TTéia Quadeada, 1976-2002
Cuando hace dos años el MNCARS presentó la nueva instalación de la colección permanente se hizo evidente la fidelidad de su director, Manuel Borja-Villel, al neoconcretismo brasileño, que comenzó a defender ya desde la Fundación Antoni Tàpies, donde organizó sendas exposiciones de Lygia Clark y Hélio Oiticica. En Madrid ha insistido en la línea de reivindicación de figuras relativamente desatendidas por la historia del arte que hicieron importantes contribuciones a la modernidad en América del Sur, con las muestras de Mira Schendel / León Ferrari y Roberto Jacoby o, de manera más difusa, con Principio Potosí. Es ahora el turno de la compañera de Clark y Oiticica en el desarrollo del neoconcretismo, Lygia Pape (Nova Friburgo, 1927 - Río de Janeiro, 2004), a la que nunca se había dedicado una exposición institucional en Europa.A primera vista puede parecer una exposición muy completa y es verdad que algunos momentos y facetas de su trayectoria artística están bien representados, pero cuando se revisa su biografía se constata que se han omitido casi por completo, supongo que deliberadamente, los 25 años finales. Hay alguna obra de este período pero la proporción respecto a la obra de los 50, los 60 y los 70 está muy desequilibrada. Es cierto que Pape, que no tuvo una gran actividad expositiva en vida -su primera individual seria la hizo cuando tenía casi 50 años- se dedicó a la enseñanza en ese tiempo: fue profesora en la Facultad de Arquitectura Santa Úrsula (1972-1985) y en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Federal de Río de Janeiro. También es verdad que la obra de esas décadas finales no es apasionante pero tampoco lo son algunas de las piezas expuestas. La excepción, claro está, son las Ttéias, instalaciones de hilos metálicos que cruzan el espacio en haces con base geométrica, célebres desde que en la 53 Bienal de Venecia una de ellas abrió la exposición de Daniel Birnbaum en el Arsenale. Las dos que se han traído y adaptado a las salas del Reina Sofía, esplendorosas ambas a pesar de la diferencia de tamaño, justifican ya la visita.
En mi opinión, las mejores obras de Pape son las primeras y las últimas. En la segunda mitad de los 50, cuando formaba parte del grupo Frente, hizo una larga serie de xilografías, Tecelar, que son, en su humildad -pequeño tamaño, monocromía, finura del papel-, de lo mejor que puede encontrarse en el arte geométrico. En ellas se percibe ya la ambición de Pape de hacer confluir formalismo y sensualidad. Realizadas con planchas de madera veteada, esas texturas naturales, presentes también en los papeles japoneses sobre los que estampaba, les confieren calidez y cercanía. Vida. También son excelentes los dibujos de la misma época, hechos con finas líneas paralelas que se interrumpen para dejar adivinar figuras geométricas, como desplazadas. Son muy sutiles, en particular, los hechos con líneas blancas casi invisibles.
Me cuesta ver el resto de su obra como algo más que un empeño meritorio en fusionar, como apuntaba, lo corporal y lo geométrico. Que se adentrara en el ámbito de la performance o del cine fue sin duda progresista en un medio artístico que ella y otros estaban contribuyendo a fraguar. Pero ¿qué performances y qué cine? Hoy, resulta todo bastante ingenuo. La acción pública Divisor -una gran tela en la que asoman las cabezas de los participantes-, que se ha repetido en Madrid, o una de las más conocidas, Ovo -personas que salen de un cubo de papel- son por decirlo de alguna manera excesivamente simples; los Livros recuerdan a los cuadernos de manualidades con papel, los carteles y títulos cinematográficos no tienen nada de especial y, en conjunto, las películas realizadas entre 1967 y 1976 en el contexto del Cinema Novo se ven como un experimento fallido, que en algunos momentos, como en Wampirou, da hasta risa.