajas Brillo o las latas Campbell. Como en éstas, se dedicaba a escoger un trozo de realidad y proponerlo como arte. Las mismas películas, incluso, pueden ser consideradas como ready mades en sí mismas, ya que no se molestaba en disfrazar su materialidad específica, al dejar en el montaje final las veladuras del comienzo y final de cada rollo. No eran un asunto de ficción; eran realidad en sí mismas.

La realidad como obra de arte máxima. Y el cine, un medio que se desarrolla en el tiempo, a diferencia de cuadros y esculturas, como un instrumento privilegiado para reflejarla. Warhol aplicó eso a sus películas. Es sabido que durante una larga temporada, a mediados de los años 60, pensó en abandonar el arte y dedicarse sólo a hacer películas. Iba a todas partes con la cámara y se pasaba la vida rodando. Al convertir todos los acontecimientos reales en material fílmico -lamentó no haber estado presente con la máquina en el momento que un amigo, Freddy Herko, se suicidó- relativizaba la importancia de los mismos. Nivelaba todos los instantes, los desdramatizaba, evidenciando el estoicismo supremo al que aspiró y que, como escribió en Mi filosofía de la A a la Z, había convertido en máxima filosófica.