Image: Helena Almeida, una dama de negro

Image: Helena Almeida, una dama de negro

Exposiciones

Helena Almeida, una dama de negro

Bañada en lágrimas

24 septiembre, 2010 02:00

Bañada en lágrimas, 2009

Galería Helga de Alvear. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 30 de octubre. De 40.000 a 60.000 euros.

Una pequeña inundación en su estudio llevó hace unos meses a Helena Almeida a pensar en una nueva serie de fotografías en las que no sólo ella, protagonista como siempre de sus imágenes, aparece bañada en lágrimas.

Bien conocida en nuestro país, donde ha disfrutado de premios y sucesivas retrospectivas, la última hace dos años en la Fundación Telefónica en Madrid, Helena Almeida (Lisboa, 1934) en esta última serie, ahora "bañada en lágrimas", no cede sin embargo ni un milímetro en el rigor habitual de su austera construcción formal.

La tensión entre el radical cuestionamiento conceptual y la necesidad de plasmarlo en primera persona, encarnándolo performativamente como mujer, se hallaba en su primera fotografía Tela rosa para vestir (1969). Desde entonces, asumió el papel de esa anónima mujer de negro que protagoniza las fotografías de sus acciones tomadas siempre por su marido, el arquitecto y escultor Artur Rosa -como antes de niña, posaba para su padre, el escultor Leopoldo Almeida-, siempre en su estudio. El espacio que le ha bastado para desarrollar cuatro décadas de trabajo. El escenario íntimo, casi vacío desde donde, ya fuera de cuerpo entero o bien fragmentada, Almeida nos iba deletreando ideas sobre el lugar del sujeto en el espacio; y sobre la propia construcción de la representación, desvelando su plano, habitualmente invisible, con un brochazo de pintura sobre un cristal interpuesto, reafirmando su genealogía conceptual mediterránea (Lucio Fontana, blue Ives Klein) e hibridando medios y técnicas: pintura con fotografía, performance y escultura. Pues, aunque nunca se subraye, por respeto a la insistencia de la artista en reconocerse como pintora, Helena Almeida pertenece a la estirpe de los pintores de la arquitectura y el volumen, con una claridad y una simplicidad en la plasmación de su disegno mental que, por intensa e íntegra, resulta emocionante.

Frente al exhibicionismo de los performers narcisistas del body art, desnudas o travestidos, y el uniforme carismático del artista-gurú (por ejemplo, Beuys) -que por algunos se ha criticado-, Almeida eligió el atavío de quienes cambian en silencio la utilería de los escenarios. Su cuerpo dibujaba líneas y formas, mientras su silueta marcaba un vocabulario gestual elemental: la afirmación y la vulnerabilidad, el grito y la aceptación. A veces con su rostro frente al espejo, siempre directa, reteniendo la inmediatez y la frescura del acto en su figura, que se desplegaba con determinación o se comprimía hasta convertirse en fardo. Siempre rechazando, sin embargo, el morbo autobiográfico, usándose como modelo: sujeto y objeto a un tiempo.

En ocasiones, Almeida también se ha mostrado destilando ironía e incluso, humor franco y socarrón, ¿cómo no, si se mueve siempre en un plano paradójico? En 2002, la mujer sujeto emergió en su trabajo. Al contemplar la serie Seduzir era inevitable ligarla a la edad madura de esa mujer -artista y modelo- ante su pareja, y su fragilidad. En la serie de 2006 El abrazo, su fotógrafo-marido-testigo se introducía en la escena, apurando el juego y el cerco al autorretrato. En ese giro de introspección emocional cabe inscribir la actual serie. Cuenta Almeida que un día se encontró el estudio inundado. Aunque su primera reacción fue achicar el agua, comenzó a dibujar los bocetos del nuevo storyboard a escenificar en el estudio empantanado. Las fotografías, en cambio, muestran un espacio incierto: el reflejo de los ventanales sobre los baldosines encharcados configuran un escenario ambiguo, entre el interior y la calle. La conocida retícula sobre la que la artista ha dibujado una y otra vez con su cuerpo, aparece temblorosa, como una película de lágrimas. Sobre el suelo, agua jabonosa simula la sucesión de gotas cuando no termina de escampar. Como siempre, encontramos a la mujer de negro. En una secuencia, camina dándonos la espalda. En otra, el reflejo en picado sobre el charco se adentra en la oscuridad que cubren sus faldas, una imagen impúdica a pesar de que nada se ve, sino la densidad negra y amorfa. En un par de fotografías, la mujer intenta recoger una bolsa vacía blanca. Y la desolación alcanza el patetismo en las imágenes arrodillada, como figura reverente y suplicante.

Ha sido un acierto en el montaje repartir entre las dos salas la secuencia que capta fragmentado su deambular: en encuadres que se recorren desde las caderas, los muslos, las rodillas… En realidad, todas las fotografías están ligeramente desplazadas del eje central de los paños. La intención se declara abiertamente con la imagen protagonista, sola, casi en el extremo lateral del largo muro que enlaza los dos espacios. Helena Almeida se mira en el charco. Es la imagen de Narciso, metáfora de la pintura. Y el autorretrato de la discreta dama vestida de negro del arte contemporáneo.